Era un invierno gélido en los bosques del pueblo de Salem, donde el viento cortante se mezclaba con los ecos del pasado, susurrando secretos antiguos en cada esquina. Las pequeñas cabañas de madera, cubiertas de escarcha, parecían figuras espectrales bajo la luz tenue de un sol oculto. En una de esas cabañas, la bruja más venerada de su aquelarre se preparaba para recibir a su nieta, pero la llegada de un nuevo miembro estaba marcada por la tragedia.
El aire en la habitación era frío y denso, como si el propio mundo hubiera dejado de respirar. La abuela, Seraphine, matriarca del aquelarre del norte, se arrodilló junto a su hija, Isolde, quien yacía en la cama con una palidez que desentonaba con el rojo oscuro de las mantas. Isolde había sido siempre la más fuerte de las brujas, dotada de un poder que hacía parecer que las estrellas temblaban, pero ahora, su luz se desvanecía rápidamente.
Con cada contracción, su rostro se retorcía en un rictus de dolor. El aquelarre rival, liderado por los Delaire, había jurado venganza por una antigua disputa, y el ataque que le estaba costando la vida a Isolde había sido la culminación de esa ira. En un giro cruel del destino, su propia sangre, su hija, estaba a punto de nacer en medio de la desesperación.
𑁋¡Izy, debes luchar! 𑁋exclamó Seraphine, sosteniendo la mano de su hija con una fuerza que sólo una madre puede reunir en momentos de crisis. El miedo la invadía, pero su voz seguía firme. 𑁋Piensa en la niña, piensa en nuestro futuro.
𑁋Si no sobrevive, madre... 𑁋Isolde apenas podía pronunciar las palabras, su voz un susurro helado. 𑁋Si la oscuridad se apodera de ella, no habrá esperanza para nuestro aquelarre.
Los ojos de Seraphine se llenaron de determinación.
𑁋No lo permitirá. Haremos un conjuro. Pediremos al sol mismo por su vida.
Con un último esfuerzo, Isolde pujó. El aire se llenó de un grito desgarrador, y entonces el silencio. En ese instante, la pequeña niña emergió al mundo, envuelta en un manto de frío. El llanto de la bebé resonó débilmente, como un eco distante. Seraphine, con lágrimas en los ojos, tomó a su nieta en brazos, pero en lugar de la calidez que había esperado, sintió el frío helado del destino.
𑁋 ¡Calor del sol, ven a mí! 𑁋gritó Seraphine, recitando un antiguo conjuro que había sido transmitido de generación en generación. 𑁋Dale fuerza vital a esta niña, que su fuego nunca se extinga.
La habitación comenzó a vibrar, y de repente, la luz del sol penetró en las ventanas, bañando a la pequeña en un resplandor dorado. Era un calor intenso, un regalo del cielo que hizo que el llanto de la niña se transformara en un canto. Seraphine sintió que su corazón se llenaba de esperanza, pero la felicidad duró lo mismo que un pequeño rayo de sol, pues la guerra que se estaba desatando a las afueras era más que el poder de Seraphine, quien de un golpe había soltado a la recién nacida, y esta había caído sobre la cama a un lado del cuerpo inerte de su madre.
𑁋 ¿Dónde está? 𑁋gritó una mujer de pronto ingresando a la habitación casi en ruinas.
La noche se extendía sobre el bosque como un manto de sombras, y el aire estaba cargado de tensión. En el corazón del bosque, donde los árboles se alzaban como centinelas silenciosos, se encontraban dos figuras. Morwenna Delaire, la bruja temida por todos los aquelarres, se erguía con una gracia oscura. Su vestido negro ondeaba como humo en el viento, y sus ojos resplandecían con la malicia de quien sabe que el poder es suyo por derecho.
Frente a ella estaba Seraphine, débil. El brillo dorado de su magia iluminaba su rostro mientras se preparaba para el enfrentamiento.
𑁋Morwenna, no puedes continuar con esto. La búsqueda de poder solo te conducirá a tu propia perdición.
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La Magia del Hockey
RomanceSummer Bradbury, una joven bruja de 19 años, lleva una vida marcada por secretos. No solo debe ocultar su naturaleza magica en la universidad, sino que sufre una rara maldición: es alérgica al sol. Cada día, Summer debe conjurar un poderoso hechizo...