lv
En 1458 CS, tres años antes de que Romili celebrase su aciaga primera audiencia con la reina papisa Cyrstin ll, el mundo se tambaleaba ante el ascenso de los biolitos. Hacia falta unidad, pero solo habia discordia. La línea dura argumentaba que habia que unirse a la resistencia contra la amenaza de los biolitos.
Los aislacionistas replicaban que lo mejor era retirarse hasta que los biolitos perecieran y su amenaza se desvaneciera como una tormenta de verano. Solo el rey papa Michael Vorg habia logrado evitar que las desavenencias entre los dos bandos diesen paso a un conflicto violento e irracional. No es de extrañar por lo tanto que los clanes se fueen cada uno por su lado, lanzándose a gritos argumentos irreconciliables, cuando el rey huyo del palacio papal.
Cuando eso ocurrio, la nación de Til Vorg entro en un periodo de gran turbulencia, al igual que el resto del mundo. Los enfrentamientos entre los elfos se volvieron cada vez mas graves. Algunos clanes llegaron incluso a declararse independientes. Mientras sucedia todo esto, la amenaza de los biolitos no dejaba de crecer.
Oculto en su destartalado escondrijo de Logos, Michael Vorg sabia exactamente que se necesitaba para salvar a su nación y al mundo entero del desastre: solo un descendiente de Edin Rose, la famosa Santa del Bosque, lograría unir a los clanes y plantar la semilla de la esperanza. El depuesto rey oraba incansablemente para que el descendiente de la Santa no tardase en manifestarse.
V
El estruendo de la batalla resonaba en las enramadas de la Selva Negra. Los cadáveres, aun calientes, se amontonaban desordenadamente bajo los arboles y el tibio viento acarreaba el acre olor de la sangre. El ejercito, con su joven líder Cyrstin a la cabeza, se adentraba en el bosque en sus monturas níveas, hendiendo testas de enemigos a su paso.
Iban buscanso a alguien y lo encontraron finalmente allí donde el bosque era mas espeso, donde la vegetación era tan densa que no dejaba penetrar la luz del mediodía.
-Mayard, jefa de las Bailarinas de la Muerte –exclamo Cyrstin mientras desmontaba-, no eres fácil de encontrar.
Cyrstin se expresaba con la autoridad refinada de un miembro de la nobleza. Su tono comedido chocaba con el campo de batalla.
-Soy la descendiente de la santa del Bosque –prosiguió-. La sangre de Santa Edin corre por mis venas. El clan de las Bailarinas de la Muerte se arrodillara ante mi y me rendirá pleitesía.
Por toda respuesta, la jefa de las Bailarinas de la Muerte solto un bufido, mordiéndose el labio.
El clan de Mayard contaba con casi diez mil miembros, todas ellas intrépidas bailarinas. Aun asi, aquella guerrera y su puñado de hombres a caballo habían logrado atravesar sus filas como el viento atraviesa las hojas. De no haberlo visto con sus propios ojos, Mayard no hubiera dado crédito. Pero asi era y no le quedaba mas remedio que postrarse ante la invasora para proteger al resto de su clan.
Pero Mayard, no era solo la jefa de las Bailarinas de la muerte. Era una devota elfa con una ferviente devovion por el bosque y por la Santa, y no tenia la mas minima intención de arrodillarse ante aquella sacrílega impostora.
-Me niego.
-¿Qué has dicho? –pregunto Cyrstin, perdiendo su compostura por un instante.
-¡He dicho que las Bailarinas de la Muerte jamas ayudaran a alguien como tu! –replico la jefa, con un tono profundamente despectivo.
Cyrstin le cruzo la cara de un bofetón.
-Lo que te exijo es pleitesía –dijo Cyrstin, de nuevo dueña de si-. ¿Crees que necesito tu ayuda? ¡No seas presuntuosa!
-Entonces me niego con mas motivo todavía –contesto Mayard, y escupio en el suelo.
-Ya cambiaras de idea... ¡Atadla!
-¡Ni lo pienses! –grito Mayard, agachándose para adoptar su posición de combate.
Mayard habia iniciado una Danza de la Muerte, ejecutándola a la perfeccion, pero Cyrstin la derribo inmediatamente con un simple gesto de la mano. Antes de que la elfa tuviera tiempo de darse cuenta de lo que sucedia, Cyrstin le habia atravesado el pecho con su fina espada.
-¡Estupida! –musito Cyrstin-. ¿Renuncias a la vida para salvar tu orgullo?
-Agghhh...
Cyrstin arranco la espada del pecho de la elfa, que se desplomo sobre el manto de hojas secas que cubria el suelo. Pero aun no estaba muerta. Haciendo acopio de sus ultimas fuerzas, Mayard clavo las uñas en el suelo, alzo el rostro para mirar a Cyrstin y dejo escapar una risa ahogada.
-¡Ah, Cyrstin, insensata! –dijo, escupiendo cada palabra-. ¿De verdad crees que desciendes de la Santa?
Cyrstin pego su cara a la de la elfa agonizante.
-Estas al borde de la muerte, ¿y te quedan ganas de discutir? Mas t e vale que dediques tu ultimo aliento a orar a los dioses.
-Lo único que pienso decirles a los dioses –contesto Mayard con respiración entrecortada- es que eres una mentirosa... Una blasfema con delirios de santidad. Les hablare de ti, Cyrstin, les hablare...
Cyrstin levanto la espada para poner fin a la insolencia de la elfa, pero Mayard cayo muerta entre las hojas. Aun asi, Cyrstin la atravesó con la espada.
Vl
Habian pasado varios meses desde que Cyrstin habia sometido al clan de la Selva Negra. En ese periodo habia logrado derrotar a todos sus oponentes en Til Vorg Occidental, se habia instalado en el palacio papal, sitio en la capital de Brigantia y estaba apunto de convertirse en reina papisa de Til Vorg Occidental. Fue entonces cuando oyo la voz, precisamente durante la ceremonia de su coronación, mientras rezaba arrodillada delante del altar, ante sus vasallos, como dictaba la tradición. La voz era suave y fría como un halito invernal.
-Me congratula dar la bienvenida a nuestra nueva soberana –susurro la voz.
-¿Quien...? ¿Quién eres? –susurro Cyrstin a su vez, buscando con los ojos mientras permanecia arrodillada ante el altar.
-Perdonadme, pero mi deber me obliga a no mostrarme. Soy Ventisca, del clan Golondrina.
-¿Un ninja? –a Cyrstin se le puso la carne de gallina.
-Asi es. Los ninjas os reconocemos como legitima soberana de nuestra nación. De aquí en adelante, prometemos someternos a vuestras ordenes aunque nos cueste la vida.
-Es una noticia tranquilizadora –susurro Cyrstin, sin localizar aun de donde provenia aquella fría voz.
-Sin embargo, para ser soberana se necesita algo mas que un trono –prosiguio la voz.
-¿Yque es? –pregunto Cyrstin.
-Un seguro –susurro la voz-. Se rumorea que hay una diosa en el bosque que es la reencarnacion de la Santa Edin Rose.
-¿Qué?
-No levantéis la voz, Reina Papisa. Vuestros vasallos podrían oírnos. Le sugiero que adopte medidas preventivas. Bien utilizada, esta diosa podría ayudarnos a conservar el trono. Si la usan contra usted, sin embargo, podría hacer dudar de su legitimidad. ¿no le parece?
-Muy bien –Cyrstin asintió, casi imperceptiblemente-. Encuentra a esa "dios" y traela ante mi.
-De inmediato, Majestad.
Cyrstin solo desenlazo los dedos y abandono su actitud de oración cuando noto que Ventisca habia desaparecido. Sus vasallos permanecían sentados en fila a sus espaldas, ajenos al intercambio que acababa de tener lugar ante ellos; ajenos a la piel de gallina de Cyrstin, que desaparecia lentamente.
Til Vorg Occidental y el palacio Papal no son mas que el principio. Muy pronto el continente entero se inclinara ante mi...