Caminé por la angosta calle para alejarme del bullicio que experimentaba el epicentro del mercado en la plaza mayor.
Los puestos que todavía habían a mi alrededor rallaban los límites de lo legal impuesto por la Inquisición. Aceleré mi paso, no quería relacionarme con nada que tuviera que ver con ellos. No quería morir ahorcado. Cada vez se ponen más estrictos y supesticiosos a la hora de tratar con las cosas que escapan a su entendimiento.
La semana pasada habían ahorcado a la esposa de uno de mis vecinos por haber ido a los lindes del bosque a recoger unas hierbas para curar el resfriado de su hijo.
Unas toscas manos estiraron la tela de mi viejo abrigo. Giré rápidamente sobre mi mismo por si acaso se trataba de uno de los tantos ladronzuelos que ejercían su oficio por esos lares. Pero en lugar de eso me encontré con una fornida mujer que se había estirado lo máximo posible sobre su parada para poder detenerme.
-Señor- dijo la mujer aún sin soltarme- Usted tiene pinta de ser una persona curiosa. Por medio centavo le leo las manos y le predigo su futuro.
-No será necesario, grácias- respondí lo más amablemente posible mientras tiraba suavemente de la manga de mi abrigo para poder irme lo más rápidamente posible de ahí. Pero la testaruda mujer no me soltaba.
-¿Y qué tal alguno de estos amuletos para ahuyentar a los malos espíritus?- preguntó mientras con su mano libre señalaba los colgantes que exponía.
-No grácias, no necesito nada, ya estoy bien así.
La mujer cambió su agarre de la tela de mi abrigo a mi brazo. Tenía mucha fuerza, estaba seguro que se me quedarían marcados sus gruesos y huesudos dedos durante un tiempo.
-Compre algo por dios, necesito dar de comer a mis hijos. Si no me compra nada me veré obligada a ir al bosque a coger frutas y si me pillan me colgarán, y mis hijos quedarán huérfanos y en la calle. Morirán, y entonces yo le haré la vida imposible hasta el dia en el que muera. Compre algo o mis hijos morirán y usted será un desgraciado por el resto de sus dias.
Todo eso lo dijo clavando sus oscuros ojos en mis grises irises, ejerciendo aún más presión sobre mi brazo, si es que eso era posible.
-Está bien- dije por miedo a una inminente ruptura de hueso- deme ese pergamino de ahí.
Tan pronto como me soltó acaricié mi dolorido brazo sin querer ocultar mi disgusto frente a esa mujer. Necesitaba mis dos brazos para seguir haciendo zapatos.
-Aquí tiene señor, son cinco centavos y medio.
Saqué una pequeña bolsa de cuero del interior de mi abrigo y le di el pago exacto mientras cogía mi nueva adquisición que, como mucho, me serviría para hecharla al fuego, ya que no sabía leer.
-Vuelva cuando quiera- me despidió la mujer.
-Nunca- dije mientras me alejaba.
Menuda experiencia, al menos ahora sabía que era mejor soportar el bullicio del mercado que evitarlo yendo por los callejones que desembocaban en él.
Si en ese momento hubiera sabido las tempranas consecuencias que me acarrearía esa compra obligada, hubiera dejado que esa mujer me rompiera el brazo.
Cualquier cosa era mejor que morir ahorcado publicamente en la plaza del mercado por el contenido de un pergamino que nunca llegué a descifrar.
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EL ORIGEN DE LAS PALABRAS
RandomSi en ese momento hubiera sabido las consecuencias, habría dejado que esa mujer me partiera el brazo.