"Île du Diable"

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Estaba perdido

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Estaba perdido. Mis pies dolían y mi cara, quebrantada y desierta, despertaban malestar en mi. Me encontraba cansado y por alguna parte, tal vez, desorientado. La razón pudo haber sido volver a verte, con ropajes andrajosos y cabellos despeinados. No tenía idea por dónde empezar.

Te tenía frente a mis ojos, solo contemplando en medio de la luz de velas míseras, tu mirada apasionada, estabas pintando nuestra historia en los escombros a los que le llamaban paredes, de espaldas, con tu cuerpo menudo y delgado expuesto ante mis ojos, sin harapos que me impidiesen ver las cicatrices alargadas que tatuaban tu espinazo. Quería decirte tanto y sin embargo, sólo dejé que lo supieses sin oírlo.

Me quité aquella prenda superior blanca, sintiendo los costados injuriados y las costillas abultadas, y con esfuerzo silencioso, me levanté. Me acerqué y permanecí a tus espaldas en minutos que no sentí pasar, hasta que poblé tu cintura estrecha con mis manos callosas, sobresaltado tu corazón, y sin embargo diciéndome nada. Apoyé mis cabellos oro en tu hombro huesudo, aspirando cada partícula de tu olor, embriagandome sin beber nada aún. Te sentía, tibio, calmando el frío malestar que me inundaba el saber que no estabas para dormirte en mi pecho todas esas noches que pasé solo en la oscuridad, con el dolor de ir olvidando tu cara en medio de la demencia. Recuerdo aún tu profundo hablar al decirme simplemente dos palabras, "Te extraño", me encontraba junto a ti y aún así me extrañabas. Posaste tu sien en la mía y me tomaste de las manos, como si el tacto te fuera nuevo, de alguna manera llegaba a serlo.

Duramos de pie una eternidad finita, solo extrañándonos. Con pereza te giré, viendo por fin tus ojos a través de los anteojos desgastados, los quité al darme cuenta de que me impedían ver aquel gris que me volcaba el alma y me quebraba los huesos, era exactamente así como se sentía verte fijamente. Toqué tu mejilla, y delinié tus pómulos sin prisa, con cuidado de cortarme. Me acerqué de a poco hasta chocar nuestras frentes, cerré los ojos dedicándome a sentir el aire que exalavas y tus dedos en mi pecho, justo donde el Papillón se encontraba.

En algún momento tomé tus labios secos entre los míos propios, sin prisa y con temor a que terminara aquella sensación de ser arrasado por una ola gigantesca de dolor pasionado. Mi lengua húmeda remojó tu boca, despacio. Tus manos no tardaron en tomar mi cuello para arrastrarme aún más a tu encanto, más cerca, más fuerte, y mientras te besaba así como si el mañana fuera ficticio te acorralé en la fría pared atrapando entre mis dientes el sonido nacido de tu garganta, un sonido genuino y descarrilado, suave pero envenenado. Te apegué a mi pelvis, besándote al punto de querer que fueras eterno y uno solo con mi persona. Y me dediqué a encerrar en mi pecho cada uno de los sonidos que azotaban mi ser al punto de doler y subir la temperatura de mi cuerpo a puntos inexplicables, te sentí palpitante y deseoso en mi muslo también.

Ahí comprendí que me estabas dejando de extrañar. Y que al igual que yo te estabas ahogando en el impulso de ser uno solo y volver a saber a que sabe el ser amado; más que un acto carnal, era el reencuentro de viejas almas errantes y desesperadas por sentir lo más inocente que existió.

Tu piel color barniz se pegaba a mi pecho, comencé a recorrerlo con mis manos tocando los botones que adornaban el centro, haciéndote suspirar, bajé por tu cuerpo hasta la curvatura de tu espalda baja. Jadeabas en mi cuello mientras mi lengua limpiaba los confines de tus clavículas, mordiendo como queriendo matarte de éxtasis.

Tus manos rasgaban mi espalda, adolorido. Buscaste mi boca como un cachorro ciego en busca de leche, me encontraste y desesperados comenzamos a buscar la forma de aliviarnos, mediante besos erraticos sentí tu mano en mi hombría, suspirando en tu boca y desaciendome por infinita vez en aquella velada.

Acariciaste y comenzaste a bombear el centro de mi dolor, temía el poder morir allí mismo entre tus brazos por motivo de la sensibilidad en la que me encontraba, gruñí y mordí en tus oídos, como el animal que finalmente era; detuve con pesar tu mano hechizada para llevarla sobre tu cabeza y comenzar a molerme en ti, haciendo una danza de vaivén en el medio de tus caderas. Sentía mi frente sudar y mis manos temblar, mientras miraba tu rostro con miedo a pestañear y perderme un segundo de tus expresiones doloridas de placer y mejillas recorridas por lágrimas al no poder contener los sentimientos brutos que te producía tenernos ahí. Toqué aún más el cielo cuando te sentí desfallecer entre mis brazos, dejando escapar un ruido exquisito y crudo mientras dejabas caer tu cabeza en la mullida pared. Bebí de tu cuello una última vez para finalmente dejarme caer en tí, mordiendo tu hombro en un intento en vano de acallar mis quejidos al sentir el punto en donde el oxígeno deja de existir y el cuerpo se contrae tratando de expresarse.

Aún con tu mano en alto y contra la pared, anudé nuestros dedos fuertemente, respirando agitado con nuestras frentes pegadas y pechos descoordinados. Limpié tus lágrimas y besé tu boca largamente, ahí donde podía ser delicado y expuesto. Tus dedos viajaron por mi cara y sonriendo me tocaste, esta vez con manos de pasionado memorizando cada cicatriz y magulladura.

Leí de tus labios un; "Regresaste".

Y te volví a amar.

Y te volví a amar

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Papillón •(2017 remake)•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora