La muerte de Mina

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        Estoy triste porque murió Mina, fue anoche cuando murió. No quiso irse sin antes despedirse de nosotros. En la algarabía de mi competencia la dejamos sola, y es que me había preparado dos meses de antelación, que no podía dejar de ir.

        Puedo decir en mi defensa que no me di cuenta que ella estaba embarazada, siempre desde chiquita tenía su pancita así. La vi varias ocasiones devorando a su presa, y luego ¡pum! ¡la panzota! Debí haberlo notado, todo indicaba que estaba embarazada.

        En realidad soy muy poco para esta especie… sino que Mina era diferente. No era de raza, pero se comportaba de modo tan singular que parecía serlo, ¡era tan educada! Se acostumbró a no entrar a la casa, cuando lo hacía solo pasaba corriendo de un lado a otro, de puerta a puerta, más tardábamos en voltear a verla para regañarla que ella en salir, ¡tan veloz como una centella! Debí suponerlo, en estos últimos días estaba insistente con permanecer adentro, seguramente buscaba un sitio cálido donde parir.

        Cuando andaba en el patio haciendo mis trajines, ahí estaban conmigo: Mina y Soki, siempre acompañándome; de él es de esperar esa forma de actuar, es su instinto, ¡es mi gran amigo! Pero ella… era tan singular.

        Soki siempre ha estado atento a la copa de un almendro, entre los platanales y el aguacate, esperando la aparición de esa ardilla socarrona, que cuando la ve inmediatamente brinca queriendo treparse al árbol para atraparla, ¡ja!, como si pudiera hacerlo, por eso la ardilla siempre se burla de él con ese chirrido tan estridente…  y Mina jugaba con la hierba, revoloteándose.

        Cuando llegaba del trabajo, ambos corrían hacía mí para recibirme. Rara vez peleaban, ella prefería tirarse de costado cuando Soki le caía de un brinco, así se evitaban las mordidas y aruñones.  

        Cierta noche, cuando fui a matar las arrieras que nos dejan pelones los árboles de noni y nim (creo que son diabéticas estas hormigas), Mina bajo al arroyo conmigo, siempre chillándome para que la esperara, era como una niña. Le llamaba por su nombre y venía corriendo moviendo la cola, tal vez se sorprendan pero les digo que era diferente; lo hacía cuando estaba contenta, así como Soki, creo que fue quien le enseñó.

        A Mina le gustaba acurrucarse a los pies de los visitantes, hasta que alguien, conmovido por su rosado hocico, su pelaje blanco y suave, y la mirada como la del amigo peludo de Shrek, la tomaba entre su regazo para hacerle  caricias mientras ella ronroneaba.

        ¡Estoy triste! Ya se los había dicho verdad. Llegamos el sábado a mediodía. Mina nunca se había ido lejos, a nuestra llegada inmediatamente comencé a buscarlos y llamarlos por su nombre, me sorprendió no ver a ninguno de los dos. Algo malo presentí, pensé que se los habían robado, Soki es muy vago, llegaría por la noche, pero Mina no se podía haber ido. Le llamé en repetidas ocasiones, no respondió, ¡algo andaba mal!

        Mientras descansaba de la paliza de la carrera, me puse a ver la repetición del maratón de Boston, no sé cómo la gente pierde el tiempo viendo el futbol o las telenovelas, yo mejor veo el maratón, y sus repeticiones… en cada oportunidad salía a llamarle. Carmen me dijo “algo huele mal”, mientras intentaba buscarla por los rincones de la casa. ¡No! ¡No podía ser eso! Escuche un par de veces un lánguido maullido, volteé a todos lados,  creí que era solo mi imaginación. De todas formas si no aparecía, al otro día iríamos a buscarla a casa de los vecinos… ¡tal vez mi cuñado se la había llevado!

        Por la tarde vi a Soki que bajaba al río con los vecinos, ah porque como le gusta bañarse, y pasear con los vecinos, son sus dueños postizos cuando no estamos en casa; llego ya casi oscureciendo, le pregunté: “¿dónde esta mina?, ¿dónde la dejaste?”, solo se limitó a mirarme con sus alegres ojos color marrón y esa alegría que le caracteriza casi sonriendo, ajeno a lo que pasaba, eso sí, muy atento por si llegaba la ardilla.

        Por la noche, cuando salí a orinar, una horda de hormigas me atacó, casi me arrancan pedazos de pellejo de los pies; no me percate que me paré justo entre sus filas, mientras marchaban para hacer una mudanza, seguramente presentían la llegada de la lluvia, hasta las pobres hormigas se equivocan con este clima tan incierto. Tomé la lámpara para buscar de dónde venían.

        Me acordé por enésima vez de Mina, grite al viento “Mina, ven, Mina”. Volví a escuchar su maullido, era muy diferente a como siempre la escuchaba, se oía algo afligida. Me alegré mucho, tenía que estar cerca, tal vez ya venía de regreso; alumbré hacia el monte de dónde provenía el maullido, volvió a lamentarse para que la oyera, dirigí el haz de luz  hacía debajo de un viejo fogón y entre la basura vi un bulto blanco, rápidamente mi júbilo se desvaneció, me estremecí al ver la silueta, ahí estaba tirada, alcance a ver sus orejitas blancas y peludas.

        Corrí a verla, “le dieron veneno” fue lo primero que pensé, todavía se movía y maullaba, tenía la mirada perdida, el hocico morado, pero no podía ser veneno, no salivaba, tenía el vientre hinchado y estaba expulsando sangre. Tal vez la habían golpeado e iba a abortar. No, simplemente no pudo parir, toqué su pancita y pude sentir tres bultitos pequeños, ya inertes, me dieron ganas de sacárselos para que al menos ella sobreviviera, ya no se podía hacer nada, ni dónde encontrar un veterinario aquí en el pueblo, y a esa hora.

        Carmen me dijo “ya deja que se muera, ya no la hagas sufrir más”, ambos estábamos tristes, Mina estaba agonizante. Al alejarme levantó la cabeza para ver que me iba y la dejaba agonizando sola para que ya no sufriera más y pudiera irse en paz, una lágrima escurrió de mis párpados, volví a voltear desde lejos, me maulló en tres ocasiones para despedirse, como diciéndome “muchas gracias Toño”.

        Por la mañana fui a verla, las hormigas comenzaban a hacer un festín con su cuerpo. ¡Estoy triste!, las infestas plagas volverán a invadirnos como cuando ella no estaba. Los ratones bailan, las lagartijas se revolotean, los murciélagos se cuelgan jubilosos ya sin miedo,  nadie tiene que arriesgarse a ponerle el cascabel; y yo, ¡estoy triste porque se murió mi Mina!

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