Vais a llegar alto, muy alto, estoy seguro de ello, pero yo no voy a estar a tu lado. Duele, pero tu felicidad apaga ese dolor. Tus alas eran muy grandes para mi jaula. Yo nunca quise encerrarte, pero tú quisiste meterte dentro conmigo. Aunque déjame contarte un secreto, siempre mantuve la puerta abierta. Sabía que partirías a volar algún día, y necesitaba que vieras que eras libre de decidir. Pero no lo hiciste hasta mucho después, hasta que sentiste que el espacio se achicaba, que te asfixiabas, que mi mundo te era pequeño. No es por ti pero necesito poder respirar con libertad. Dijiste. Aunque no era necesario, pues ya lo sabía. Te cuidé desde el primer día. Estabas rota, los sueños se escapaban por tus grietas, y tenías tantos, que algo en mí gritaba que te ayude, que dentro de ti había algo demasiado valioso que merecía ser tratado con delicadeza. No fue fácil. No. Esa era tu primera palabra ante cualquier cosa. Hasta que los tal vez comenzaron a aparecer, no sin estar acompañados del miedo a fallar nuevamente. Quién podría haberte hecho tanto daño que ni soportabas verte al espejo, asegurando que tus fantasmas aparecían todos juntos allí al otro lado gritando que lo único que poseías eran defectos. Si solo por un instante hubieses sido capaz de verte a través de mis ojos, sé que las cosas habrían sido distintas, más sencillas. Hablabas en voz baja de cosas que en otra vida te gustaría hacer y se te iluminaba el rostro. No, no era en otra vida, lo deseabas allí mismo, pero estabas segura de que no se encontraba en ti eso que hacía falta para volver todos esos deseos realidad. Sonreír con sinceridad. Te planteé un pequeño juego, armar una lista de aquello que quisieras, que creyeras imposible, que anhelases, y eso se encontraba en el primer puesto. No te lo conté, pero exactamente lo mismo se había convertido en mi propósito en la vida. Valías tanto la pena, toda tú, que me partía el alma ver el desprecio que te tenías. Y logré las sonrisas que me propuse, aunque creo que tú no fuiste consciente de ellas hasta algún tiempo después, cuando quisiste seguir con la lista, diciendo que el primer punto era tonto, pero lo que en realidad pasaba era que sabías que lo habías logrado, pero te aterraba que el admitirlo en voz alta fuera el viento que derriba el castillo de naipes, algo simple que derrumba lo inestable. Lo dejé pasar, era una batalla para otro día, por el momento me contentaba con que lo supieras en tu interior al menos. Estudiar. Tu segunda meta. Te habían repetido tantas veces que eras una buena para nada que parecía que lo tenías tallado en el cerebro, pero querías limarlo y grabar allí mismo otro lema. Quizás sí puedo. Podía no sonar muy bueno, pero eso complacía con creces mi siguiente misión: que tengas al menos una pizca de fe en ti misma. Pasaron algunos meses, continuaste deconstruyendo lo que te impusieron para poco a poco ir armando el rompecabezas que sentías que eras tú misma. Notaste que algunas piezas, a pesar de tener los mismos colores y formas, no te pertenecían, por lo que, aunque hubiesen estado contigo durante toda la vida, debías desecharlas. Dolió, pero solían decir que todo gran cambio iba acompañado de ello, y tú te estabas reformando desde cero. Hubo recaídas. Pasaste infinitos completos en la oscuridad. Infinitos. Así acordamos decirles a esos lapsos de tiempo indefinidos, donde las emociones eran tantas que el reloj solo marcaba mentiras. Infinitos apagada, e infinitos al cuadrado estuve yo tratando de encontrar el interruptor para volver a encenderte. Resultó ser que tú tenías en la mano el enchufe, y te negabas a conectarlo otra vez. Decías que en negro todo era más fácil, cuando en realidad sucedía que la oscuridad se las había apañado para ponerte una venda sobre los ojos, y no podías ver que el conector estaba justo en frente tuyo. Te tomé de la mano y me senté a tu lado. Sí tú dices que aquí se está bien, pues aquí me quedo. Sentencié. No me lo permitiste. Batallaste y volviste a iluminar todo, tenue pero más que suficiente. Y luego el gran salto. Con lágrimas me contaste que mientras tú estabas allí abajo, un monstruo había logrado escaparse, y era de los peores. Susurros constantes te acompañaban. Y aunque ya eras capaz de ignorar todos esos miedos que murmuraban, sabías que no ibas a ser capaz de deshacerte de ellos hasta no abandonarlos de verdad. Y para eso tenías que saltar. Al abismo. Pero tus alas ya estaban curadas. Ibas a poder desplegarlas para no volver a caer. Y aquí estás. Estamos. Diciendo adiós. Sonríes. Y lloras. Y te sientes libre. Y vuelas. Lejos.