Hoy quisiera hablar así, sin anónimos y con sinceridad, de algo que no me enorgullece.
He vivido casos de violencia doméstica en los que, tristemente, la parte violenta he sido yo.
Vivo con mi pareja. Es la persona más noble que he conocido en mi vida. Tiene paciencia, me ama tanto o más de lo que yo lo amo a él, y siempre me ha ayudado con todo lo que he necesitado.
Tengo mis propios problemas, mis ‹‹toques››, porque sé que no estoy bien del todo. Soy impulsiva y muchas veces digo cosas sin pensarlo, hago cosas sin querer. Y lo hiero, lo hiero mucho, demasiado.
El maltrato verbal es violencia, tanto como lo puede ser el físico. Daña a la persona. La hace sentir inferior y miserable. Y es algo que, con todo el dolor del mundo, yo he hecho.
Lo he insultado y hecho sentir como la peor persona del mundo, le he exigido lo imposible y, aun así, le he echado en cara cosas como si no hiciera nada por mí. Hemos discutido y he levantado la mano contra él.
Sí, le he pegado más de una vez.
He llorado y me he arrepentido, pero todavía así seguía ocurriendo. No me medía, aún no sé si puedo.
Pero, lean atentamente, arrepentirse no es suficiente. Llorar no es suficiente, porque nunca nadie tendrá el derecho de menospreciar y hacer sentir mal a alguien que ama, menos aún a levantar una mano o una palabra en contra de él, por egoísmo, beneficio personal o solo por el hecho de estar cegado por la ira.
Más allá de eso, hay que querer cambiar. Como la persona violenta he reflexionado mucho y me he preguntado ¿por qué he hecho tanto daño?, ¿por qué he maltratado a la persona que más amo y me ama en el mundo?, ¿por qué tengo que dejar salir el odio que siento hacia mí y dañar a alguien más?
Y reflexionar tampoco es suficiente. He ido a terapia para controlar mis problemas de ira. He aprendido a reconocer las señales que dicen que me voy a salir de control. Sé que cuando me siento mareada, se duermen mis dedos y comienzo a hiperventilar necesito alejarme hasta poder recuperar el control sobre mí, porque no quiero volver a dañarlo, ni a él ni a nadie.
No sé por qué ni cómo él me ha perdonado; está en su derecho, pero no es su deber. Seguimos juntos y, sí, admito que he mejorado. Las personas tienen altibajos, pero espero nunca más volver a caer.
Tengo que confesar que somos felices y que, ahora que sé controlarme, esos episodios han quedado en el pasado; pero hice mucho daño y lo reconozco, demasiado. Si él hubiera decidido irse, yo lo hubiera comprendido porque nadie, en todo el mundo, puede obligar a otra persona a tolerar lo intolerable, a vivir suplicios que no merece.
Soy una mujer, mido un metro sesenta y dos y peso cincuenta kilos. Le he pegado a mi novio de un metro setenta y ocho, que pesa ciento dos kilos.
Los hombres también sufren de violencia doméstica.
Me gustaría que quien lea mi testimonio aprenda que los hombres también sufren de violencia doméstica, y que nadie tiene que tolerar una situación tan terrible.
También, que las personas pueden cambiar, pero hace falta trabajo duro y más que simplemente quererlo. Hace falta que estén dispuestas, incluso a buscar ayuda externa si es necesario. Solo está en su voluntad y en la de más nadie.
Por favor, nunca crean en falsas promesas ni arrepentimientos. Son las acciones las únicas que les demostrarán si vale la pena ayudar a un maltratador a cambiar o no.
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Soy más fuerte que tú - 2018
RandomBienvenidos a ‹‹Soy más fuerte que tú››, una colección de testimonios de personas, que cambiaron su vida al descubrir que eran más fuertes que aquellos que sus agresores.