Un encuentro inusual

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Hoy hace mucho frío. El olor a papel de libro y el sonido de la lluvia me traen mucha nostalgia, como siempre. Por alguna razón hoy mis dedos buscan mi tomo favorito de Quiroga, como recordando el día más lluvioso que he visto, y también el más bonito.

Aquella tarde yo era la única persona en la biblioteca, era feriado y todos se habían ido a la playa o de fiesta. A nadie debe haberle hecho gracia la lluvia que cayó a pesar del pronóstico de día soleado. Me encantaba tener aquel maravilloso mundo de libros durante un día lluvioso porque era como separarte del mundo real y tomar prestado cada lugar que te ofrecía cada tomo. Me encantaba y hoy lo tenía para mí solo, o eso creí. Mientras disfrutaba de una placentera lecura, alguien tocó mi hombro. Por un momento pensé que era la bibliotecaria que venía a decirme de nuevo que se me habían pasado las horas y que ya tenía que cerrar, como usualmente ocurre. A mi espalda estaba una bella chica de cabello rojo, ojos azules y con el rostro lleno de pecas. Usaba un vestido negro hasta las rodillas y tenía mangas transparentes que le pasaban un poco de las muñecas.

No puedo decirlo con certeza, pero creo que ella, al igual que hice yo, me sondeo al verme. Nos estuvimos observando el uno al otro por espacio de dos segundo, aunque se sintió más largo.

– Hola. ¿Cuál es tu nombre? –me preguntó

– Damian, ¿Y el tuyo?

– Soy Aura, es un placer Damian

– Es un gusto. ¿Puedo ayudarte, Aura?

– Sí. ¿Quieres acompañarme? Estoy buscando alguien con quien charlar en este enorme lugar y no parece haber nadie –me dijo con la cabeza inclinada y una media sonrisa.

Me quedé mirando a esta chica mientras pensaba en que su comportamiento me pareció, si no extraño, sí fuera de lo común. Nunca he sido del tipo sociable y no hace falta decir que tampoco soy de los que las chicas suelen buscar, pero algo me agradaba sobre esta chica, me pareció sencilla y con una buena vibra.

– De acuerdo. ¿Quieres enseñarme lo que has leído hoy? –dije al tomar mi mochila y mis libros.

– Seguro, ven acá, me dejé todo en una mesa más al fondo de la sala –respondió dándome la espalda y guiándome a su lugar

El escritorio estaba por lo último del salón donde no habían ventanas y todo lo que tenías para iluminarte era una linterna. Acomodé mi mochila y mis libros junto a los suyos antes de sentarme pude ojear una historias de terror de Quiroga junto a un tomo de Stephen King. Genial. Una amante del terror.

–Se nota que te gusta tu privacidad –dije en tono de broma

– Pues sí. ¿Pero a quién no le gusta tener su propio espacio privado de lectura en un día tan bonito? –dijo como si fuera lo más obvio del mundo

– Tienes un interesante concepto de bonito, considerando que llueve a cántaros afuera

– Eso es lo mejor. La lluvia te separa de lo que ocurre afuera como si realmente no hubiese nada más que lo que tenemos entre estos libros.

Gracias a Dios que no podía ver mi propia cara porque oir eso debió dejarme una expresión de sorpresa bastante estúpida.

– ¿Dije algo malo? –preguntó muy extrañada

– No. Nada en absoluto –respondí con media sonrisa antes de sentarme y ella se quedó ahí viéndome un segundo

Estuvimos platicando toda la tarde sobre libros, sobre historias, y sobre nuestras propias vidas. Es curioso cómo nos parecíamos en modos tan inusuales. No veníamos de familias parecidas ni teníamos amistades parecidas. Ni siquiera teníamos muchos libros en común, pero era fácil hablar el uno con el otro. Fue raro sentir que el enorme salón donde estábamos se había vuelto un pequeño cuarto en el que solo estábamos nosotros. Los libros y las mochilas habían quedado desterrados al borde de la mesa y entre nosotros solo había un cuaderno donde anotábamos ideas extrañas. Resulta que compartíamos un extraño gusto por escribir sobre criaturas de pesadilla que se metían en las persona, o como mínimo, en sus sueños.

La noche llegó demasiado rápido y la bibliotecaría nos regañó por no haber salido en el momento que había apagado las luces. Tomamos todo de golpe y nos fuimos antes de que no betara de por vida.

Cuanod estuvimos ya afuera nos reímos a carcajadas de cómo nos había hechado como a unos niños por andar tan distraídos.

– Bueno. Debo correr o perderé el último tren... –dijo con cierto cansancio.

– Sí, yo tengo que tomar el bus o tendré que esperar otra hora –respondí como por decir algo, auqnue no me quería ir.

Las calles estaban solas y no iluminaban unas pocas farolas. Me quedé ahí un momento pensando en qué más decir, o si debía decir algo. Al final éramos solo dos extraños que se habían que habían tenido una buena plática y no esperaba que ella tuviera ganas de verme denuevo.

– Oye, quiero que tomes este cuento, Nunca será siempre, es cortito y me gusta mucho, pero lo saqué de la biblioteca así que no te olvides de devolverlo ¿Vale? –dijo con una sonrisa en la que vi mucha ternura.

– Vale, lo leeré y en otra ocasión te cuent qué tal me pareció.

– Genial, entonces me voy yendo, tal ve te vea luego. –dijo mientras se daba la vuelta y se marchaba corriendo.

De camino a la parada del busdecidí abrir el cuento para ojearlo un poco y me encontré con unapequeña nota que hacía las veces de marcapáginas, y decía: No le doy mi númeroa los extraños, así que aquí abajo te dejo mi e-mail. Si te gusta el cuento, escríbeme y cuéntame qué te ha parecido, nos estamos leyendo Damian.

De repente la fría noche se hizo más caliente y me costó un poco el no sonreír durante todo el camino a casa. Mi expresión debió ser por demás rara ya que el conductor del bus se me quedó mirando un poco extraño cuando subí. Sin embargo seguro descartó cualquier pensamiento dando por hecho que mucho loco toma el bus de noche. Al llegar a casa y tomar una buena reprimenda sobre qué hacía llegando a estas horas sin siquiera una llamada, finalmente pude irme a mi cuarto, me sentía un poco mal de no haber avisado nada pero honestamente no tenía la cabeza del todo puesta esa noche. Me recosté en la cama, encendí la luz de mi mesa, y empecé a leer.

– Nunca será siempre...

Un encuentro inusualWhere stories live. Discover now