La caminata hacia el centro de la ciudad se hace eterna. Y no por la compañía. Ana y yo platicamos de mil y un cosas en el proceso y cada que la conozco más, me cae mucho mejor.
Es tanta la confianza que le he cogido en apenas minutos que ya le he contado acerca de mi atracción hacia Fabián Camino y de cómo ayer me rompió verlo apareciendo con otra en el restaurante al que fui a cenar con mi padre.
— Pero es mejor así, ¿no? Para que puedas enfocarte en el chico del ukelele.
Me quedo pensando unos segundos en lo que me ha dicho mi acompañante y solo atino a mover la cabeza de un lado a otro.
Aquel músico callejero no me gusta, solo me genera intriga. Lo único que quiero de él ahora mismo es que me cuente cómo demonios ha conseguido mi número.
— Oye, por cierto —me dice Ana—, solo podré acompañarte un rato porque luego tengo que ir a recoger a mi hermano al colegio.
— No te preocupes. Yo también estudiaba por las tardes. Era más divertido que estudiar por las mañanas, o al menos yo lo veía así.
— Seguro. Lo que no es divertido es ser la hermana mayor del que estudia en las tardes.
Me río ante su comentario y continuamos caminando hasta que, segundos más tarde, llegamos al centro de la ciudad.
A medida que nos acercamos al lugar en el que el chico del ukelele azul suele ponerse a tocar, mi corazón empieza a palpitar mucho más deprisa sin ninguna explicación. No concibo la idea de que alguien a quien no conozco me ponga nerviosa.
No puedes ser tan torpe, Catalina.
— ¿Es aquí? —pregunta Ana cuando llegamos al sitio donde se suponía tocaba el misterioso muchacho que me habló ayer por la noche al Whatsapp.
— Sí, es aquí —respondo, entre confundida y decepcionada.
Y es que el chico del ukelele azul no está. Por alguna razón, todo parece indicar que esta tarde se la ha tomado libre y que, por lo tanto, no ha hecho acto de presencia para el deleite de sus inexistentes seguidoras.
— Qué mala suerte.
— Sí, bueno... —titubeo— ¿Te parece si nos sentamos ahí un rato? A ver si aparece en cualquier momento. Solo serán unos minutos.
Ana asiente y entonces nos dirigimos a unas bancas ubicadas cerca de la casona frente a la que el chico del ukelele azul suele —o solía— cantar todas las tardes.
— Me dijiste que canta mal. ¿Por qué crees que aun así tiene ese afán de ponerse a hacerlo en la calle?
— A ver, no canta tan mal, pero voz prodigiosa tampoco tiene. Y no tengo idea. Tiene acento extranjero. Quizá es un mochilero y esa es su única fuente de ingresos.
— De todas maneras, es muy extraño que hayas recibido un mensaje suyo. Te ha visto apenas dos veces y no debe ver precisamente a poca gente si canta en el centro de la ciudad.
— Me encantaría poder resolverte el misterio, pero la más intrigada aquí soy yo.
Y entonces Ana y yo nos enfrascamos en una conversación fluida e interesante en la que me habla sobre su familia y vida personal. Sin embargo, pasados unos minutos, mira su reloj y me hace un gesto de desagrado con la cara.
— Lo siento, me tengo que ir.
— No te preocupes, ve tranquila. Ya bastante has hecho acompañándome en esta locura.
— Y te seguiré acompañando si eso quieres.
— Yo encantada. Y si no voy contigo a lo de tu hermano es porque quiero quédame un ratito más aquí. No por él, me gusta este sitio.
— Está bien, de todos modos, te ibas a aburrir en el colegio.
Y entonces nos despedimos, extrañamente, de manera muy efusiva, como si fuéramos amigas de años y eso, en el fondo, me hace sentir bien. Silvia tiene un lugar inalcanzable en mi vida, pero si puedo tener una amiga cercana en mi ciudad, estaré encantada.
Cuando ya no la observo más a lo lejos, saco de mi mochila un cigarrillo y un encendedor. Prendo con avidez el pitillo y sin más, empiezo a dar una calada tras otra.
En apenas cinco minutos, el cigarro se ha consumido ya. Entonces abro mi mochila en busca de otro, pero cuando estoy a punto de extraerlo, escucho una voz a mis espaldas.
— Pensé que con uno te bastaría, pero veo que lo de fumar te lo tomas en serio, ¿eh?
Me quedo hecha piedra. No tengo que voltear para saber quién es la persona que me ha hablado.
Es él.
Es el chico del ukelele azul.
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El chico del ukelele azul
Teen FictionUn examen desaprobado, un padre irresponsable, un momento vergonzoso frente al chico que me gusta... ¿qué podría arruinar más mi día? Exacto, un músico parado en la calle cantando la canción favorita de mi exnovio.