Promesas mudas.

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Él tenía un sueño. Siempre lo tuvo. Salir a explorar más allá de su mundo. Un mundo escondido, confinado a la soledad por decisiones antiguas y estigmas que no podían curar.

Él... él tenía miedo, pero amaba soñar despierto. Su gran pasión era imaginarse a sí mismo siendo un aventurero, a pesar las risas que otros le daban.

Sí, ambos tenían sus sueños. Soñaban con tanta intensidad y fervor que no imaginaron su destino se enlazaría incluso antes de conocerse.

{...}

Tembló a cada nuevo paso que daba por aquella espesa jungla. Podía escuchar con suma claridad el crujir de las hojas bajo sus pies, haciendo que su piel se erizara cada vez más y más. Tal vez era la emoción del momento, tal vez era el húmedo clima que jugaba con su sensibilidad corporal. Pero fuera lo que fuera, el rubio no dejaba de sentir emoción, muy a pesar de su deplorable aspecto. Cabello enredado, crispado, más brillante de lo normal debido al sudor y humedad, mejillas rojas, ropas manchadas de lodo y sudoroso. Pero contento a pesar de ello.

Emocionado.

Entre sus brazos, sostenido contra su pecho con suma fuerza, yacía su viejo libro de cuentos y aventuras. Su viejo amigo que albergaba sus sueños y más viejos anhelos; ahí donde había señalado con marcadores y apuntes infantiles sus futuras aventuras. Cuando niño amaba leer, fantasear con intensidad sobre lo que sería su vida más adelante... pero jamás imaginó que llegaría a estar en un lugar tan maravilloso como aquel. Aun recordaba la gran ilusión con la cual devoraba las viejas páginas de los diarios de su abuelo, e inclusive enciclopedias, pero ninguna palabra se comparaba con la sensación que vivía en ese momento. Ahora entendía completamente el termino: "las palabras no alcanzan a describir lo que siento". Porque era cierto, no había palabra que le hiciera justicia al momento. No había nada que pudiera describir todo lo que sentía y, estar en aquel lugar, a pesar de las posible amenazas que le asechaban cada paso, lo hacía sentir vivo. Finalmente Tweek Tweak estaba cumpliendo su meta, se había vuelto antropólogo por un sueño loco de su niñez y estaba en su primer viaje importante. Era como si todas las piezas del rompecabezas que era su vida comenzaran a caer en su sitio por su propio peso.

Y no podía sentirse más emocionado. Estaba casi como flotante, inmerso en su propia burbuja de emoción y euforia, propia de una persona en su nuevo trabajo, aunque no fuera nuevo. Había comenzado a trabajar en aquel viejo museo hacía unos meses atrás, pero sin duda no esperaba que sucediera aquello. Ser nombrado el antropólogo principal de la investigación a Perú, más preciso para investigar las ruinas de Paititi, sencillamente o tenía fascinado. Soltó una sonrisa sincera al recordar como chilló y saltó frente a la profesora Wendy, sencillamente oírla nombrarlo para encabezar la investigación había sido como tener un orgasmo. Soltó otro par de risillas tontas y tropezó con una raíz salida, ganándose un par de risas por los guías que encabezaban la expedición, casi a la par que su rostro terminaba embarrado en el piso, llenándose de lodo las arreboladas mejillas y el cabello ya sucio. No importó mucho, pero si sintió vergüenza, vergüenza de sí mismo. Incluso sintió que la selva se reía de él.

Pero no era una percepción.

La selva no perdonaba y efectivamente, un par de ojos asechaban al rubio explorador. De hecho a todo su grupo. El inusual tono verduzco de los orbes, así como los gráciles movimientos de su desconocido poseedor les había hecho imposible al grupo detectarlos, a excepción de aquel rubio, que al intentar incorporarse logró verlos. Apenas fue un cruce de miradas fugaz, pero fue suficiente para que el blondo se estremeciera hasta la medula. Se irguió lentamente y miró con más atención en dirección de aquel sitio, gateando para acortar distancia. Ahí, desde su lugar, podía oír el respirar pausado de su observador, o eso pensó.

Promesa mudaWhere stories live. Discover now