CAPÍTULO 05.

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Pasaron días extraños.

Comenzaron las clases, era nuestro último año, el penúltimo para Morgan.

Mientras, Don y yo podíamos ir haciéndonos la idea de que en cuestión de meses cambiariamos de ambiente. Nuestro nuevo escenario sería la universidad, y por mi parte no sabía si estaba listo.

La primera clase fue con Don, una hora de geometría que terminó por darme jaqueca, y no fue exactamente por todos los números rematados con letras.

Sentía miradas en la nuca, cada vez que me fijaba había un puñado de ojos observandome con detenimiento, con asombro. Murmuraban cosas entre ellos que no alcanzaba a escuchar.

Llegó la hora del almuerzo, quería comer en paz, de verdad me apetecía hacerlo sin sentir que podía pasar algo.

Pero no tuve suerte.

En cuanto mi culo tocó el asiento, una turba de chicas de noveno grado se sentó junto a mi, mirándome con ojos brillantes y fascinados.

Suspire. Que poco respeto por el espacio personal.

—¿Se les perdió algo, señoritas? —estaba cabreado pero igual les sonreí con amabilidad fingida.

Ninguna dijo nada, se dedicaron a mirarme y ya me sentía intimidado.

—¿De acuerdo?... —aquello estaba empezando a asustarme, incluso recurrí a Don apenas lo vi acercarse—. ¡Hermano, auxilio! —agudicé.

Se ponía peor, las chiquillas se emocionaron y empezaron a chillar: ¡Tiene un hermano!

—¿Estás firmando autógrafos o qué?

Rió abriéndose espacio con el trasero ajeno a si la chica se enfadaba, hizo que una de ellas se apartara de mi, luego se sentó en su lugar.

—No sé que sucede —le susurré sin dejar de mirarlas.

—Eres famoso —me respondió de igual forma.

—¿Qué vergas dices?

La que estaba a mi lado acerca con lentitud la punta de su dedo hasta mi bicep, y al tocarlo, todas chillan de emoción.

Mi hermano y yo nos mantenemos ceñudos.

—Sí... —continúa, como si aquello no hubiera pasado—. Todos hablan del héroe que salvó a Avril Callaghan de la muerte, vaya drama.

—Ya.

Asentí viendo de reojo a la puberta que me respira en la cien. Estábamos acorralados por una masa de hormonas femeninas.

—¡Shú, shú! —de repente, no sé como, pero Cassie las quitó del camino cual rebaño de ovejas— ¡Largo, no hay nada que ver aquí!

Las chicas se despidieron con ojos de amor, abrazando sus cuadernos y yéndose lentamente.

—Adiós, Reagan —se despide una de ellas, tomándose el atrevimiento de acariciar mi rostro tenebrosamente antes de irse.

—¡Vamos, te fuiste, adiós! —la espanta Cass.

Se sentó junto a mi lanzándome una mirada acusadora, mordiéndose molesta el interior de la mejilla

—¿Tú qué, ahora eres salvavidas? —cuestiona con un asentimiento.

—Si vas a empezar así, largo de mi mesa —le amenacé comiendome una papa con desinterés.

—¿Tu mesa? —sonó ofendida—. Eso no.

—Hubieras estado presente pero te gusta dormir como morsa —Don ladeó la cabeza.

—Tuvimos que comprar ropa de mujer nosotros solos —le reclamé yo.

EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora