Me perdí, en una oscura y adormitada noche me perdí. Aquella noche me miraba con pequeñas estrellas cansadas que rogaban tiernamente recostarse una vez más en mi pecho; aquella noche tan dulce me enamoró, alcé mi mano derecha y toqué con ella las nubes, eran suaves cual terciopelo, y me quedé allí por un instante infinito cautivo en la prisión de su oscuridad que, curiosamente, era mi único y más hermoso hogar. De pronto, la noche se escondió, y sus nubes se frotaban en mis manos de un modo casi angelical. Rodee su inmensidad con mis brazos y la apreté fuerte contra mí, no quería jamás soltarla; y con ella entre mis brazos me fui a dormir. La noche ya me dejaba verla otra vez y mi corazón palpitante moría en sus delicadas nubes; comencé a acariciar luego las azuladas auroras boreales que nacían de las nubes y cubrían parte de la noche. Y allí se congeló ese momento, la noche se escondió y una levemente curvada aurora boreal de un color suavemente carmesí se asomó antes de dormir.