Capítulo Único

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Park Jimin.

Un nombre común para un chico igual de común.

Fuimos compañeros de clases en la secundaria, asistimos al mismo campus en la Universidad y éramos vecinos.

Teníamos amigos en común y podría decirse que también lo éramos. Nunca habíamos estado a solas, o hablado por chat privado. Pero siempre nos veíamos en grupo, en clases o en la tienda de la esquina. Su mamá y mi mamá se saludaban en la calle, y nos likeábamos las fotos en instagram.

Park Jimin era un chico normal. Talentoso para bailar, tranquilo al hablar y delicado al moverse. Rubio, con un sentido de la moda normal, de manos pequeñas y muchos amigos.

No destacaba en la uni, ni quería hacerlo.

Tenía una vida normal y feliz, de padres casados y con una posición económica estándar.

Nunca había llamado mi atención. Pero yo si la de él, y lo sabía.

Trataba de evadir sus miradas de soslayo y fingía ante todos que no notaba sus sonrojos cuando me tocaba sentarme a su lado en la cafetería.

Yo había sido un hijo de puta, y lo aceptaba. Jimin no se había merecido el trato que le di en un principio.

Porque cuando me aburrí de mi novia, había decidido que sería una idea muy buena y entretenida el enrollarme a Jimin. Porque tenía buen culo y estaba coladito hasta la médula por mí.

Lo besé, lo follé, lo llevé al cine, lo ignoré, le dije que lo quería, lo llevé a citas, lo engañé con otras personas.

Y Jimin siempre me perdonaba todo, porque era tan fácil como llegar con un par de flores y palabras bonitas para tenerlo a mis pies de nuevo.

Sabía que no lo quería como él a mi. Pero con el tiempo algún tipo de apego se desarrolló y las ganas de verlo reír se hicieron más fuertes que el querer engañarlo con alguien más.

Dejé de ignorarlo, dejé de engañarlo, dejé de tratarlo mal. E inconscientemente me convertí en el novio ideal que Jimin tanto quería.

Había sido un premio gordo para Jimin. El chico que le gustaba ahora también gustaba de él.

Lo que nunca pude hacer, fue sacarle la tristeza en los ojos cada vez que me decía:

-Te amo, Jungkook.

Y yo no podía responderle que también lo amaba.

Porque no lo hacía.

Lo quería muchísimo, pero no podía decirle que lo amaba cuando no era así.
Ya había sido suficiente de tantas mentiras y engaños, y creía que él se merecía un "Te amo" verdadero, y no por lástima o impulso.

Hasta esa noche.

Es chistoso cómo la vida da vueltas y cambia todos tus planes de forma drástica.

Un año había pasado de nuestra relación. La cena, los besos fogozos y el sexo no faltaron.

Esa noche Jimin había estado diferente, y yo igual.

Todo había sido muy lento y pasional. La piel se me ponía de gallina con su toque y sus besos me sabían a miel.

Los te amo salieron de nuestras bocas como si fuera totalmente natural. Y sus ojos bañados en lágrimas de felicidad brillaban como estrellas en la noche.

Recuerdo haberme dormido en su pecho, sintiendo las caricias de sus manos en mi cabello. Y esa noche soñé con él, con una vida juntos y me había gustado.

Cuando desperté fue todo como un sueño, o una pesadilla.

Recuerdo, esa fue una mañana muy fría, un sábado de febrero. Habíamos tenido un sexo más dulce que el caramelo. Y luego desapareció, para no volver nunca más.

Su ropa no estaba, sus cosas tampoco, ni el lío que habíamos hecho en la sala la noche anterior entre besos y caricias. Su característico olor a Jazmín permanecía sutil sobre mi almohada, y esa era la única prueba que tenía de que él efectivamente había estado anoche, al igual que las marcas de sus besos en mi piel.

Su teléfono ya no estaba en mis contactos, ni los chats, ni las fotos, ni las redes sociales.

Nada. Era la nada misma, como si nunca hubiera existido.

Estuve días tratando de contactarlo, preguntando por él a conocidos, buscándolo en la Universidad y el barrio.

Y de nuevo, la nada misma.

La muerte de un ser querido es algo horriblemente doloroso, pero al fin y al cabo es algo. Algo concluido, sin vueltas. Un fin. En cambio su desaparición es una puerta abierta hacia la eterna expectativa, hacia la no respuesta, la incertidumbre y no hay cabeza ni corazón humanos que puedan sufrirla sin acercarse al delirio. 

Y así pasó. Porque no pude verlo apropiadamente cuando estaba aquí. Y ahora que se fue, lo veo en todos lados.

Cuando menos me di cuenta, su imagen se repetía una y otra, y otra vez en las nubes rojizas del atardecer, tras la cortina oscura de mis párpados, donde sea que mis ojos se posaran. Él estaba presente en todo. En las amargas tazas de café de la mañana, en las fotografías oscuras y borrosas de mi estudio, en las gotas pesadas de lluvia en mi ventana, en la interminable fila de rostros sin miradas rondando por la calle. Y cada vez, era como si mi corazón... como si todo ese dolor se hiciera más agudo e insoportable.

No entendía.

Quería escucharlo otra vez, pero a la vez no. Quería... verlo otra vez más, pero a la vez no.
¿Cómo se llamaba esta sensación?
¿Cómo se llamaba este sentimiento?
¿Podría ser amor? ¿Desprecio? ¿Anhelo?

Lo único que sabía era que dolía. Dolía como la mierda.

Había perdido la cabeza. La había perdido por el.

Lo había perdido a él.

Ahora él ya no estaba y no iba a estar tampoco.

Y así pasaron los días, los meses, los años.

Escribía su nombre en los márgenes de mis hojas y hacía el amor con mis parejas pensando en él. Di el sí ante Dios con su sonrisa brillando en mi memoria. Y finalicé mis días, contando a mis nietos historias sobre un bailarín. Un brillante y bello bailarín, que olía a jazmín y desaparecía mágicamente en frías mañanas de febrero.
Dejando nada más que su recuerdo y besos dulces como la miel.

Fin.

Fade Out [OS JiKook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora