No fue sorpresa que la amistad que llevábamos nos terminara uniendo de forma tal que acabaríamos mudándonos juntas en nuestro primer año de universidad, que tomábamos como si fuese la mejor aventura que esperábamos vivir en nuestras vidas.
Eso porque habíamos compartido muchas cosas juntas, acompañándonos siempre, desde la ortodoncia hasta corazones rotos. Ellas eran personas que yo quería mucho y estaba agradecida de tenerlas en mi vida.
Lo bueno de esa clase de amistades era que a pesar de ser tan diferentes la una de la otra nos complementábamos a la perfección.
Macarena era esa clase persona que le caía bien a todo el mundo, todos querían estar con ella y ser como ella, era algo que traía consigo de forma natural. Su simpatía irradiaba confianza, tenía una sonrisa preciosa y siempre estaba feliz, por más que haya tenido un mal día, aunque eso no pasaba seguido. Era una chica divertida, que le gustaba la moda y sonreír todo el maldito tiempo, sin importarle nada. Era una niña mimada, eso no había que negarlo, si ella quería algo sus padres hacían lo imposible porque ella lo tuviese. Siempre fue así desde que la conocí y era un rasgo que no me parecía extraño cuando estábamos en la primaria, sin embargo tener dieciocho años y ser de la misma forma sí resultaba un tanto irritante, dado que si ella no conseguía lo que quería alguien salía lastimado, claro que eso en un sentido figurado. Aun así siempre fue alguien con quien te agradaba pasar el rato, te reías compartiendo chismes y querías agradarle, porque si le agradabas casi parecía que todo en el mundo estaba bien durante diez minutos. Era alguien a quien siempre uno intentaba caerle bien, porque era una chica muy popular y si ella te aceptaba, te elogiaba o si te sonreía sentías que encajabas y era lo mejor que a alguien como yo podía pasarle.
Juntas compartimos miles de cosas, casi puedo jurar que ella me conocía un nivel muy profundo que sólo pocos llegan a conocer. Sabía todos mis miedos, mis desgracias, mis pasiones y mis deseos más profundos.
Ojalá pudiera decir lo mismo de ella, pues a pesar de que era alguien muy sociable, no era del todo abierta a contar sus intimidades. Eso porque su familia había tenido un tremendo escándalo cuando su padre engañó a su madre unos años antes, y finalmente se reveló que ella, que era hija única de sus padres, tenía un medio hermano que era menor por algunos años. Nunca lo conocí y casi no supe detalles de él, porque como dije, no le gustaba que los demás conozcan sus desgracias y problemas que escondía en lo más profundo de su ser. Claro que sus padres habían hecho lo imposible para que ciertos escándalos permanezcan al margen de todo y que nadie deje de tener esa idea de la familia perfecta que ellos querían mostrar al mundo exterior.
A pesar de todo, sus padres eran muy cariñosos, su madre era de ese tipo que cuando pisas su casa te ofrece de todo en el típico intento de madre perfecta que les cae bien a los amigos de su hija. Era muy adorable y cariñosa y siempre sentí mucho afecto por ella y por su esposo.
Por miles de razones la consideraba una de mis mejores amigas, alguien que jamás me haría daño y estaría para mí en mis momentos de oscuridad.
Luego estaba Andrea, ella era una persona que siempre terminaba intrigándome, siempre había sido tan misteriosa y cerrada que casi no daba detalles acerca de su vida privada, lo que sabía de ella se lo había socavado de formas sutiles y cada cinco años literalmente. No le agradaba parecer vulnerable ante las demás personas porque todo el tiempo se esforzaba en demostrar que era la mejor de la clase o que ella lavaba mucho mejor los platos, por poner algún ejemplo. A pesar de la imagen dura y severa que quería mostrar al mundo exterior, en el fondo era una persona muy dulce que defendía todo aquello en lo que creía y pensaba que era correcto. Siempre me escuchaba y cuando la depresión invadía mis días me abrazaba y me decía que todo iba a estar bien y que la vida era algo muy complejo que sólo había que vivir, día a día, minuto a minuto.
Pasábamos mucho tiempo juntas, pero no hablando de cosas sin sentido, sino una al lado de la otra apoyándonos en el silencio. No era tan difícil relacionarse con ella, a pesar de llegar a creer que sí, era una buena amiga, alguien en quien confiar y que jamás te abandonaría no importaba qué es lo que llegase a pasar.
Cuando nos mudamos en primer año, el departamento era un sueño para mí. No sólo por lo lindo que podía llegar a ser, sino por lo que significaba. Era la libertad que se respiraba por las paredes, y la independencia que emanaba cada rincón de ese hogar que habíamos empezado a formar.
Tenía dos habitaciones pintadas de un amarillo débil que pretendían indicar sobriedad para cualquier persona que pusiera un pie allí. Pero ni siquiera ese amarillo brillante pudo contener lo que pasó después.
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No hay edad para el amor. (Completa)
Ficção AdolescenteLlega un momento en tu vida donde te preguntas por qué pasan las cosas, por qué hacemos lo que hacemos, y el por qué de tantas cosas sin sentido. Estaba a punto de cumplir veinte años y sólo tenía miles de preguntas sin ninguna respuesta. Cansada d...