Miro por la ventana hacia la oscura y solitaria calle como cada noche. Me dijiste que hoy vendrías, así que aquí estoy esperando. Mis párpados comienzan a caer cuando el reloj de la plaza da las campanas indicando la medianoche. Analizo de nuevo la calle y un destello plateado rompe la monótona negrura. Ahí estás, bajo mi ventana mirándome. La oscuridad pierde consistencia y se hace más clara;el asfalto, los árboles y las señales se desdibujan para que mis ojos solo puedan enfocarte a tí. Me miras sonriendo con tus ojos grises y tu pelo plateado, casi como si de un ángel se tratara. Te devuelvo la sonrisa y bajo las escaleras de mi casa para reunirme contigo. Y así, comienza el recorrido de dos ingenuos que pretenden iluminar una ciudad con palabras.
Caminamos y al doblar la esquina comienzas a contarme lo que has visto y escuchado hoy; me cuentas los secretos que las olas susurran velozmente a las piedras antes de volver al mar, comentas los olores q ha traído el viento y los recuerdos que han recuperado ciertas personas al olerlos, describes la risa de los niños en un parque que han contribuido a que el canto de las palomas no fuera tan aburrido.
Así, va transcurriendo la madrugada y nos cruzamos con las horas que van pasando por la avenida, las ignoras y entre risas me cuentas que el trueno ha vuelto a retar al rayo a una carrera y, como siempre, ha acabado perdiendo.Nuestro paseo termina en la puerta de mi casa, subes y me arropas con las mantas protegiéndome de la brisa que ha logrado colarse. Como cada noche, te sientas y adquieres esa actitud tan solemne que siempre utilizas para contarme el pasado que te han mostrado ese día las estrellas. Sin embargo hoy me dices que va a ser diferente, que la Luna te ha contado un cuento increíble que tengo que escuchar. Con un susurro comienzas:
–Érase una vez un niño que vivía en el cielo, pasaba el tiempo observando lo que sucedía en la tierra ya que solo podía pisarla durante unas pocas horas. Un día durante su descenso vio a una niña, que brillaba entre la oscuridad de la ciudad, mirando por la ventana. Sus ojos verdes observaban la negrura como si esperara algo, o a alguien. A partir de aquel día, el muchacho iba a observarla buscando algún pretexto para hablar con ella, hasta que finalmente se armó de valor y situándose bajo su ventana sonriendo le comentó lo que había visto ese día. Así descubrió que con cada pequeña anécdota que él relataba, más se iluminaban los ojos de la muchacha. Atraído por su brillo el niño volvía a visitarla cada vez que pisaba el suelo...–.Tu voz se va desvaneciendo, yo me quedo dormida. En mi sueño, veo la olas de la playa, huelo recuerdos en el aire y escucho canciones de niños riendo mientras que, desde el cielo, un ángel con ojos grises y cabellos color Luna se aleja batiendo las alas "mañana a la misma hora" me dices.
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Relatos cortos
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