Alba volvió a casa con el desayuno sintiéndose extraña. No era la primera vez que veía algún que otro crush por ahí, pero siempre se sentía ridícula cuando la miraban a ella.
Cuando entró en su nuevo apartamento compartido, escuchó la voz de Carlos, que ya se había despertado, conversando con María.
—Sí, yo creo que molaría hacerla mañana. Además dentro de nada la gente empieza exámenes y no podrá. ¿Puedo decirle a Julia que venga con algunos amigos suyos?
—Claro que sí, tú trae a quien quieras. Va a ser la mejor fiesta de inauguración que exista. —dijo María dando saltos de alegría.
—¿Qué tramáis, traviesos? —dijo Alba dejando los churros en la mesa de la cocina y quitándose el abrigo.
—Albi, mañana fiesta por la noche. Hay que estrenar la casa con un poco de cerveza. —María le dijo mientras engullía la comida.
—Me parece bien, pero... Yo no tengo a nadie a quien traer. —Alba hizo un puchero.
—No te preocupes, ya te traeremos nosotros gente a ti. —dijo Carlos.
Por la tarde, llovía tanto como el día anterior. Los tres se encontraban esparcidos por la casa, cada uno en el rincón que se había establecido. Alba había elegido una mesa de estudio junto a la ventana del salón. Estaba sentada, dibujando algunos bocetos que se le habían venido a la mente aquellos días.
Le encantaba ver pasar los coches por la carretera, a pesar de la altura a la que estaba, e imaginarse qué tipo de persona conducía cada uno de ellos. También se fijó en los árboles que veía desde allí, todos de colores diferentes debido al otoño, y trató de representar todo aquello en el papel.
Después de varios dibujos, pensó que le apetecía salir a la calle a dar un paseo. No le importaba que lloviera, de hecho, a veces necesitaba que el agua cayera sobre ella. Avisó a sus compañeros de piso y, con el pelo revuelto en un moño, se puso sus botas negras, su abrigo y se fue.
Expuesta a la lluvia, el frescor de la calle le resultó bastante agradable. Alba suspiró mientras relajaba la postura, y encendiéndose un cigarro echó a andar. Pasó por varios parques pequeños que había por la zona, queriendo conocer algunos rincones, y cuando vio que la lluvia cesó un poco, decidió apoyarse ligeramente en el respaldo de un banco mientras observaba a su alrededor. El parque en el que se encontraba estaba cubierto de hojas marrones y amarillas, y Alba podía ver algún que otro gato refugiándose entre los arbustos, tratando de no mojarse. Sonrió, porque la verdad era que ella misma se sentía un gato a veces.
Cuando se acabó el cigarro, en vez de tirarlo al suelo, sacó un cenicero portátil que llevaba encima y tiró la colilla dentro. Siempre preocupada de no contaminar. Al levantar la vista, vio a alguien al otro lado del parque.
Era la chica de esa misma mañana, pero esta vez no estaba sola. Iba acompañada de un perro grande de pelo negro, al que apenas se le distinguían los ojos por ser del mismo color. Sí que es cierto que los perros se parecen a sus dueños, pensó Alba, al verles a los dos tan elegantes en un día tan apagado como aquél.
La dueña llevaba una gabardina negra, el pelo suelto hacia un lado y una cara que parecía sacada de una revista de Vogue. Alba se quedó mirándola demasiado tiempo, con la boca abierta, y cuando menos se lo esperaba la morena se dio cuenta de que estaba siendo observada. La miró, y Alba giró la cabeza en ese mismo instante, poniéndose roja de nuevo por segunda vez en el día. Sacó el móvil del bolsillo y se puso los cascos para escuchar música. Lo cierto era que no sabía muy bien por qué seguía allí, pero por otro lado, no quería irse. Se preguntaba a sí misma por qué, como siempre hacía, y cuando decidió irse notó un suave golpecito en el hombro.
Dio un salto del susto, quitándose los cascos y dándose la vuelta.
—Ay, perdona, no te quería asustar. —dijo la chica preocupada pero con cierta gracia—. Solo venía a preguntarte si tienes fuego. —volvió a hablar con un cigarro en la mano, levantándolo como para dejar claro que venía en son de paz.
Alba asintió nerviosa, buscando en sus bolsillos el mechero. Lo sacó y se lo dio a la morena, mirándola mientras se encendía el cigarro.
El humo entraba y salía de su boca de una forma estética, tanto que si una cámara estuviera haciéndole un primer plano, tendría como resultado una imagen perfecta.
—Gracias. —le devolvió el mechero.
—De nada. —dijo Alba bajito, sintiendo que la chica alta la miraba esbozando una sonrisa. No parecía hacer el esfuerzo de irse, y Alba se centró en algo que no la hiciera querer morirse de vergüenza pero le diera tema de conversación: el perro.
—¿Cómo se llama? —preguntó, viéndole mordisquear un palo a lo lejos.
—Cronos. —contestó entre caladas. Pasaron unos segundos hasta que volvió a hablar—. ¿Y tú? —la miró expectante aprovechando la ocasión. Alba se giró sorprendida.
—¿Yo? —la morena se rió asintiendo, pensando en lo adorable que era la otra chica.
—Alba. —contestó al fin.
—Encantada. Yo soy Natalia. —dijo tirando la colilla al suelo y silbando a su mascota—. Nos vemos. —miró a Alba dedicándole una pequeña sonrisa y echando a andar.
Alba se quedó unos segundos en trance, hasta que dio media vuelta y se fue de allí.
**
—Me acaba de pasar una cosa rarísima. —anunció Alba al entrar a casa y ver a María tumbada en el sofá leyendo un libro—. Creo que me he cruzado con una modelo. —se sentó poniendo las piernas de María sobre las suyas, haciendo que ésta se quejara un poco.
—¿Y eso? ¿De qué hablas? —dijo con la cara oculta tras el libro.
—Sí, no sé. Una chica guapísima en el parque, la he visto también esta mañana en el bar. No sé, ha sido raro. —pensaba en voz alta Alba mientras se tocaba el aro izquierdo—. ¿Sabes el tipo de personas que parecen salidas de una novela? —concluyó.
—Uy, qué maricona estás hoy... —dijo María con voz burlona, mientras Alba la pegaba flojito entre risas, cosa que acabó con cosquillas y con la más mayor pidiéndole que parara.
—¿Qué hacéis, locas? —entró Carlos sentándose en el sofá contrario mientras desbloqueaba el móvil.
—Nada, Alba, que se nos enamora de desconocidas por la calle y luego no hay quien la relaje. —dijo María vacilando, lo que hizo que Alba la pegara con un cojín al grito de "¡Mentira!".
—Lo que Alba necesita es desfogarse. —rió Carlos, ganándose un cojinazo también.
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Twist of Fate × ALBALIA
Hayran KurguAlba siempre ha vivido inmersa en sus cuadros, su arte, sus pensamientos y su torpeza. Siempre sensible como un ser de luz, atrae cosas bonitas, entre ellas una nueva vida en la capital. Natalia nunca ha hablado demasiado de sí misma, sólo en canci...