"Sutil narcótico, suave y fragante. Amor, puede hacer polvo el diamante."
El silencio era abismal, a mí me latía fuerte el corazón y miraba fijamente la puerta cerrada. No podía de los nervios que manejaba. Tenía mucho miedo de escucharle llorar, y al mismo tiempo, era lo que más quería.
Esta había sido de las decisiones más difíciles que habíamos tomado. Era ella o yo. Parecía muy simple, pero no.
Tuvimos esa discusión miles de veces. No nos gustaba tener que dividirnos así, pero era inevitable. En algún momento iba a pasar.
A mí me parecía que nadie podía hacerlo mejor que ella. Ella iba a hacerlo bien, yo no estaba preparada. Quizás sería la próxima.
Después de miles de idas y vueltas, con lo que nos había costado decidirnos, empezar a salir, darnos a conocer como una pareja formal, el compromiso, las separaciones, las reconciliaciones, la fiesta soñada. Todo había sido a nuestro tiempo, todo había sido más que perfecto.
Pero esto era distinto, era superante. Era como la prueba de fuego, teníamos miedo las dos. Capaz ella tenía un poco menos de miedo que yo.
Por eso fue que, cuando tomamos la decisión, estábamos recontra mamadas. Pero nuestros amigos se encargaron de grabar el momento y hacernos firmar un acta, como para asegurarse que esa vez iba a ser la definitiva.
Así que ahí estaba yo, con las manos transpiradas, con un cosquilleo en la panza que me daba hambre y ganas de vomitar a la vez. Me paraba, caminaba, volvía, me sentaba. Miraba el reloj, miraba el piso, me tocaba el pelo. Me paraba, caminaba, volvía, me sentaba.
Estar sola era difícil, mi familia estaba volviendo de viaje y me prometieron que iban a tratar de llegar lo más rápido posible. Así que yo tenía toda esa enorme sala blanca para mí sola. Y las puertas no se abrían nunca.
Respiré hondo y pensé entonces en todo el proceso que nos había llevado. Las visitas al médico, de la asistente social, todo el papeleo. Pensé, en esos momentos, lo fácil que era para las parejas hetero ser padres. También pienso ahora que no me arrepiento de todo el quilombo que hicimos.
Me acuerdo de las primeras ecografías, de escuchar un "pip, pip, pip", y morirme de amor al instante de solo pensar que ése era el corazoncito de nuestro bebé. Se me viene a la cabeza el verle la pancita crecer, darle besitos, ponerle la oreja encima para sentir cómo se movía cuando le hablaba.
Me acuerdo de ella llorando por cosas por las que nunca lloraba, de cómo me pedía todo el tiempo que la mimara. De las veces que me tuve que levantar en la madrugada a cocinarle boludeces porque no podía dormirse hasta sacarse los antojos.
Empiezo a llorar cuando me acuerdo de estar pintando una cuna blanca mientras ella colgaba pajaritos por todos lados, gatitos y ositos de peluche. Mientras pintábamos la pieza de verde agua y lila. De lo feliz que estaba cuando compramos el primer body.
Siento que se me hace chiquito el corazón cuando se me viene a la cabeza las veces que sentimos que íbamos a tirar la toalla, cuando creíamos que ya no íbamos a aguantar juntas, pero ahí estábamos, amándonos mucho más y con más razón. Y superando las complicaciones. Porque creímos que no íbamos a ser mamás nunca, porque lloramos tanto las complicaciones, pero lloramos más cuando todo empezaba a mejorar, y empezábamos a ver todo el cuerpito de nuestro bebé.
Bárbara se veía mil veces más hermosa embarazada de nuestro hijo. Esa mujer me hacía más feliz, no había palabras para describir lo que sentía por ella.
Tuvimos mucho miedo las dos, desde los primeros días hasta esta tarde, cuando estábamos en el baby shower con unos amigos y Bar me agarró la mano mientras yo comía un pedazo de torta, y me dijo.
- Gorda –su cara tenía una mueca rara, pero ella seguía sonriendo.
- ¿Qué pasa? –le dije con la boca llena.
- Es ahora...
- ¿El qué? –Bárbara rodó los ojos y se tocó la panza, en la que parecía que tenía guardada una piñata.
- ¿Vos sos boluda? Voy a parir, Mica –me respondió. Lo primero que hice fue reírme, pensando que me estaba cargando, porque faltaban como dos semanas para la fecha de parto. Pero por la cara de Bar, me di cuenta en seguida de que no era joda.
- ¿Ya? –le pregunté, la risa se me fue en seguida cuando ella se levantó de la silla y fue a buscar el bolso. Tiré todo rápido y despedí a los invitados, diciéndoles que les íbamos a avisar ni bien naciera el bebé. Por suerte, Bárbara me había enseñado a manejar.
Lo primero que me dijo el doctor cuando llegamos fue "Señora, tiene crema en la cara."
Bárbara seguía en sala de partos y a mí no me habían dejado entrar, más que nada porque ella les dijo que era muy probable que me desmayara, así que prefirieron ahorrarse complicaciones.
Había pasado una hora y media, y yo ya no tenía uñas que comerme.
Ya le había roto las pelotas a todas las enfermeras, y me moría por saber si era nene o nena, porque preferimos saberlo cuando naciera.
Hasta que de un momento para el otro, sentí cómo se me erizaba la piel de la nuca con el llanto de un bebé.
Nueve y cuarenta y cinco de la noche, y las puertas se abrieron.
- Señora Suárez, ya puede pasar a ver a su mujer y a conocer a su bebé –el doctor no había terminado de decir eso que yo ya estaba parada, caminando a la sala de partos.
Cuando entré, vi una Bárbara con cara de cansada, transpirada, que me sonreía de la manera más hermosa en la que se le puede sonreír a alguien.
- Amor –le dije, corrí hasta la camilla y le agarré la mano-, ¿cómo estás? ¿estás cansada? ¿te dolió mucho? ¿te duele todavía? ¿querés algo? ¿sabés qué fue? ¿te sentís bien?
- Euuu –me respondió bajito y calmada-, calmate, mi amor –me besó la mano y entonces me calmé, ella me hacía bien-. Estoy bien, solamente estoy cansada. No, no quiero nada, y no, no me dolió.
- Fue un parto soñado, re tranquilo –interrumpió una de las parteras. Yo solté todo el aire que tenía contenido de los nervios.
- ¿Y qué es? –pregunté esperando la respuesta de cualquiera en la sala.
- No sé –dijo Bar-. No quise que me dijeran hasta que entraras.
La miré con un poco de miedo. El bebé ya no lloraba y yo me moría por verlo. Y apenas un par de minutos después, apareció la partera con algo envuelto, que era tan chiquito que parecía no existir, y quedaba totalmente cubierto por la frazadita blanca.
- Les presento, señoras, a su hija –dijo, y me dio en brazos a la que, a mi parecer, era la nena más hermosa que nunca había visto.
No me contuve más. La miré a Bar, que tenía una sonrisa que no le entraba en la cara. No lo podíamos creer. Era una nena, era nuestra nena. Sentía que nada en el mundo iba a poder superar nunca este momento, y miraba a mi hija, a su boquita chiquitita y rosada, y esos ojitos cerrados, la naricita más chiquita del mundo, su pelo castaño oscuro. Era la cara de Bar, literal. Y dormía como un angelito.
- Paz –dijo Bar. Me mordí los labios y me hice la fuerte, tratando de dejar de llorar. No me salió.
- Paz Martínez Suárez –le contesté, mientras la dejaba en su pecho.
Nos dimos un pico que me hizo acordar a nuestro primer beso. Era pura magia.
Decidimos que se llamase Paz, porque era lo que nos traía.
En ese momento, entendí que por esas dos mujeres, yo daba la vida entera. Entendí el significado del verdadero amor.
HOLAAAAAA ya sé ahre
perdón por tenerlos tan abandonados, pero estoy por entrar en época de parciales y me quiero morir con todo lo que tengo que estudiar
espero que puedan entender, también espero que esto les guste sjsjksjdsj los quiero, nos leemos la próxima, beibis<3