Fiestas inoportunas

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Al día siguiente decidí no ir a clase, pues la sola idea de cruzarme con alguno de los dos me producía escalofríos. No recibí ningún mensaje, llamada o portazo inesperado, lo cual me ocasionó una extraña insatisfacción contradictoria. No estaba dispuesta a aclarar las cosas con nadie, ni siquiera conmigo misma. Ni tan solo estaba segura de lo que había pasado la noche anterior, de mis sentimientos encontrados, de mis fantasmas del pasado. Me tumbé en la cama toda la mañana, bebiendo café y escuchando mi lista de reproducción para los días de depresión. No me sentía emocionalmente capacitada para dejar entrar a Thomas de nuevo en mi vida, pero en el fondo aquello era todo lo que hubiese deseado. Un nuevo comienzo, olvidando todo lo acontecido, olvidando todo lo malo que fijarme en él un día me había causado. Sin embargo, intuía que la noche anterior quedaría en el olvido, que los dos la ignoraríamos lo ocurrido como si de un sueño se hubiese tratado y seguiríamos con el ritmo normal de nuestras vidas. Él con su empalagosa novia controladora y yo sola, sumida en mis pensamientos autodestructivos aún resentida de las heridas del pasado.

-¡Ari!-Gritó Angélica, picando a la puerta. Me escondí bajo mi almohada, poco dispuesta a atenderla.

-¿Qué?-Pregunté en tono gruñón distorsionado por la almohada que se encontraba sobre mi cabeza.

Angélica abrió la puerta, considerándose a sí misma con derecho a entrar solo porque había contestado a su llamada de atención.

-Tengo que pedirte un súper favor.-Abrí los ojos repentinamente y levanté las cejas escépticamente, apartando la almohada de mi cara rápidamente.

-Suelta.-Ordené de súbito.

-Bueno, sabes que mañana es mi cumpleaños, pues bien, estaba pensando organizar una fiesta…-La interrumpí intentando desviar su atención.

-¿Cómo está tu padre? Alejandra me dijo que habíais tenido lio con su mujer, ¿o debería decir, ex mujer?-

-¡No me interrumpas! Mi padre está perfectamente, gracias. Ahora a lo que iba, voy a hacer una fiesta el viernes, y va a venir mucha gente, lo entiendes, MUCHA.

-¿Qué, qué, qué? ¿Qué quieres decir con mucha?-Empecé a ponerme nerviosa, mordiéndome las uñas y sacudiendo la cabeza.

-Pues, quiero decir que a lo mejor viene gente a la que no te apetece mucho ver, ya sabes.-Angélica empezó a usar un tono más suave, como de corderito degollado.

-Si con esa gente te refieras a cualquiera de los chicos por los que no he ido a clase con tal de no cruzármelos o alguna de sus respectivas parejas olvídate.-Sentencié en tono imperativo.

-Bueno, Ari, es que ya lo he organizado todo, y hasta he creado un evento en facebook… No puedes hacerme esto ahora…

-Genial, Angélica, gracias por ser siempre tan considerada. Me levante furiosamente de la cama, empujándola hacia afuera a la vez que intentando cerrarle la puerta en las narices. Angélica se resistió a salir, aun intentando quedar bien conmigo.

-Eh, Ari, por favor no te enfades… Sabes que no lo estoy pasando bien con lo de mi padre, y es mi veintiún cumpleaños, entiéndelo, quiero que sea especial y divertido.

-No quiero seguir hablando del tema, Angélica. Me iré a pasar el fin de semana a casa de mis padres y ya está, pero no vuelvas a hacerme algo así.-Conseguí por fin echarla de mi habitación, apoyándome contra la puerta a la vez que suspirando profundamente.

Los dos días previos a la huida premeditada de mi propia casa pasaron sin más, y aunque decidí asistir a clase al día siguiente, intentando hacerme notar lo menos posible, todo aconteció sin complicaciones. Thomas no daba señales de vida, y tampoco las daba yo. Tal y como había sospechado, todo había acabado en un estúpido beso sin mayor repercusión, y empezaba a aceptarlo sin el más mínimo sufrimiento o remordimiento. Mi amplia universidad, repleta de chicos y chicas de mi misma edad y con sus decenas y decenas de aulas aún mas repletas de gente me permitían pasar desapercibida tras la multitud, lo que me resultaba bastante reconfortante. Sin  embargo, sabiendo de antemano que no habría huida posible para la fiesta de cumpleaños de Angélica aquella noche, todo estaba ya bajo control en mi retorcida cabecita. Un billete de tren para las ocho de la tarde. Dos pájaros de un tiro. Contentar a mi cariñosa madre, siempre reprochándome cuan olvidada la tenia y evitar la tragedia del mes, o incluso del año. Preparé mi maleta cuidadosamente en cuanto llegué del trabajo, deje mi habitación mínimamente ordenada, guarde mis objetos de mínimo valor bajo llave por si algún curioso decidía adentrarse en mi cuarto y me fui de casa, sin despedirme de nadie. Una vez fuera de mi edificio, me coloqué los auriculares y dejé que la música me llevara, a la vez que decidí borrar la lista de reproducción modo depresivo, que solo conseguía hundirme más en mi propia miseria. El día se había presentado gris, monótono. Las calles se llenaban poco a poco de jóvenes, dispuestos a dar lo máximo de su viernes noche. Yo sin embargo me dirigía con el rabo entre las piernas hacia casa de mis padres, dispuesta a ser atendida cual niña de mamá, hincharme a pasteles caseros y no hacer más que tumbarme en la cama todo el fin de semana. Llegué a la estación de tren sin el más mínimo percance, y observé cómo ésta estaba bastante más vacía de lo habitual. Decidí evitar crear cualquier posible conjetura al respecto y me dispuse a enseñar mi billete al controlador con tal de que me dejara pasar, pero este me detuvo impertinentemente.

