Prólogo:

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MARCO:
         8 años...

La muerte es algo que a todos nos sobrepasa. Todos sabemos que llegará, pero, aun así, siempre es tarde para recibirla...

El tiempo da para mucho, es por eso que para nosotros es oro. Pero la muerte llega para todos, tarde o temprano.

Disparos, gritos, horror. Todo me rodea cuando finalizo la orden. La manecilla del reloj llega a las doce y aquel hombre con capucha y pasamontañas suspira satisfactoriamente. Su pistola sigue en mi cabeza y lloro pensando que soy el siguiente. Bajo mis brazos y dejo caer el arma al suelo. Soy débil. Noto como la presión de la pistola en mi cabeza se va debilitando hasta casi desaparecer y, cuando aquel hombre la retira por completo, suspiro aliviado intentando contener esta opresión que nace en mi pecho. El hombre se agacha, coge la pistola y adopta su posición de antes sin apuntarme. Las dos pistolas apuntan al suelo. De repente, comienza a reír y el sonido de su risa inunda el salón. Levanto mi vista al frente y, cuando soy capaz de moverme, le miro entrecerrando mis ojos y apretando mis puños.

—¡Sí joder, sí! —grita entre carcajadas. Después se gira para mirarme y frunce el ceño bajo mi mirada—. Oh, pobrecito, ha perdido a su mamá...

Me armo de valor para retener mis miedos en mis manos apretadas y poder contestar.

—¡Cállate! —grito. Como respuesta, él sigue riendo incluso más fuerte.

Unos pasos se escuchan en el piso de arriba. Debe de ser Nick. El hombre mira hacia el techo y vuelve a cruzar una mirada conmigo. Sus ojos son oscuros, e irradian maldad, satisfacción y un atisbo de felicidad. Su sonrisa deja a la vista sus dientes blancos y relucientes.

—Me parece que tu hermano va a ver el estropicio que has causado. Eres un niño malo, los niños no van dejando cuerpos ensangrentados en el suelo, Marco...

—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? —pregunto con los dientes apretados empezando a sentir miedo. Aquel hombre sabía mi nombre, mi edad e incluso parecía poder leerme la mente.

—No puedo decírtelo, si lo hiciera tendría que matarte y eso no va acorde con el plan. Y en cuanto a ella, digamos que era necesario, ya no podía más... —Sonríe dedicándole un gesto a su cuerpo casi sin vida en el suelo. La miro y veo la sangre que se había expandido a su alrededor. Aún respiraba, pero no podía hablar, si nadie la ayudaba no podría salvarse...

Noto cómo otra lágrima cae por mi mejilla. Una sirena suena a lo lejos, al instante la reconozco, es la ambulancia.

El desconocido se limpia las manos enguantadas mientras silba. Había dejado en los bolsillos de su chaqueta ambas pistolas para ello.

—Bueno... creo que es hora de que me marche. Disfruta de tu vida mientras puedas, huerfanito. —Ríe de nuevo mientras se dirigía a la puerta de atrás—. Ah, se me olvidaba. Ten, un recuerdo. No prescindas de ella, puede que la necesites en un futuro. —Sonríe dejando caer el arma que utilicé a mis pies.

El arma del crimen.

"Vendremos por ti...", fue lo último que dijo. Aquella advertencia aparecía en mi mente incesablemente mientras guardaba el arma en la alacena cerca de la puerta principal. Me seguía cuando me tumbé al lado de mi madre mientras la zarandeaba gritando y llorando, cuando Nick bajó la escalera preguntando qué había ocurrido...

En ese instante, dejo que el miedo me invada, relajando mis puños antes apretados que lo contenían. Los dejo reposar en el pecho de mi madre.

La policía fuerza la puerta y los enfermeros ingresan en la sala. Los vecinos habían oído disparos y les habían avisado. Nick está paralizado, yo ensangrentado. Un enfermero me sujeta y me retira de mi madre. Sus brazos sostienen mis hombros y ahora me mira fijamente. "¿Qué ha pasado?", pregunta con cierto temor en sus ojos. No soy capaz de responderle lo que necesita oír.

"Vendremos por ti..." —sollozo en voz baja antes de que me abrace.

 

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