Las luces están apagadas y las calles desiertas, ya que hay una avería en la urbanización. Las casas y apartamentos con inversores tienen apenas la mitad de las bombillas encendidas. Al no saber a qué hora será reparada la electricidad, prefieren no gastar la energía del inversor. En nuestra casa reina el silencio. Sentada en la galería, contemplo el jardín de mi madre, el cual ha florecido esta mañana. Llena el lugar de color y olores fascinantes. Conjuntos de rosas se alzan una contra otra como si fuese una competencia de altura. En la galería tenemos una lámpara que adorna el techo, quizá no tan grande como las de la sala, pero sí lo suficiente para resaltar. Tengo en mi mano el celular, deseosa de saber de un hombre que no se ha molestado en ponerse en contacto conmigo. Han pasado cinco días desde que él dio por terminada nuestra aventura. Cada día me sienta peor, incluso cuando me tomo el café me quedo esperando a que baje por la escalera y llegue hasta la cocina con el pelo casi rubio desarreglado, una sudadera que adornen sus piernas y una franela que invite a disfrutar de su abdomen. La humedad recorre mi entrepierna. Lo necesito.
Veo una figura alta moverse en la acera. Camina, despreocupado. A leguas distingo que es un hombre bastante alto, tal vez más que Julio. El susodicho se acerca a la verja de mi casa y la abre. Mi mano guarda el celular de inmediato dentro de mi falda. ¿Por qué no tiene candado la reja a las ocho de la noche cuando hay un apagón? Me levanto como un resorte y veo cómo el hombre se acerca con lentitud hacia mí. Mi cuerpo, pegado a la puerta de la casa, no quiere moverse ni abrirla. Siento cómo mi corazón se quiere escapar de mi pecho. Entonces lo veo con claridad. Su rostro tiene alguna familiaridad con alguien que he visto, pero no sé quién. Tiene un polo azul, unos jeans desgastados que cuelgan de sus caderas y unos tenis grises que seguro han tenido mejores tiempos. Me ve y sonríe. Un ladrón que sonríe a la víctima antes de llevarle todo, al igual que el asesino que caza a su presa y la descuartiza a sangre fría. Si haces lo que te gusta, sonríes.
—Si me pones un dedo encima, gritaré tan fuerte que te sangrarán los oídos.
Doy gracias a que mi tono frío respalda el miedo que me carcome por dentro.
—Vaya, eres de las duras, ¿eh? —Su voz me produce un cosquilleo.
—No sabes cuánto. No tengo un celular encima, así que no podrás llevarte nada. Puedes largarte ya.
Un brillo oscurece sus ojos, los cuales son azules. Su cabello es oscuro, casi como el mío.
—¿Y perderme la diversión de entretenerme contigo?
Mierda. ¿Piensa violarme? ¡Ay, Dios mío!
Me siento temblorosa y mis manos sudan.
Si salgo de esta con vida, no volveré a sentarme sola en la galería en una ciudad infestada de delincuencia y pocas patrullas policiales.
La puerta se abre. Sin dejar de plantarle los ojos al ladrón, siento a mi madre a mi lado. Pongo mi mano en el marco y evito que ella salga. La protejo de lo que va a pasar. Levanto la cabeza y miro al tipo con los ojos llenos de rabia. No sé pelear ni nada similar, pero sé que de ser necesario le romperé las bolas de un rodillazo y entraré a la casa como un rayo colocando el pestillo.
—Mamá, quédate dentro —siseo.
—¿Y por qué se supone que debo hacerlo?
Su voz tan despreocupada me hace cuadrar los hombros y envalentonarme más. Debo sacar fuerzas de donde no tengo para defenderla. El hombre no aparta la vista de mí.
—Le explico, hermosa —sonríe con suficiencia y coloca un brazo sobre el marco. En automático, quedo por debajo de él—, la joven aquí piensa que voy a atracarla y quizá matarla.
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Cafe contigo al despertar
RomanceMaría López, abogada dominicana de veintisiete años, decide que no está lista para casarse. Su pareja, Reed, se llena de venganza y odio hacia ella y comienza a crear rumores sobre supuestos sobornos aceptados por María, sobornos de los cuales si...