Parte 22 Filadelfia y reencuentros

360 13 0
                                    


Ante el espejo adosado a la puerta del armario Joan trataba de elegir de entre las piezas de ropa que se había procurado en las tiendas del centro, una adecuada para el día siguiente, el día de la presentación. Siempre había pensado que cualquier cosa iría bien, al menos eso creía al salir de la India, pero francamente se había vuelto complicado, más aún cuando ya su gusto no se definía sino por ir cómoda a la vez.

Sujetando en la mano una percha que portaba un traje de chaqueta y falta estrecha gris, que con anterioridad se había probado, complementándola con la blusa blanca que aún portaba, decidió que debía de ser estos los trapos que vestiría para la ocasión. A un lado, en la silla descansaba su desgastado bolso de viaje, haciendo tremenda la diferencia entre un mundo y el otro al que debería ahora mismo adaptarse y no lo lograba a pesar de la importancia que había puesto en el evento.

Ese bolso había sido su aliado en tantas, tantas ocasiones. En él guardaba el olor, el sabor, los recuerdos de todos aquellos viajes, aquellas veces en que no sin peligro habían recorrido Wen y ella tantos lugares y habían conocido tantas gentes.

Sus ojos se tornaron entre un cierto aire de nostalgia, y como, algo que desde que había salido de la India, o peor aún, desde aquel viaje a Nagpur, cierto matiz de dolor controlado. Sentándose en el borde de la cama tras de sí, y soltando las piezas de ropa en algún lado de sobre de la cama, dejó su mirada perdida en su propia imagen frente a ella y seguido llevó sus manos a su rostro, intentando disolver incluso para ella misma, esa expresión que a pesar de todo ahora mismo, en esos momento de soledad, se podía permitir el lujo de dejar escapar, de ser libre de expresar. Pero como si hubiera sido algo que a ella misma se había vetado intentó borrarla con esa acción.

Sumida en sus pensamientos, en sus recuerdos, en la idea que ya había madurado en cuanto a no regresar a la India, con Wen, se dejó caer hacia atrás y se quedó contemplando el techo, dejándose llevar por el profundo sentimiento de dolor que eso le ocasionaba. Pero sabiendo que no encontraba más salida para todo ese mundo que se le movía en su interior cuando la recordaba.

-Ella es así, así la conociste y así será siempre.- pensaba en alto.- No es como si ella hubiera escondido que para ella lo más importante es su trabajo. Ni siquiera quiso venir, a estas horas bien pudiera estar en Nagpur, dándole vueltas a los resultados de las pruebas. Ojalá todo vaya bien- dijo mientras se daba cuenta de que el trabajo de Wen era en realidad de vital importancia para ella también, pero sin poder evitar a la vez, sentirse un tanto triste de que la hubiera dejado venir sola allí, en unos momentos en que realmente necesitaba saber cuánto podría haber de mutuo en todo lo que se permitía el lujo de sentir. Sus palabras se adornaban con el siempre pensamiento constante de los últimos días de si regresar allí o intentar salvar lo único que había tenido valor de admitir hasta el día de hoy, Wen, su amistad... y como no, su amor por ella.

* * *

Tobir y Milcoh se sentaron cerca de la parte trasera del avión. En sus caras iban reflejadas diferentes expresiones. A Tobir no es que le entusiasmara este medio de transporte, a pesar de que acompañar a Wen por donde iba, le había llevado a volar más de una vez, y alguna que otra en aparatos aún más viejos y ligeros que aquel biplano de una capacidad como de unas 40 personas en uno de cuyos asientos se estaba instalando. El rostro de Milcoh, al contrario, era todo entusiasmo, sus ojos observaban con extrema curiosidad todo al alcance de su vista: las pequeñas ventanillas hacia el exterior, el estrecho pasillo en medio de las dos hileras de asientos mugrientos y oxidados, pero inútilmente revestidos por una capa de pintura una tras de otra, que en parte se dejaban ver en algunos de ellos. Los grandes parches en las paredes del aparato dejaba ver un intento fallido de cubrir el insistente óxido que siempre terminaba por vencer. El olor en el interior se tornaba metálico, a férreo y un tanto embriagante por la poca ventilación. Sin embargo todo ello traía al chico un rostro de admiración y de esa sorpresa previa de algo que desconocía, esa cara frente a la novedad de la que disfrutaba de estar dentro de aquel aparato volador, del que solo había podido disfrutar de ver en lo alto, cruzando rara vez los cielos de la India.

DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora