Parte 27 Te lo debo

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Bien caída la tarde, Joan recogió la ropa de la cama y las colgó de unas perchas dentro del armario. Miró con especial atención, el traje de chaqueta y falda de color negro con unas finas rayas blancas casi imperceptibles, conjuntado con una camisa de botones de color azul, que había traído en previsión de la conferencia que Wen tendría que dar en un par de días. Para ella, se había procurado una camisa blanca de idéntico corte que la suya y un conjunto de falda y chaqueta larga, hasta la rodilla, de color gris oscuro. Esperaba que la sobriedad de la ropa no chocara con el gusto nulo de Wen de vestir faldas. Podía imaginarla dentro del traje y podía visionarla elegante y sobria.

Sacudió su pelo, intentando sacudir un poco el agua que almacenaba en ellos tras ducharse. Miró el reloj sobre de la mesa de noche y vio que ya eran cerca de las 9:30 de la noche.

Estaba impaciente por mostrarle las ropas a Wen y dejarla de piedra al decirle de la presencia de Richard en la ciudad. Le había dicho a este que le llamaría cuando la doctora llegara y le preguntara sobre su invitación a cenar, sin embargo el reloj daba buena cuenta de que llegaría tarde y como poco lo haría cansada, sin ánimo de salir. Mantenía la pequeña esperanza de que, de un momento a otro, la mujer entrara por la puerta.

Se encaminó al escritorio en donde metió su discurso de la conferencia en una subcarpeta de color marrón, satisfecha de haberlo acabado a tiempo. Cogió un par de galletas de un pequeño paquete que tenía en el escritorio y del que se alimentaba cuando estaba en sus trabajos, y encendió la televisión tumbándose en la cama y dispuesta a esperar para la cena.

-¿Richard? Lo siento, Wen aún no ha llegado y...

-Venga Joan, pues vente tú.

- No, la voy a esperar.

-Lástima, me voy pasado mañana, tras la conferencia, a Japón, esperaba poder verme contigo y ponernos al día.

-No sabes cuánto lo siento.

-¿Y qué te parece si me acerco yo a tu hotel?

-Eso sería genial, hay un restaurante abajo que tiene un buen champagne

-No digas más entonces, salgo para allá. Calcula una media hora más o menos.

La idea que Richard había tenido le parecía la excusa genial para levantarse y ponerse alguna de la ropa que había comprado esa tarde.

Mirando el reloj una vez más y viendo que era las 10:00 de la noche, y que sentía eco en su estómago, fue directa al armario.

* * *

El ruido de la cubeta de la chica de la limpieza por los pasillos, sacó a Wen de su concentración del microscopio. Alzó sus ojos azules al reloj de la pared, justo encima de la puerta del laboratorio y le costó unos minutos aceptar la hora que marcaba. Las 10:45. Se giró hacia delante de nuevo y quitó el pequeño cristal que portaba un fino corte de una hoja, tan fino que parecía una frágil redecilla de color blanco.

El Doctor Jefferson escribía unas fórmulas en la pizarra, con una de sus manos apoyadas en su cintura y con la otra, portando una tiza, rascaba su barbilla, dejándola blanca por donde pasaba sus dedos. El viejo investigador tenía una apariencia despistada y descuidada. Con una barba blanca que cubría su cuello, sus pequeñas gafas de montura metálica. Su bata arrugada sobre su arrugado traje, y como no, sus escandalosas pajaritas, siempre discordante al color de sus trajes.

-Doctora, ¿ya se va?

-Sí Jefferson, ya vale por hoy.

-Pero... mire esto, ya casi lo tenemos.

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