Fiesta de tambores en el Panteón español

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Era pasada la media noche para entonces. Habiendo terminado la jornada queríamos beber a gusto hasta el amanecer, Chema prestó su departamento, ninguno quería viajar hasta Naucalpan, pero era lo más cercano disponible. Así que, por comodidad, optamos dividirnos en los dos carros, José iría al frente para guiarnos, mientras que Toño y yo le seguiríamos. Chema nunca ha olvidado comprar sus cigarros para el viaje, así que aprovechamos la parada en la tienda para adquirir las botellas. Recuerdo que no resistimos las ganas y bebimos un poco. Para no encontrar problemas con la policía, guardamos el licor en la cejuela del bochito y seguido de eso arrancamos los motores.
Íbamos zigzagueando en la avenida mientras evitábamos a los coches en dirección contraria. Para haber tomado casi media botella, José conducía el bocho demasiado bien. No sé si por briago o por idiota se le ocurrió irse por el panteón para evitar el tráfico nocturno. Era terrible la sensación en nuestro tuétano cuando mirábamos aquellas banquetas apagadas y mausoleos desolados. Quiero pensar que debido a la cerveza nos pareció oler el dulce perfume de los muertos y escuchar a las calacas golpear las tumbas con sus costillas. Toño y yo estábamos culeados por pasar allí.
― ¿Qué tiene en la cabeza este cabrón? Seguro que se le pasaron los tragos.
A decir verdad, yo andaba más pendiente de las patrullas que de los muertos, por lo que guardé mi velocidad. No podría decir lo mismo de Chema, el imbécil comenzó a pisar con ganas el acelerador, dejándonos a nosotros muchos metros atrás.
― ¡Ya se nos fue, alcánzalo!
― ¿Te has vuelto loco? ¿No viste cómo iba? Mejor márcale y dile que nos espere.
Los minutos pasaban sin que contestara la maldita llamada. Para entonces yo ya estaba armando un lío en mi cabeza pensando que el bastardo podría chocar a esa velocidad. Nuestro corazón se sentía pesado y la garganta seca.
Recuerdo aquellas leyendas que contaban los abuelos, sobre no molestar a los muertos y dejarlos dormir hasta el día del juicio. Fueran ciertos o falsos, intentaba no mirar demasiado las tumbas salientes de los muros, no me quería arriesgar a llevar un muerto a casa.
Duramos un buen rato revisando las calles hasta que encontramos el bocho estacionado en una gasolinería. Aparcamos el auto y nos bajamos.
Poco a poco se escuchaban los chillidos de Chema al acercarnos al auto. El pobre estaba llorando a cantaros mientras intentaba mantener la vista al frente. Ambos nos quedamos quietos al notar la razón de sus lágrimas.
― ¡¿Qué carajo es eso?! ― Ninguno encontraba las palabras para expresar el horror que sentíamos en el estómago ― ¡Güey bájate!
El pobre no movía ni las pupilas, parecía que había visto al mismísimo diablo, tenía miedo de lo que podría pasar si dejaba de vigilar esa mierda con el rabillo del ojo. Abrí la puerta y con ayuda de Toño lo bajé. El pobre salió temblando mientras no dejaba de vigilar esa cosa con movimientos erráticos de su cuello. Yo intenté cerrar mis ojos el mayor tiempo posible, no podía creer lo que veía.
Después de cerrar las puertas nos quedamos los tres dentro de mí auto.
― ¡José! ― gritamos varias veces mientras él seguía cubriendo su rostro con los brazos.
Como si fuera un escuincle nos contó en lágrimas lo que pasó ― Yo me andaba muriendo del miedo así que me saqué un cigarro y lo fumé, abrí mi ventana para tirar las cenizas y entonces escuché su voz, me dijo que con esa velocidad iba a chocar y que mis tripas quedarían chamuscadas en la banqueta. Él se reía cada que pasábamos por un bache insinuando que en cualquier momento iba a morir. Después de callarnos por unos minutos, se estiró y tomó los cigarros y el encendedor. Yo estaba tartamudeando pequeñas mentadas de madre y cuando me salió el hombrecito dentro, me prendió un cigarro y lo puso en mi boca para callarme, ahí fue cuando me puse a llorar.
―Y de hecho sigue fumando― dijo Toño después de asomar la cabeza.
Los tres nos encontrábamos completamente asustados, ninguno sabía qué hacer o a quien acudir, tomamos tanto tiempo pensando que incluso la cerveza se nos había bajado. El señor encargado de la gasolinera se acercó
― ¿Qué hacen acá? ¿Quieren el teléfono?
―No Don, no sé si decirle, pues nuestro problema no es fácil de entender.
― Ah chinga ¿Cómo está eso?
―Asómese al bocho de allá.
El Don tranquilamente asomó la cabeza y se regresó sin mayor alteración ―Ya veo, es ese Güey otra vez―dijo cómo si se tratase de algo común ―Si, ese cabrón le gusta venirse en los carros y ya van varias veces que lo regresan. No hace nada, pero si le gusta joder por joder. Llévenlo de regreso, le abren la puerta y solito se baja.
― ¿Nos está diciendo que no es la primera vez? No entiendo, ¿Qué clase de locura es esta?
―No es broma ni locura, enserio no es la primera vez, llevo casi cuarenta años trabajando aquí y desde siempre los del panteón han venido a saludar y comprar de vez en cuando flores y fruta de la tienda de allá.
―Pero ¿Por qué le dijo todas esas cosas a Chema de sus tripas chamuscadas?
―Muchachos no debieron beber tan noche, y menos pasar por esta tierra de tumbas negras. Te apuesto que con o sin la Calaca era probable que le pasara eso de chocar. Éstas flacas y cadáveres les gusta salir a pasear de vez en cuando, se sienten vivos o algo así conviviendo con chamacos como ustedes. Además, que no pierden chance de hacerles bromitas y maldades.
― ¿Pero por qué nadie nos había dicho de esto?
― Porque todos lo saben, tanto así que ya nadie dice nada.
―Pero, entonces ¿solo lo llevamos y ya?
―No, intenten no mirarlo y hagan como si no lo vieran, capaz le caen tan bien que se queda con ustedes y luego no hay remedio. Tampoco estaría mal en dado caso rezar un padre nuestro, pero eso sí, traten de no quedarse mucho tiempo estacionados en el panteón, podrían atraer la Calaca de un espíritu maligno o un diablo de esos que luego vagan en la noche por los panteones, este cabrón siempre se pasa de listo y se vuelve a salir, no dudo que otros lo hagan igual.
―Está bien, gracias Don.
―Buenas noches― Entonces el señor se fue a sentar a una cubeta mientras leía su periódico.
Extrañados, comenzamos a debatir por quien sería el afortunado pendejo que podría llevar el muerto al panteón. Cómo no encontramos forma de dejar contento a ninguno, fuimos los tres. Antes de abordar, abrimos la cajuela y sacamos la botella para darnos algo de coraje ― ¡Chingué a su madre quien se raje! ―Entonces dimos un buen trago por cada uno.
Primero se subió Toño, recorrí el asiento hacia adelante para pasarlo, seguido de eso, cruzó Chema. Cabe resaltar que ya se notaba más tranquilo con nuestra compañía. Yo fui elegido por el poder del águila y el sol para manejar el Bocho. Tranquilamente, tomé la vía del retorno y seguido de eso me metí nuevamente a la avenida del panteón.
Intentábamos seguir las instrucciones del Don y no hacer caso a la clara manifestación metafísica que contemplábamos, pero era más que impresionante verlo fumar con tanta naturalidad. Incluso esperé a que sacara su cabeza por la ventana y escupiera el humo para poder mirarlo con más detalle. Sus huesos eran de un precioso color perla y sonriente iba escupiendo el humo de forma educada. De cierta forma me recordó a mi abuelo, pues siempre mantuvo la misma sonrisa cada vez que inhalaba uno de esos clavos de ataúd.
Cuando llegamos a la entrada del Panteón no sabíamos de qué forma indicarle que se bajara. Entonces comencé a rezar en voz baja, no tardé en notar a José y Antonio hacerlo de la misma forma. Solo pasaron unos minutos y por su cuenta abrió la puerta. Le vimos desaparecer en la obscuridad y entre las tumbas. Al estirarme para cerrar la puerta pude volver a escuchar un jocoso ritmo y a oler un bello aroma de flores de cempasúchil. No debimos haber dado ese último trago, pues tontamente no tardamos en bajarnos para escuchar con más claridad el sonido de la música de inframundo. Toño, de ser el único con algo de conciencia no aguanto las ganas de recordarnos las palabras del gasolinero ― Cómo debimos hacerle caso.
Frívolamente nos adentramos en aquella fiesta de muertos, paseamos por todas esas lápidas y bailamos con garbanceras al ritmo de los tambores y las marimbas. Bebimos al punto de quedar casi inconscientes, y cuando nos dirigíamos al auto, una de las garbanceras tomó de la mano a Chema y se lo llevó en el Bochito.
Toño y yo despertamos en mi auto estacionado en la gasolinera. Chema había chocado la noche anterior a gran velocidad cerca del panteón. Cuentan que podían ver sus tripas chamuscadas a un costado del auto. De cualquier forma, no me preocupo por él, estoy casi seguro de que sigue fumando como de costumbre y que ocasionalmente toca los tambores en la fiesta de los muertos.


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⏰ Última actualización: Oct 31, 2018 ⏰

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