-Servicios mínimos de trenes. Hay huelga.- Pronunció robóticamente.

-¿Cómo dice?-Pregunté nerviosamente, subiendo mi tono de voz.

-¿Sabe lo que es una huelga?-Aquella contestación solo hizo que enfurecerme más.

-¿Se cree que soy idiota? Aún así, compré este billete ayer por la tarde por internet y nadie ni nada me avisó de la maldita huelga, ¡Así que más bien diría que me han timado y me han robado, panda de estafadores!-Le grité, sacando mi más puro carácter escondido tras mi aparente aire de indiferencia. Aquella huelga me hubiese importado bastante menos si se hubiese dado en otras circunstancias, como una cena familiar con primos y tíos a los que no me apetecía ver o las bodas de oro de mi tía abuela segunda, pero no ese día. Definitivamente no.

-Pase por la ventanilla de facturación para recuperar el importe de su billete. Yo ya hago suficiente estando aquí estando todos mis compañeros de huelga como para tener que aguantar sus impertinencias, señorita.-Dicho esto miró hacia otro lado, ignorando de mi existencia.

-Ah, claro, suficiente hace viniendo a trabajar y cobrando un sueldo que pagamos los contribuyentes para que luego nos fastidien como les de la maldita gana y no nos ofrezcan ningún tipo de ayuda. ¡Me parece increíble que…!

-Márchese o la echaré a patadas de aquí.-Me amenazó. Había conseguido por fin sacarle de sus casillas, lo cual me produjo una cierta satisfacción, como si hubiese hecho enfadar a uno de los guardias reales del palacio de Buckingham.

-Genial, genial, son ustedes unos impresentables, ¡pueden meterse sus trenes por el culo o por donde les quepa!-Grité mientras me iba, evitando un posible puñetazo o empujón no deseado. Recuperé mi dinero en la ventanilla de facturación, renovando mi personalidad y convirtiéndome en una pobrecita chica desamparada con ánimos de ser ayudada.

- ¿Sabe usted si hay algún bus, camión, coche de caballos, avioneta, helicóptero, cualquier cosa…Para poder llegar? - La mujer tras la ventanilla me miró algo intrigada, tampoco parecía muy simpática. Sin embargo, mi técnica funcionó y revisó cualquier tipo de transporte capaz de llevarme hacia mi destino desde su ordenador. Miró su reloj y siguió buscando.

-Lo lamento señorita, pero el último bus salía a las 19:45, son las 8 y está usted a media hora de la estación de bus. El siguiente sale a las 6 de la mañana.-Dio por concluida así la conversación, desviando su mirada. No me esforcé ni en pronunciar un gracias ante la inutilidad de los transportes públicos de aquella ciudad. Pero tampoco estaba dispuesta a volver a casa.

Cogí mi móvil rápidamente, tratando de adivinar con que alma caritativa tenía suficiente confianza en aquella ciudad como para atreverme a dormir en su casa. Clara. Mi mejor amiga de la universidad y la única opción no incómoda que se me ocurría. Marqué su número de teléfono desde la agenda de contactos, rogando al cielo que me contestara lo antes posible.

-¡Ari! ¿Cómo estás?-Preguntó con su tono alegre de siempre.

-Hola Clara, muy bien gracias. Tengo que pedirte un favor muy importante.-

-Tú dirás.-Siguió contestando alegremente.

-Bueno, es que esta noche mi compañera da una fiesta en casa, y tengo muchas cosas que hacer mañana y sé que en casa no voy a poder dormir, ¿Sería demasiado pedir poderme quedar a dormir en tu casa?-Pregunté con tono de corderito degollado. Ella se rió, lo cual me confundió bastante.

-Sabes que no hay ningún problema, pero yo ya estoy en esa misma fiesta. Si quieres puedes venir a buscar las llaves a tu casa y después te vas para mi casa, aunque ello sea contradictorio en si mismo.-Volvió a reír, como si de una broma se tratara, sin embargo mis niveles de estrés aumentaban por segundos.

-Déjalo, no importa. Iré al apartamento y me encerraré en mi habitación cual ermitaño. Gracias de todas maneras.-Colgué el teléfono, irritada a la vez que sintiéndome totalmente impotente. Me dirigí de nuevo al apartamento patéticamente, con maleta en mano a la vez que odiándome a mi misma por haber eliminado la lista de reproducción modo depresivo de mi móvil.

Ni contigo ni sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora