El bullicio que formaba la gente que se paseaba por la tienda la estaba volviendo loca. Amaia levantó la vista de la pequeña chaquetita blanca de borreguillo y observó como la larga cola que se extendía frente al mostrador de las cajas no había avanzado un ápice desde la última vez que se había fijado.
Tiró la prenda con desgana dentro de la bolsa donde cargaba con toda la ropa que había cogido y empezó a abrirse paso entre la muchedumbre para encontrar a Alfred. Sentía que los pasillos de aquella tienda eran demasiado estrechos para caminar por ellos estando embarazada de ocho meses. ¿Nadie había pensado en dejar más espacio en una tienda con ropa de bebé? Era bastante obvio que por allí iban a pasar mujeres con más barriga que altura.
Con la cara hirviendo por la mala leche que llevaba encima, pudo comprobar como un sonriente Alfred se acercaba hasta ella prácticamente dando saltitos. Frunció el ceño y pensó en el gusto que le daría quitarle esa felicidad de la cara. ¿Por qué estaba tan contento? Seguramente era porque se veía los pies si miraba hacia abajo y podía sortear todas las estanterías llenas de tutú brillante sin hacer malabarismos. ¿Quién le compraría semejante horterada a sus hijos o hijas? Mentalmente añadió el tutú y la purpurina al mismo cajón que las lentejuelas, para ser concretos, al cajón del olvido. Como su madre osase aparecer por su casa con alguna de aquellas cosas le cerraría la puerta en la cara.
- ¿Te pasa algo, cucu? ¿Quieres que nos vayamos ya? - preguntó Alfred sin perder la sonrisa.
- Quita eso de tu cara y a lo mejor las cosas mejoran - masculló Amaia lanzando la bolsa que llevaba a los brazos de su marido.
- ¿De la cara? ¿El qué? - cuestionó intrigado tocándose las mejillas.
Amaia gruñó y emprendió el camino hacia las cajas, lo único que quería era un helado, un masaje en los pies y un orgasmo, tal vez no exactamente en ese orden. Paró al final de esa larga serpiente de gente ruidosa y llevó las manos hasta la parte de abajo de su barriga, ojalá pudiese apoyarla en algún sitio. Alfred llegó hasta ella y la abrazó desde atrás, llevando sus propias manos al mismo lugar donde las tenía su mujer.
- ¿Quieres ir a sentarte? Puedo hacer solo la cola - ofreció el chico hablándole al oído.
La respiración de Alfred en su oreja y el tono que había usado al susurrarle consiguió erizar la piel de todo el cuerpo de Amaia. Se apoyó en su marido y cerró los ojos para concentrarse solamente en tomar aire y dejarlo ir. Llevaban una semana sin sexo, para ser más específicos, llevaban sin tocarse íntimamente desde que Javiera se había instalado en su casa. A pesar de insistir una y otra vez en que no era necesario que se tomase la molestia de quedarse con ellos, la mujer había aparecido sin avisar, soltándoles el rollo de las madres primerizas y la suerte de poder tener una enfermera en casa. Obviamente, habían tenido sexo estando sus padres en casa, el problema era que Javiera entraba en la habitación sin llamar a la puerta en cualquier momento del día. De hecho, una vez estuvieron a punto de caramelo, Alfred se encontraba debajo de las mantas, llegando a su destino final entre las piernas de Amaia, cuando Javiera irrumpió en la habitación diciendo que le había parecido escuchar unos ruidos extraños. Eso había sido de madrugada, cuando creían que la mujer llevaba horas soñando. Así que no se habían vuelto a atrever a hacer absolutamente nada. Nadie podía llegarse a imaginar lo que Amaia echaba de menos poder follarse a su marido en la ducha, detrás de una puerta con pestillo.
La cola no avanzaba y las dos mujeres que había delante de ellos estaban discutiendo porque una tercera había llevado al niño en vestido al colegio. Alfred tarareaba una canción alegre mientras con una mano le sostenía la barriga a su mujer y con la otra dibujaba figuras abstractas en ella.
- ¿Les importaría dejar de decir estupideces? - espetó Amaia enfadada a las dos mujeres que discutían - Ya es suplicio suficiente hacer esta cola como para encima tener que escucharlas.
- ¿Disculpa? Creo que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas y mucho más intervenir en ellas - dijo la mujer rubia con voz altiva.
- Si no gritasen, tal vez habría podido evitar oír las barbaridades que decían, créame, no las escuchaba por gusto - atacó Amaia furiosa.
- Ves, Caye, lo que yo te decía, ¿cómo van a salir las pobres criaturas con madres así? - suspiró la de pelo rizado.
Alfred se tensó detrás de su mujer, habían estado batallando con problemas de inseguridad durante todo el embarazo, lo último que necesitaban era enzarzarse con esas mujeres, que presentía no les traerían nada bueno. Con delicadeza, dejó dos besos en la frente de Amaia y la apretó ligeramente contra sí mismo en una clara señal para que reculase y dejase de hablar con aquellas señoras. Amaia arrugó los labios queriendo decirles cuatro cosas más, pero comprendió que Alfred tenía razón, no valía la pena, así que echó la cabeza hacia atrás y le miró a los ojos haciéndole saber que no entraría en ninguna discusión.
- Por lo menos aún quedan hombres de verdad - murmuró una de ellas - A las niñas como ella hay que frenarles los pies - afirmó con orgullo mirando a Alfred.
- Ciertamente Dolo, aún ha tenido suerte la muchacha - Le dio la razón a su amiga.
"No me jodas" murmuró Alfred soltando a Amaia, lo único que le faltaba era ir dando esa impresión por el mundo. Sin que nadie lo esperase, debido al cabreo perpetuo que llevaba la chica desde que habían entrado al centro comercial, Amaia se echó a reír. Por supuesto que aquellas mujeres no iban a concebir un tipo de relación donde el hombre no fuese el que mandaba. Por lo menos habían tenido razón en algo, Amaia tenía la gran suerte de tener al lado a alguien como Alfred, no por los motivos que creían ellas, si no por cada pequeño detalle que le hacía ser único y especial en un mundo donde hacían falta muchas más personas como él.
Mientras se dirigían hacia el coche para volver a casa, Amaia aún seguía riendo. Alfred debía reconocer que le encantaba verla así, ya que llevaba varios días más apagada de lo normal.
- ¿Quieres que recojamos a Javi y vayamos a comer por ahí? - propuso Alfred mientras cargaba las bolsas en el maletero.
- Quiero que enviemos a mi madre a hacer un recado a la otra punta del país, no irme a comer con ella - dijo Amaia volviendo a su semblante serio, tan habitual en los últimos días.
Alfred se acercó a ella después de cerrar la puerta y la abrazó, mirándola fijamente a los ojos.
- ¿Eso es lo que te pasa? ¿Por eso llevas casi toda la semana tan... enfadada? - preguntó sin saber muy bien que palabra usar.
- Creía que íbamos a hacer esto solos, que podría romper aguas en medio de la noche y tú te pondrías histérico buscando la mochila que preparamos para el hospital, que podríamos disfrutar de noches de peli y mimos en el salón de casa, que podríamos hacer el amor cuando me desvelase en medio de la noche... - acabó susurrando Amaia, sintiendo como se iba poniendo triste.
- Lo sé, cielo. Intentaré hablar con ella cuando lleguemos a casa, ¿vale? - respondió Alfred besándole las manos.
- A mí no me escucha, le he dicho mil veces que necesito estar a solas contigo para hacer esto, pero no razona - bufó Amaia caminando hacia el asiento del copiloto.
- Pues tendrá que hacerlo, no quiero que pases las últimas semanas de embarazo así - afirmó Alfred encendiendo el coche.
Con un suspiro de resignación, Amaia se abrochó el cinturón preparada para volver, sabía que no conseguirían nada hablando con su madre, pero no iba a romperle la ilusión a Alfred.
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¡Estamos de aniversario! No podía pensar en un día mejor para actualizar que este, en el cual he estado rodeada de purpurina y vomitando arcoíris.
Si queréis seguirme en Twitter (12Lalila) veréis que llevo todo el día siendo un bot de retwittear y dar "me gusta" a todo lo relacionado con City of Stars que aparece por mi tl.
Dicho esto, espero que os guste el capítulo. Mi ritmo de actualizaciones va a seguir siendo bastante lento, lo siento.
¡Muchísimas gracias por todo!
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Ya no puedo inventarlo
FanfictionDicen que la vida está llena de recuerdos y personas que se asocian a ellos. Amaia y Alfred irán descubriendo que encontrar a alguien que comparta todos los momentos importantes de tu vida es un regalo que no se puede dejar escapar.