[Parte única]

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Samuel, fornido, alto, castaño, con un cuerpazo descomunal y un aspecto de chico duro. Eso era lo que las personas -o la mayoría de ellas- veían en él.

Cabe mencionar que además de ser todo un Dios Griego es un exitoso arquitecto, que da la casualidad ése día se encontraba yendo a pie a una junta muy importante en la que tenía que llevar el diseño de unos planos; todo iba bien, pasaba por un parque hasta que escuchó el llanto de una pequeña (si había algo que odiaba era el ver llorar a las personas y quedarse sin hacer nada), esperó para ver si alguien se acercaba a socorrerle y pasaron cinco minutos, diez... Y nada.
Entonces fue cuando su paciencia explotó y se acercó importandole muy poco a donde se dirigía esa mañana.

La pequeña se había raspado la rodilla, así que se acercó con cuidado para no espantarle.

–Hola pequeña– le vió fijamente con su mirada avellana.

La fémina lo primero que hizo al verle fue retroceder arrastrándose un poco debido al dolor que aún le ocasionaba su rodilla y manos raspadas.

–No te haré daño, solo... Solo pasaba por aquí y escuché tu llanto, pensé que estabas con tus padres, pero nadie apareció– Su mirada ahora se tornó en una de preocupación.

Después de esa pequeña explicación que le dió Samuel a la infante, ésta se dignó a mirarle con algo de incertidumbre y fue cuando logró observar que de sus lindos ojos verdes ya no corrían esas espantosas lágrimas que hacían que se le encogiera el corazón. Ella lo miraba con curiosidad más no decía nada, solo estaba expectante de la situacion hasta que...

–Hola... No he venido con nadie, solo jugaba yo solita con mi bicicleta cuando de pronto me caí y empecé a sentir un fuerte dolor en mis rodillas– Bingo, la niña había hablado, tal vez hablaría un poco más con ella, limpiaría sus heridas y la llevaría a comprar un helado. Sí, eso haría.

–¿Te parece si te limpio las heridas para que no se infecten?– preguntó con la voz más serena que podía tener.

Los ojos de la pequeña se empezaron a aguar. El mayor entró en pánico.

–P-pero eso duele– y más lágrimas descendieron. Trató de pensar algo rápido para decirle.

–Sí, tal vez un poco, pero te tengo una noticia, solo las niñas que soportan el dolor se convierten en princesas– habló el mayor.

La cara de la infante se iluminó.

–¡Yo soy una princesa valiente!– ambos sonrieron.

–Okey señorita, vayamos a comprobar si es una princesa o no, y si resulta serlo le compro un helado por la valentía demostrada– Seguido de esto se irguió y ofreció su mano a la pequeña.

–Acepto solo si aceptas ser mi príncipe– El mayor sonrió ante las ocurrencias de la niña pero terminó aceptando.

–Está bien, seré tu príncipe... El príncipe Samuel– y así se fueron caminando hasta que se perdieron entre las personas.

[...]

Días habían pasado desde su encuentro con aquella pequeña y se sentía pleno porque había hecho un buen acto aquella vez, ¿que si lo volvería a hacer? Probablemente sí aunque eso le terminara costando su empleo, pero tampoco es como si todos los días encontraras personas llorando desconsoladamente por la calle, pero tal vez hoy sería la excepción.

Caminando se encontraba, todo era muy normal, la gente pasaba al lado suyo, los pájaros cantaban y el sol brillaba de un dorado intenso, puesto que era por la tarde, si bien el sol siempre era muy rojizo, hoy era de otra tonalidad y el castaño no se detendría a pensar en nimiedades, ahora lo único que deseaba era llegar a su apartamento a descansar.

Apresuró el paso, una vez se vió bastante agotado, se sentó en las primeras bancas disponibles que encontró y pensó en esperar ahí hasta que el sol se terminara de poner. Se colocó sus audífonos y puso Coldplay de fondo.

Unos minutos más tarde sintió que alguien se había sentado en la misma banca, pero le restó importancia.

Cuando la canción llegó a su fin, no pudo dejar pasar aquel llanto que escuchó, ahí fue cuando giró su vista y vió que aquel peso muerto que había sentido caer era un chico de piel blanquecina como la porcelana con cabello azabache, una vez terminó de inspeccionarlo vió que el pobre lloraba como si su vida dependiera de ello, trató de ignorar esa situación lo más que puedo hasta que llegó el punto donde no pudo más y empezó a cuestionarse si decir algo o no.

Pasaron los minutos y el menor no paraba de llorar; Samuel al contrario de lo que pensaba solo lo observó en su labor de sacar lágrimas y más lágrimas.

Cuando pensó que solo viéndolo no ayudaba de nada, trató de centrar su mirada en otra cosa pero no pudo porque ése chico de piel blanca -ahora  dorada por los últimos rayos de sol- y cabello azabache, ese lindo chico que lloraba como si el mundo se fuera a caer, era el ser humano más lindo -y el único- que había visto el mayor en ése estado, este inmediatamente lo denominó como “El chico de las lágrimas de oro” y se maldijo mentalmente porque hasta hace unos momentos pensaba, que nadie, absolutamente nadie podía llorar de esa forma y verse lindo, pero sin embargo él lo hacía y Samuel no sabía como.

-Hola, soy Samuel y eres la primer persona que he visto y que aún llorando es demasiado lindo- el mayor sonrió con algo de vergüenza, el pelinegro dejó de llorar pintándonse sus grandes mejillas de un intenso carmesí.
Y el castaño juró que se veía aún más hermoso cuando no lloraba.

Hola, éste es mi primer drabble, espero que les guste <3

-fin del comunicado-

Golden tears; Wigetta [drabble]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora