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Mi abuela tenia una debilidad por Finn, siempre lo consentía y le regalaba dulces a escondidas de mi mamá. Ella creía que le faltaba amor, pero la verdad es que no. Incluso mis padres lo querían más a él que a mi. Era un niño muy consentido para ser el hijo de la niñera.

Mis hermanas estaban encantadas cuando él llegó, escondido detrás de la falda de su madre con la nariz roja y los ojos hinchados de tanto llorar. Yo sabía que su presencia significaba problemas.

El día en que entró a nuestras vidas fue como un nuevo nacimiento, todos se preocupaban por él: si tenía hambre, la cocinera le preparaba comida lo más antes posible: si quería jugar mis hermanas se turnaban para entretenerlo: todo lo que él deseaba estaba ante sus ojos en menos de cinco segundos. Mientas que a mi me dejaron de lado, abandonada entre las risas que le dedicaban a él.

Fue la infancia más aburrida que se pudiera imaginar. A pesar de que la madre de Finn estaba allí para cuidarnos, su hijo era el protagonista. Era tierno, adorable, amable, cariñoso, risueño y muchas más bobadas que pensaba la gente acerca de él.

Finn se había robado mi lugar en la familia y lo peor es que a nadie le importaba.

Por eso lo odiaba.

Era estúpido, me decían mis amigos, ya que a mi nunca me falto nada material. Pero lo que yo anhelaba era amor, sentirme especial para mi familia y no ser invisible. Sin embargo era difícil descartar: Mi hermana mayor, Maddie, estaba estudiando economía para ayudar a papá en el trabajó, mientras que mi hermana menor, Kenzie, era la niña más dulce como la miel y la niña más sociable que haya conocido en mi vida.

En cambio yo, era la que sacaba calificaciones promedio, la que no ganaba ningún premio en la feria de ciencias, la que no conseguía nada por sus propios méritos.
Simplemente nadie.

Con los años, llegue a creer que esa era una de las razones por la cuales mis padres trataban a Finn como su propio hijo.

Cuando yo cumpli 16, tres meses después del cumpleaños de Finn, me regañaron por reprobar matemáticas y me inscribieron en una escuela de verano donde sufrí dos meses con chicos que no paraban de calcular. Lo único bueno de ese verano fue que conocí a Jack y a Jaeden, los únicos que también fueron obligados a asistir a esa tonta escuela por reprobar.

Pero todo se complicó cuando Finn celebró su cumpleaños número 18, mis padres decidieron hacer algo más íntimo.

Fue una pequeña reunión entre mi familia y la de él. Su madre seguía trabajando para nosotros, Kenzie tenía catorce años y mi madre la consideraba todavía una niña. La hermana de Finn, Millie, viajo desde Florida hasta LA para esa fecha. Ella a diferencia de su hermano, me agradaba.

Mi abuela había ordenado hacer un pastel gigante de crema y chocolate, decoraron la casa con flores y mis padres le sususrraban cosas a Maddie con aspecto sospechoso.

En la noche después de la cena especial que hicieron para Finn, mis padres se pusieron de pie y levantaron sus copas para hacer un brindis. Dieron un discurso aburrido de lo mucho que lo querían y que era considerado uno más de la familia Ziegler.

Entonces la abuela comenzó a soltar lágrimas de felicidad, Maddie no paraba de sonreír y mis padres se miraron entre sí como apunto de revelar un secreto.

Pero lo que dijeron fue más que un secreto, fue mi condena.

- Y por ese cariño que te tenemos -dijo mi padre, radiante con su traje que por supuesto fue especialmente hecho para la ocasión- Finn, queremos que formes oficialmente parte de esta familia.
Así que este es nuestro regalo de cumpleaños, la mano de nuestra querida hija ______.

¿!QUÉ MIERDA!?...








NO ES MÍA, ES UNA ADAPTACIÓN.
CRÉDITOS A LA AUTORA.

❝Marry me❞《Finn.Wolfhard y tú》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora