... La confrontación debía evitarse a toda costa, sin embargo, no estaba dispuesto a ceder tan fácil.
- En marcha - dijo.
Todos acudieron al llamado. La fuerza que la máquina recobró en ese momento fue estremecedora.
- Alineados los motores de avance. Listas las cargas de babor – gritaban en la cámara de energía.
- Preparen las armas frontales y el cañón principal - Dijo con estrépito el Capitán.
- ¡A la orden Señor! - Fue la inmediata respuesta.
Corrían unos y otros, con un tremendo esfuerzo pasaban las cargas a los costados y se preparaban para el choque.
En el puesto de observación, el vigía aguardaba el momento justo para dar la alarma. Electricidad en el aire. Ese olor tenue. El viento en la parte posterior de la nave. - Todo listo - pensó.
- Debo permanecer alerta –
Posó su ojo en el periscopio. Nada a la vista.
- Aún es pronto - se decía a si mismo observando el temblor nervioso de sus piernas.
Tiritaba como un fluido agitado. Debía estar atento, no podía fallar. Dio un giro de 75 grados a su visor. ¡Bingo! Exclamó en su mente. De repente levantó su rostro, cubierto de líquido que derramaba en dirección a la masa de mayor atracción gravitacional y estrepitosamente chocó con la parte superior de su pie una gota que lo hizo darse cuenta que estaba tomando demasiado tiempo en emitir aquella vibración sonora a través de su garganta; fue entonces cuando se percató de que estaba jadeando y gritó: ¡Es momento, nave a la vista! Repitiendo aquel mensaje con más y más energía.
El capitán pudo ver el gesto premonitorio antes de escuchar siquiera la vibración que transmitía en ese momento el sonido de las palabras que gritaba el vigía. Efecto causal de las reglas de la física, la luz es un mensajero con mayor prisa.
Tembloroso, pero con decisión, pronunció también la palabra que debía materializar en aquella orden que tanto había esperado por emitir:
- ¡Trueno! -
Fue la voz que resonó en la nube en ese momento. Fue entonces cuando todas las partículas de agua se acercaron a los bordes de la nube y dispararon su carga funesta sobre el otro copo negruzco que se estrellaba en ese momento con su nave, emparentados a la familia de los nimbos.
El choque dramático de las partículas produjo un gran haz de luz que cubrió a todos y entonces el sonido viajó a toda prisa por las moléculas del ambiente para llegar al oído del niño que tomaba la mano de su padre.
Este lo miró y dijo suavemente: - Tranquilo, es solo una tormenta eléctrica -