Parte I: Capítulo 1

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Hacía uno de los días más calurosos que se había visto en los últimos veranos. En una menesterosa casa que se encontraba situada casi al final de un calle cerca de una colina al sur de la ciudad, se encontraba Jay Van der Bilt sentado en un rasgado y sucio sillón de la desgastada habitación. Había estado esperando la llegada de su mejor amigo por más de dos horas, lo que le tenía bastante irritado. Este le había suplicado que le esperara en casa y que por nada del mundo saliera de la ella, pues lo que tenía por decirle ante su llegada era algo bastante importante. Jay sabía que aquella clase de asunto importante debía ser algún lío en los que comúnmente su amigo solía meterse, y como siempre, del que tendría que respaldarle. Se encontraba cambiando los canales del televisor continuamente, hasta que se detuvo en un programa que le pareció un poco ridículo, pero por algunos cuantos motivos se detuvo en este.  El programa pertenecía a la cadena televisiva más importante del país y la misma se ostentaba en la ciudad donde Jay había vivido toda su vida. En el programa, que parecía ser una especie de certamen de modelaje, había una docena de mujeres bastante guapas formando una especie de arco en una adornada y deslumbrante tarima. Todas ellas le aplaudían y centraban su atención a una delicada rubia que comenzaba a caminar por el medio de todas, tras ella le seguía una castaña de piel clara un poco más alta que ella, era una joven de grandes ojos ámbar, que indudablemente era mucho más atractiva y llamativa que el resto. Esta, con una sonrisa de oreja a oreja, le cedía una adiamantada diadema a la delicada rubia y se la colocaba por encima de los lacios cabellos que le caían por los finos y pálidos hombros. No reconocía a alguna de las chicas, ni tampoco conocía el fin del programa, pero podía deducir que aquel programa se trataba de alguna especie de certamen de muy distinguidas modelos, pues todas parecían exageradamente bellas y muy finas, pues sus atuendos eran soberbios. Tanto como el público como Jay Van der Bilt, centraron su atención en la deslumbrante diadema que la cámara enfocaba cada vez más para que el resto televisivo pudiese observarla cercana y detalladamente. Debía tener una docena de diamantes incrustados de un altísimo valor, a tras cámara estos brillaban como soles y ésta cada vez más llamaba la atención del público y de las modelos que observaban con envidia a la joven de cabellos rubios.  Se detuvo fijamente a observar como el resto aquella pieza metálica que tanto brillaba, pensó en su valor y en la cantidad de formas que alguna pieza como esa podría salvarle el culo de las deudas. Imaginó algunas cuantas formas de hacerse de ella y río ante aquellas ideas infantiles, pues de ninguna manera tendría alguna pieza de diamante como esa que le resolviera todos sus problemas. La puerta sonó de varios golpes como si alguien intentara entrar desesperadamente, Jay inmutó el televisor y se dirigió a la ventana que se encontraba a la derecha del portón de metal que resonaba en un montón ruidos. La ventana estaba muy desgastada y un poco rota, que le era imposible ver hacia afuera pues la mitad se encontraba cubierta con un puñado de periódicos y revistas, y la otra mitad estaba percudida de lo vieja que era. Removió un pedazo de hojas de revista que cubrían varios agujeros hechos en la ventana y pegó un ojo para poder ver hacia el exterior de la casa. Estaba ahí, su mejor amigo Flint Charles, postrado ante la oxidada puerta de hierro y golpeando esta con desespero. Jay se despegó enseguida de la ventana y acomodó nuevamente la hoja de revista para volver a cubrirla y abrió la puerta de una para que Flint entrara.

Físicamente eran muy diferentes, pues este no debía ser más alto que Jay, pero si un poco más fornido. Su cabello, contrariamente al de Jay que era negro y lacio, era rojizo y muy ondulado. Por su lado Jay tenía unos ojos azules muy poco comunes, pues estos eran claros y celestes como el cielo, que a su diferencia los de Flint, eran de un ordinario café oscuro. Ambos se conocían desde pequeños pero tampoco se parecían en la edad, pues Jay tenía veinte años y el otro algunos veintitrés. Habían sido mejores amigos desde la infancia y habían compartido mucho juntos, por lo que existía una cínica confianza entre ambos. Flint entró por la habitación como por su casa, saludando alegremente e ignorando las miradas desapruebo y los próximos reclamos que Jay estuviese por dirigirle, pues este tendía a hacer todo tipo de cosas continuamente que a Jay le disgustaban. A éste siempre le había gustado llamar mucho la atención por cualquier pequeña cosa. Verbalmente manejaban otro tipo de vocabulario. Jay hablaba mucho más educada y cultamente que lo que Flint solía, pues a este le gustaba hablar vaga y sarcásticamente la mayoría del tiempo. Flint se derrumbó de golpe en el viejo sillón que expulsaba una polvareda cada vez que alguien se sentaba debido a lo viejo y descuidado que este se encontraba, y sin importancia a las miradas llenas de interrogativas de Jay, se dispuso a recostarse mientras este observaba en el televisor el programa del certamen que se había estado viendo en aquella habitación hasta antes der su llegada. Flint hizo un par de bromas morbosas antes de que Jay rompiera con el silencio. Bromeaba acerca del programa televisivo que se encontraba finalizando, haciendo varias muecas y ademanes ante aquellas delicadas (aunque un poco descubiertas) jóvenes que se despedían del programa. A Jay aquello le pareció irritante y desagradable.

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⏰ Última actualización: Nov 02, 2018 ⏰

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