5. REFUGIO VULNERADO

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Dos, tres, cuatro. En seis pedazos quedó cortado el espinazo, con el clásico sonido de los huesos al quebrarse.

Mito se llevó el dorso de la mano a su frente y se limpió el sudor. Ese enorme pescado realmente le había resultado difícil de trozar. Debió afilar varias veces el cuchillo hasta que pudo cortar piezas de un tamaño apropiado para ser congeladas. Los tres peces anteriores ya estaban debidamente cortados, envueltos y etiquetados dentro del congelador.

Mito sonrió. Con la abundante pesca que le había traído Gon tendría provisiones como para tres meses o más. No es que ella no pudiera comprar en el mercado, ni mucho menos. Siempre se había mantenido por sí misma sin ningún problema; una mujer todavía joven y soltera, quien con gran esmero y cuidado había criado a Gon desde que era bebé, tratándolo como el hijo que nunca tuvo.

Una sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro acompañada por una mirada triste. Parecía que fue ayer cuando su primo Ging se apareció con un hermoso niño de dos años en brazos, sin mostrar ningún tipo de tristeza o remordimiento por el hecho de abandonar a su propio hijo. Ser hunter era su sueño, y sin dudas se convertiría en el mejor y más famoso. Y aunque ella hizo todo lo posible por evitarlo, Gon siguió los pasos de su padre, convirtiéndose él también en hunter.

―Me preguntaba cuánto tardaría en aparecer esa "cara de Ging", Mito.

Se sobresaltó al oír la voz de Gon a su lado.

―¡Gon! ¡Te dije que no me asustes cuando estoy en la cocina! ―protestó mientras Gon se reía. Ese niño, ahora un adolescente que la superaba en estatura, era sin duda la luz de sus ojos―. ¿Qué es eso de que pongo "cara de Ging"?

―¡Ah, Mito! Es que siempre que fruncís el ceño así es porque pensás en mi papá, ¿no es verdad? ―preguntó Gon mientras le frotaba la arruga entre los ojos para aflojarla.

―Bueno, bueno, ¡fuera, mocoso! No molestes mientras trabajo ―lo echó Mito, un poco avergonzada. Ese chico podía leer el corazón de las personas con una facilidad asombrosa

―¡Pero Mito! —protestó Gon—. ¿No te dije que me esperaras para cortar el pescado? Debió haberte costado mucho trabajo —agregó mientras robaba una galleta del frasco donde su tía las guardaba.

―No soy tan débil ¿ves? Además, no quería interrumpir tu baño. Quiero que en casa estés lo más tranquilo y relajado que puedas. Además, ya bastante trabajaste pescando.

—Pero no es trabajo, a mí me gusta —respondió con la boca llena.

—Ya sé que te encanta ir al lago, pero igual —insistió Mito; le limpió el pedacito de chocolate en el mentón—, no hacía falta. Yo misma puedo comprarlos en el mercado.

―Pero quería hacerlo —reafirmó Gon; su sonrisa brilló con orgullo—. Guardá la plata y comprate un vestido nuevo para salir con tus amigas.

Tomó otra galleta antes de continuar.

—La verdad es que el baño sí que estaba lindo y calentito. Creo que hasta me quedé dormido. El olor de esta casa siempre me hace sentir bien y seguro.

Mito lo miró sin decir nada. Pudo notar que esos bellos ojos pardos seguían tan tiernos y brillantes como cuando niño, aunque ahora su mirada alojaba una cierta tristeza y desencanto. La típica sombra que señalaba el final de la inocencia. Mito suspiró sin darse cuenta. De su casa había partido un niño de 12 años y había regresado un joven de quince, demasiado maduro para su edad. Ese pensamiento le recordó algo importante.

Ojos de Sangre || Hisokuro (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora