35.

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No había dejado de darle vueltas a eso en todo el día y tampoco veía el momento de que su deseo se hiciese realidad. Estaba mentalmente y físicamente fatigado. Se esperaba un día duro pero, jamás se hubiera imaginado que sería tan extremadamente agotador. Las horas pasaban y con ellas aumentaba el anhelo de una buena ducha, y ahora, con los rizos mojados adornándole la frente, sólo quería que ese instante fuera eterno.

Se sentía liberado.

La estancia estaba llena de vaho, convirtiendo el baño en un páramo inundado por la niebla baja. Hacía un buen rato que había terminado de asearse, pero él, seguía bajo el agua caliente, con los ojos cerrados, tratando de despejar su mente de todo lo sucedido la noche anterior y ese mismo día. Apenas se habían cruzado cuatro palabras al reencontrarse después de todo y de repente, sin darse cuenta, se veían envueltos de pesados periodistas en busca de una exclusiva. Entre sonrisas, se mostraron cómplices, alegres y enamorados, en resumen, todo lo que no eran. Jugaron al bingo, cantaron e incluso, dudosos, respondieron como fue su primer beso. Parecía mentira que antes sólo buscasen refugio en la oscuridad de la habitación cuando ahora sólo querían huir de ella.

Otra herida más que sanar.

Y cuando parecía que ya habían terminado de responder a todo el mundo, se vieron envueltos en una sesión improvisada de fotos, lo que les obligó a comer en un abrir y cerrar de ojos y, sin descansar, se fueron directos al Meet & Greetque habían organizado para ellos en el Eurovillage, situado a la plaza del Comercio. A sólo un par de días para la gran final se vieron rodeados de cariño y apoyo, halagos y ánimos. Saludaron, firmaron y se sacaron fotos con todos los fans posibles durante más de dos horas. A lo mejor no eran los que mejor posicionados estaban en las apuestas pero, a los más simpáticos, nadie les ganaba. Ironía del destino que ellos fuesen los más cariñosos cuando por dentro estaban podridos.

Y, cuando todo terminó y la noche cayó sobre la ciudad de Lisboa, volvieron a ser ellos, sin mentiras ni tapujos. Al traspasar de nuevo la puerta de la fría habitación, un escalofrío caló en su cuerpo. Para él, la habitación estaba cálidamente helada. Todo estaba en su sitio, exactamente cómo lo había dejado pero, en su interior, ya nada estaba igual.

Cada persona, depende de la situación, llora de una manera diferente. Cada uno llora a su manera, con lágrimas, con gritos, con golpes, con alcohol, con drogas, con risas, con ira. Alfred había optado por el silencio aunque eso significase estar muriéndose por dentro. A ninguna persona le dejas de importar de la noche a la mañana, y si pasa, es porque nunca le llegaste a importar de verdad. Ayer, él había soltando alguna que otra mentira y estaba seguro que ella también. O esa era su única línea de vida a la que aferrarse para no terminar de hundirse.

Sí, había soltado todo lo que sentía, todo lo que necesitaba decir pero no había pensado en las consecuencias. Había mil formas de decir las cosas y él, había elegido la peor. Arrepentirse no servía de nada. El pasado, en el pasado se queda pero, se sentía mal, se sentía diferente, se sentía, de alguna manera, sucio. Ni la ducha había conseguido librarle de esa sensación.

Limpió con una mano un trozo del espejo lleno de vaho para poderse ver. No se veía el rostro completo pero, con su vista borrosa, aún podía ver lágrimas en sus ojos y en el pecho un corazón roto que luchaba por seguir palpitando.

Pero ese era él, aún de pie entre tanto escombro.

—Oh, vaya... —Amaia dio un respingo en la cama al sentir el sonido del picaporte al moverse. No se esperaba que la puerta del baño se abriera en ese preciso instante. El chico llevaba demasiado rato dentro y ya se había mentalizado de que él saldría de ahí cunado viera la luz de la sala apagada. Sobresaltada y sin tiempo a reaccionar, tiró al primer cajón de su mesilla de noche lo que estaba sosteniendo entre sus manos. Alfred se plantó delante de ella y Amaia contuvo la respiración, buscando las palabras adecuadas.

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