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Ese día no podía ser peor.

La mañana fue atareada, su jefe extremadamente estricto le dio el regaño de la existencia frente a todos sus compañeros de trabajo, terminó con el autoestima destruido.
Fue a comer a una pequeña cafetería con su pareja de 3 años. Recuerda haber ido al tocador a peinar su cabello castaño, recuerda salir y mirar el rostro incómodo de su novio heterocromático;
—Rompamos. — Fue lo que él dijo con cierta pesadez. Se había enamorado de otra mujer, si, una de cabello ébano y porte de princesa.
Recuerda el hueco creciente en su corazón, pero no recuerda donde dejó la certera llena del dinero con el que sobreviviría una semana más.
Marcó a su madre para decirle que dentro de la cartera estaban sus llaves, preguntó si ella estaría en casa para abrirle de favor, para su mala suerte era una quincena, y su madre esperaba el dinero ansiosa al igual que su padre, pero su empresa retuvo el dinero debido a unos fallos con su sistema de cobro.
—No entrarás sin el dinero. — Fue lo que le dijo que no dormiría en su casa ese día.

La noche estaba cayendo, lluviosa y fría.
No tenía dinero ni siquiera para salir de ahí pues toma 3 transportes, ni siquiera para llegar a rogar a su hogar para que la dejarán entrar.

Miró destrozada el celular y envío el mensaje a su único apoyo emocional desde hace 20 años desde que ella tenía 6.
Miró débilmente la respuesta de su mejor amigo “Aquí siempre serás recibida Mochi” y las lágrimas cayeron sobre el brillo de la pantalla.

El metro se detuvo, y con el poco dinero que tenía subió al transporte para llegar a la casa de su amigo.

Estaba casi vacío, era tarde 7:57 PM para ser exactos.
Habían sólo 9 personas en el gran vagón, cada una con cara de pocos amigos, fatigados o de mal humor. Temía sentarse sola, así que entre todos miró a quien menos peligroso se le hacía, optó por sentarse al lado de un hombre ceniza que dormía contra el vidrio.

Se sentó a su lado, y las emociones atacaron su alma con suma fuerza. Comenzó a temblar en un intento de contener sus lágrimas. La habían humillado, la habían dejado por alguien mejor que ella, la explotan y ridiculizan siempre que tienen la oportunidad.

Se quebró por completo y tuvo la necesidad de refugiarse.
Después de casi 10 minutos de ansiedad decidió recostarse en el hombro del ceniza, esperó un rechazo, un empujón o algo. Cerró con fuerza los ojos cuando escuchó un gruñido molesto, pero fuera de ahí, él simplemente se acomodó.

El temblor se hizo más potente, y apretó con fuerza los puños sobre sus piernas para no emitir ningún sonido en su amargo llanto.

—Déjalo salir joder.

La voz ronca y enojada la hicieron soltar un pesado suspiro, lo hizo, se acurrucó más en su hombro y lloró cerca de 15 minutos.

Estaba fatigada, cansada, dolida y triste, cerraba los ojos por leves instantes, aspirando el aroma dulce de aquél hombre.
Abrió los ojos de golpe cuando sintió la mano de el ceniza sobre la suya, acariciando con su pulgar dándole ánimos. No lo entendía, pero siempre gustó de ser llenada de mimos, así que sólo suspiró y se dejó querer, se sentía completa y cómoda.

Aunque su corazón casi se detuvo cuando él llevó su mano a su mejilla, movió su cabello castaño y ella pudo verlo perfectamente al rostro; De ojos rubí y un ceño fruncido pero a la vez extrañamente relajado.
No dijo nada, simplemente lo miró unos minutos antes de que la vergüenza atacara sus mejillas regordetas.

Tomó valor, y agarró el brazo del cenizo y lo envolvió con los suyos para sentirse más ajena a él.

—Oye cara redonda.

El apodo le cayó perfecto y levantó la cara para mirarlo.

—Me bajo en la próxima estación.

Lo miró a los ojos, y asintió nerviosa.

Se pegó de nuevo a él, mientras era aún acariciada por los dedos de él sobre sus almohadillas. Jugaban sus dedos.
Los minutos pasaban, y un nudo apretaba su estómago cada vez que se hacía consiente de lo poco que faltaba para que la próxima parada llegara.

—Oye, ya estoy cerca. — Habló serio acomodando los largos mechones castaños de la chica al lado de su cara, la miró un segundo y se levantó. —Ádios cara de ángel.

Quería pedir su número, quizá su nombre, pero él le plantó un beso en la comisura de los labios y caminó a la puerta de salida. Sólo unos metros y podría gritarle su número, pero se quedó estática. Él sonrió de lado y salió del vagón.

Regresó la vista al frente, y buscaba una explicación para lo que acababa de pasar
¿Qué clase de experimento social acababa de vivir?

La última parada, y bajó para salir corriendo entre las calles obscuras hasta el hogar de su amigo. Se detuvo en seco cuando salió de la estación, apretó su pecho, sentía como si acabara de perder a la persona más importante de su vida, como si le arrancaran la mitad de su corazón.

—¡¿Por qué!? ¡¡Ochako eres una tonta!! — Se insulto a sí misma mirando hacia atrás.

Era la primera vez que tomaba ese metro, y obviamente la última. Eso era ¿De esos momentos que sólo se viven una vez? ¿Tenía que recordarlo solamente?

—Hey, Mochi.

Miró ansiosa al frente. —Eijiro.

Caminó a su lado, pero de nuevo se detuvo a mirar hacia la estación «Cabello rubio ceniza, ojos rubí, ceño fruncido, quizá media 1.70 y amable» pensó con ansiedad, quería correr de regreso y gritarle gracias ¡Gracias! Y quizá abrazarlo muy fuerte, y decirle lo mucho que le agradecía haber estado ahí, ahí, simplemente ahí.

Se enamoró en menos de una hora, se enamoró de unas pocas palabras, de unas caricias en las manos, de una mirada rojiza, de una persona fugaz qué quizá nunca volvería a ver.
Fue inexplicable, fue inaudito, improbable y alentador cómo sólo en una hora en la que estuvo al lado de esa persona la restableció por completo, y ahora deseaba con todas sus fuerzas encontrar ese  efímero momento y volverlo longevo.

—¿Sucede algo? — Se detuvo el pelirojo mirando a su mejor amiga ansiosa con la vista perdida en la estación subterránea.

—Si.

—¿A dónde vas?

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora