Capitulo 12

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La mesa rectangular para seis personas está puesta; seis platos bases color blanco con líneas doradas en los bordes colocados con su cubertería al lado derecho y una copa de cristal en la esquina superior derecha. Mi abuela es una de las mujeres más delicadas que he conocido en mi vida. Estoy segura de que ella fue quien puso el mantel rojo con un tope dorado alisado. Hay flores de pascua en las cuatro esquinas. No vi la necesidad de comprar una mesa de ocho o doce sillas si siempre estábamos solo nosotras tres y la mayor parte del tiempo ellas dos. Mi madre se puso un vestido negro con un pequeño escote en V; un broche redondo con pedrerías adorna el espacio entre los senos y el abdomen. Baja con soltura y llega a sus rodillas. Parece mucho más joven. Sentada en el asiento principal está nerviosa. Me extraña sus manos al retorcerse, pero imagino que se debe porque tiene a un hombre como Julio en su cena navideña. Llevamos más de cinco años cenando solas. Desde la muerte del abuelo, ningún hombre nos acompañaba en épocas como esta.

«O en ninguna».

Mi abuela, más fiel a su estilo que un nazi, está vestida con una blusa roja y una falda larga de color blanco. Ella siempre dice que debemos vestir de rojo en Navidad. Ninguna de las dos le hacemos caso.

—Abuela, ¡esto se ve fantástico! —Sonrío al llegar a la mesa.

Julio mueve la silla hacía atrás para que me siente. Pude escuchar cómo mi madre suspira.

Si Julio no se va rápido de esta casa, terminará casándose conmigo mientras duerme, y no precisamente porque yo esté despierta tampoco.

—¿Alguien más nos acompañará? Veo que pusiste seis platos.

—Tu madre invitó a su novio —responde la abuela con naturalidad.

—Oh, vaya —murmuro.

Le clavo la mirada a mi madre, que se mueve incómoda en su silla al lado del lugar vacío. Del otro lado está la abuela.

—Olvidé decírtelo. Debe estar aquí en un momento.

Me pide disculpas con sus ojos brillantes.

No quiero herirla.

Yo misma le había dicho que no podía juzgarla. Después de todo, ¿no quería que mi madre fuese feliz?

—No te preocupes, mamá. Ya quiero conocerlo. —Le sonrío, tranquilizadora.

Me giro hacia Julio, que me observa, lo cual suma un punto más a mi autoestima y ego ya calenturiento. Sonrío y noto la ausencia de Jonathan. De inmediato le pregunto por su chofer.

—Lo mandé a casa esta tarde mientras cocinabas. Él debe estar con su familia un día como hoy.

Baja la vista con descaro y la mantiene en mis senos.

—¿Quieres invitarlos a salir o prefieres cenar con la dueña? —Levanto una ceja perfectamente depilada con hilo hace unos días y pintada con escaso color marrón.

—Ellos son más receptivos que la dueña, pero en este caso prefiero lo segundo para obtener lo primero.

Mi abuela estalla en risas y mi madre se atraganta con el agua que se bebía.

¡Que hombre tan maduro! Sin embargo, no puedo evitar que mis labios se curven en una estúpida sonrisa.

—Creo que será una cena muy entretenida —comenta la abuela.

Complacida, observo a Julio y luego a mí. La muy arpía disfruta del bochorno que me producen las palabras descaradas de Julio.

Se escucha el timbre.

Mi madre abre los ojos como platos, se levanta como un resorte y se excusa.

Me levanto también y la sigo con el repicar lento de mis zapatos de tacón. Ella se gira y me mira directo a los ojos. Creo ver algo de temor en ellos, pero no logro descubrirlo porque se vuelve de nuevo y se detiene en la puerta. Su silencio y la obvia preocupación que tiene hace que me invada la incertidumbre. Me preocupo un poco por la situación. Si ella no está segura de presentarnos a su novio o a su amante, quizá no debió invitarlo a una cena tan familiar. Suficiente tenemos con Julio en la mesa y su supuesto sentimiento de pertenencia que me profesa cada vez que tiene la oportunidad. Me canso de esperar a que abra la puerta de madera y me acerco para girar el pomo. En el pórtico hay un hombre entrado en los cuarenta y pocos. Unas canas salteadas brillan bajo la luz de la lámpara de techo de la galería. Tiene la nariz aguileña y unas arrugas diminutas en la comisura de su boca, tal vez por reír mucho. Su barbilla cuadrada le da cierto atractivo. Aunque sus ojos están cubiertos por unas espesas pestañas y unas cejas tupidas, están un poco más juntos de lo normal.

Cafe contigo al despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora