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—No me dejes, por favor —rogó en un hilo de voz. El mayor suspiró, no quería que llorara, eso le partía el corazón y le hacía más difícil alejarse, a pesar de todo—. Te amo, te amo tanto que podría morir por ti.

—Eso no es cierto —los sollozos del menor eran audibles, pero las mejillas empapadas por las lágrimas eran las del mayor, quien trataba que su voz no se quebrara mientras hablaba—. No me amas, pero yo sí te amo a ti. Yo sí moriría por ti.

—¡No es verdad! —alterado, el menor se arrodilló frente al contrario; su hermoso rostro no reflejaba el dolor que decía sentir—, ¡Nunca me has querido! ¡Nunca te he importado y por eso me estás dejando!

—Entiende que esto que tenemos no es amor —el mayor dió un paso atrás para que el menor desde donde estaba arrodillado no pudiera alcanzarlo tan fácilmente, a pesar de que el mayor sabía que ese niño bonito estaba enterrado en lo más profundo de su corazón—, no lo quiero. Entiende que no quiero hacerte daño...

Un resoplo burlón lo interrumpió, así que volvió a mirar al contrario.

—Entonces no me sirves —murmuró el menor. Su tono de voz, su postura y su aura de repente cambiaron, dejando al chico deshecho en el olvido. Ahí estaba, el verdadero amor de su vida; tan arrogante, tan desinteresado, tan carente de sentimientos—. Necesito que me lastimes hasta sangrar, necesito del dolor para saber que estoy vivo. Dolor es lo único que quiero que me causes.

–No quiero hacerte daño, cariño –repitió el mayor con voz apagada. Esta versión del chico de sus sueños solía ponerlo nervioso, le daba miedo decir algo incorrecto y que, inevitablemente, lo dejara.

Irónico.

Patético.

–Eres tan predecible, mi amor –soltó el tailandés, el tono de burla impregnaba cada palabra que salía de esos labios rojos como la sangre–. Parece que a quien le gusta ser lastimado es a ti. Apenas te digo unas cuantas palabras y estás listo para arrastrarte hacia mí.

Aquella risa tan dulce sonaba macabra y de mal gusto tras esas palabras, sin embargo a Taeyong le daba igual. No le importaba si tenía que ser el objetivo de esas palabras si la recompensa era ese sonido melodioso.

–¿Por qué querías dejarme, Tae?

–Yo... –no recordaba la causa, ¿Por qué?, ¿Qué estaba pasando? Sentía que no era necesario recordarla. No quería recordar–. No lo sé.

–¿Vas a tratar de dejarme de nuevo?

–No.

Que fácil era convencerlo, pensó Ten mientras sonreía al ver por la ventana la resplandeciente luna que comenzaba a hacerse notar.
El tailandés sabía cuánto poder tenía sobre el mayor y eso le gustaba, por eso probaba el aguante ajeno, buscando su límite. Pero hasta ahora no había encontrado ninguno y eso le causaba una tremenda curiosidad.

No quería admitirlo, pero se había encariñado de este títere.

Ningún otro de los que había poseído antes le tenía tal devoción como Taeyong, ninguno se había resistido a lastimarlo como Taeyong lo hacía y eso lo contrariaba.
Era perfecto, tal entrega era lo que había estado buscando por décadas. Era una pena tener que deshacerse de él, su pequeño juego estaba llegando a su fin y eso en parte era bueno pues se aburría fácilmente de fingir esas extrañas personalidades.

–Sé que incluso morirías si yo te lo pidiera –el menor tomó el mentón ajeno para levantar lo suficiente la mirada del mayor como para verlo a los ojos y sonrió. No recordaba en qué momento el contrario se había arrodillado, era incluso gracioso que hubieran invertido las posiciones en las que habían estado unos momentos atrás–. ¿Cierto, Taeyongie? ¿Lo harías por mí?

El mayor no respondió, sólo asintió levemente, completamente sumiso.

Completamente a su disposición.

En la estancia en la que se encontraban no habían luces artificiales, sin embargo no importaba pues la luz de la luna que se colaba por la ventana era suficiente para poder ver todo con claridad.

Cuando el resplandor de la luna llegó a su punto más alto, lo último que los preciosos ojos humanos vieron fue a aquel demonio de rostro angelical sonriendo, mostrando aquella sonrisa tan perfecta quebrada a causa de esos monstruosos dientes largos y afilados como cuchillas.
Sin embargo, mientras Ten sangrienta y violentamente le arrebataba la vida a su víctima, no vió ni una pizca de terror en sus ojos chocolate, ni ningún sentimiento más que la sorpresa, la adoración y el profundo y retorcido amor.

Oh.

Oh.

–No sabía que serías tú quien acabaría con mi vida.

–Bueno, yo no sabía que si tú albergabas un sentimiento tan poderoso por mí te convertiría en algo igual que yo.

Lo poco que quedaba del cadáver yacía en el centro de la estancia, rodeado de ropa hecha jirones y, los ahora, dos demonios observando la escena.

El recién convertido, inesperadamente pelirrojo, miraba con diversión y curiosidad su cuerpo humano deshecho a base de mordidas que iban del cuello hasta la mitad del torso. Unas enormes marcas de garras desfiguraban su, alguna vez, hermoso rostro.
El demonio mayor, cuyo cabello era ahora de un tono gris, miraba la escena con desinterés.

–¿Esto quiere decir que soy tu compañero?, ¿Que podré estar contigo hasta la muerte?

–Ya estás muerto.

–Oh, cierto –murmuró el pelirrojo, observando de reojo el cuerpo en el suelo. Sonrió ampliamente, mostrando las blancas armas mortales que ahora tenía por dientes–. ¿Eso quiere decir que podré estar a tu lado hasta el fin de los tiempos?

Interesante, pensó Ten.
¿Quién diría que sentía la necesidad de ver para siempre esa sonrisa maldita? Sería divertido ver esa dulce boca rebosante de sangre humana una vez comenzara a cazar.

Con ese pensamiento y sus labios aún con restos de la sangre de Taeyong, le devolvió la amenazadora sonrisa.
Oh, por supuesto que lo hizo.

¿Ahora quién es el que no entiende que eso que tenían no era amor?
Al menos, no del tipo de amor que se profesan los humanos.

¿Ahora quién es el que no entiende que eso que tenían no era amor?Al menos, no del tipo de amor que se profesan los humanos

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ᴍ ᴏ ᴏ ɴ ʀ ι s ε 「 태영 • 텐 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora