—¿Quieres un trago, Jonathan?
La voz de mi madre inunda la estancia.
Mi abuela conversa con Julio sabrá Dios sobre qué.
¡Claro que yo también no sé sobre qué!
Las malditas miradas cargadas de burla y deseo en los ojos de Julio son irritantes. Mi abuela, en cambio, tiene esos ojos conocedores que adoran ver a su nieta casada y más con alguien que va tan bien vestido. Ella tiene buen ojo para la gente. Sé que Julio es un hombre encantador.
«Maquiavélicamente encantador y arrogante».
Puedo seguir con una lista eterna de apelativos y calificativos que harán desear golpearle la cabeza y hacerle recapacitar sobre su estadía en mi casa.
—Claro —contesta Jonathan.
Es un buen muchacho, eso aparenta, aunque esté aquí arruinando mi escapatoria de una noche del país y un magnífico día que a lo último dañó una de las tantas barreras que llevaba como capas de antibalas.
Mi abuela se sienta con Julio en la sala de estar, comparte historias y se ríe.
Decido que no puedo más y subo a darme una ducha, no porque la necesito —hace pocas horas me bañé—, más bien porque debo enfriar el enojo y el fuego que suben de mis pies a mi cabeza. Además, por supuesto, necesito cambiarme de ropa, aunque la que llevo puesta está limpia. Rosa debió lavarla al otro día que llegué a la casa de Julio mientras estábamos en la playa. Ella parece estar acostumbrada a la precisión en la clasificación y organización de la vivienda y las cosas de uso diario o quizá simplemente es idea suya organizarle todo a Julio.
Subo las escaleras sin prisa con mi cartera a rastras.
Hace ya unos seis meses que no venía, por consiguiente, algunas cosas fueron cambiadas de lugar, pero mi habitación sigue intacta. Al menos algo está seguro en mi vida. Me siento en la cama Queen que tantos buenos sueños me había dado. Regresar por unos días me da seguridad y tranquilidad, un refugio a corto plazo. Me recuesto y veo el reloj en la mesa de noche. Es de madrugada y ya es 24 de diciembre.
¿Acaso Julio no tiene con quien pasar las Navidades? ¿Qué pasa con el hombre que se parece a él, aquel que nos encontramos en la playa? ¿Será su padre?
Prometimos no romper la tradición de la cena de Navidad aun si yo tenía que venir desde Queens cada año. Así lo he cumplido. Solo que en esta Navidad hubiese preferido irme a Shanghái y pasar la Nochebuena debajo de una caseta. No quiero pensar en el trabajo, ni en Julio, ni en la cantidad de cosas que me dirán mi madre y la abuela cuando él se vaya.
No.
En definitiva, no quiero hacer nada de eso.
Quiero tomarme una copa de vino y descansar. Mañana será un día tedioso.
Estoy muy segura de que ellas no han comprado nada para la cena navideña.
Claro que yo debí haber estado aquí hace casi dos días.
Cuando considero las opciones que tengo, las cuales se volvieron un gran fiasco, me levanto de la cama y acepto que no tengo nada más que hacer que unirme a cumplir con las buenas atenciones que cualquier anfitriona daría. Me ducho con rapidez y me coloco unos pantalones desgastados de un color indeterminado en algodón y una franela blanca que encontré en una de las gavetas. Mañana iré a alguna tienda y compraré unas cuantas piezas de ropa. Si tengo en cuenta las festividades, las tiendas deben estar repletos de gente, desesperadas por vestir bien en Nochebuena y tomarse fotos para causar una ligera envidia en sus amigos a través de redes sociales. Me contemplo en el espejo del baño; me veo tan triste como me siento.
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Cafe contigo al despertar
RomanceMaría López, abogada dominicana de veintisiete años, decide que no está lista para casarse. Su pareja, Reed, se llena de venganza y odio hacia ella y comienza a crear rumores sobre supuestos sobornos aceptados por María, sobornos de los cuales si...