Kaukaa, capítulo 1.

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La oscuridad se había cernido por completo sobre el reino, inundando con su negrura cada rincón del mismo entre espasmos convulsos a la luz de la luna, que se situaba regia en el punto álgido del estrellado manto nocturno.

Una refulgente figura abandona el castillo en mitad de la noche, dejando un escarchado rastro de hielo tras de si, recordándome, en cierta medida, al famoso cuento de los hermanos Grimm en que los chicos dejaban tras ellos un rastro de migas de pan. La figura avanza, casi deslizándose en la espesura obscura en la que se ha sumergido Arendelle, hasta llegar a la frondosidad más abismal del bosque, en la cual una figura negra la esperaba recostada sobre una rama.

Al principio verla entrar así en su bosque le parece un espejismo; lo saca del trance inducido en el que llevaba horas como si de una caída infinita se tratase en una de sus múltiples pesadillas de diario, haciéndole tambalearse de la rama. Llevó las manos hacia su cara, frotándosela con incredulidad, intentando eliminar el efecto nublado que sus cansados ojos le proporcionaban a su visión.

Era obvio quien era, Elsa, reina de Arendelle, alma curiosa que padece y busca su paraíso en el recuerdo de un ausente...que irrumpía en su bosque llenándolo de luz, de la luz que reflejaban sus rubios cabellos bajo la atenta mirada de la luna. Al cuervo le hicieron falta unos minutos para asimilar que se estaba adentrando completamente sola en su bosque a sabiendas de los posibles peligros que en él habitan, y sin dudarlo ni un segundo más repta por las ramas en completo silencio hasta quedar sobre ella.

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