Jarvan IV parte 5

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El príncipe observó con asombro cómo se transformaba en dragona y, acto seguido, escupía llamaradas al cielo en forma de desafío hacia su madre. Los aldeanos se apartaron aterrorizados, pero Jarvan los alentó recordándoles que Shyvana les ayudaría a destruir a su enemigo.

Pronto, una figura todavía más terrorífica eclipsó el sol: Yvva, la gran dragona, había llegado. A la orden de Jarvan, los soldados dispararon cientos de flechas de petricita sobre el lomo de la dragona, debilitándola con cada golpe. Esta se revolvió de dolor y respondió con fuego. Algunos soldados quedaron abrasados dentro de sus armaduras, pero las flechas no cesaron y el cerco de las ruinas anulamagia la ancló al suelo.

Jarvan observaba sobrecogido cómo Shyvana y su madre colisionaban con una fuerza titánica. Las colosales bestias lucharon en medio de una furiosa confusión, hasta el punto de que Jarvan apenas lograba diferenciarlas y tuvo que pedir el alto al fuego a sus arqueros por miedo a que hirieran a su amiga. Jarvan perdió la esperanza al ver cómo Shyvana se desplomaba volviendo a su forma humana y desangrándose por el cuello, pero, entonces, miró a su madre a los ojos y, con las garras prendidas en llamas, le arrancó el corazón del pecho.

Una vez desaparecida la amenaza, Jarvan IV por fin se sintió digno de regresar a casa. Había comprendido que los verdaderos valores de un demaciano no se centran en la victoria, sino en mantenerse unidos, sin importar las diferencias. Como recompensa por el valor demostrado, Jarvan le prometió a Shyvana que siempre tendría un lugar para ella en su reino. Sin embargo, ambos sabían que Demacia siempre pondría la magia en tela de juicio, así que ella juró que no revelaría su doble naturaleza cuando lucharan codo con codo. Juntos, viajaron a la capital con el cráneo de la dragona Yvva.

Aunque muchos se emocionaron al ver llegar a su príncipe a salvo, otros dudaron de la decisión que había tomado de reclutar a Shyvana, y las sospechas se acrecentaron en relación con el motivo por el que no había vuelto antes a la capital al escapar de los noxianos. Dejando a un lado sus propios pensamientos al respecto, el rey Jarvan III dio la bienvenida a su hijo a la corte. Una vez retomadas sus funciones reales, Jarvan IV juró defender los ideales demacianos construyendo una nación que apreciara el valor de cada uno de sus ciudadanos, uniéndolos ante cualquier amenaza a la que se enfrentaran.

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