Jax parte 4

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El hombre respiró con firmeza y atacó de nuevo, una serie de cortes rápidos y frenéticos dirigidos hacia arriba y hacia abajo, una mezcla de tajos de gran amplitud, estocadas fulminantes y golpes por encima de la cabeza. Jax los bloqueó todos. Su farol permanecía en constante movimiento mientras desviaba la espada del demaciano y sus lanzaba punzantes estocadas a los brazos y las piernas del hombre. Hizo un amago hacia la izquierda y enganchó el farol alrededor de la pierna de su oponente, que cayó de espaldas. Golpeó la barriga del hombre con el palo del farol, lo que duplicó su dolor y lo dejó sin aire.

—¿Ya has tenido suficiente? —preguntó Jax—. Puedo cambiarme de mano para ponértelo más fácil.

—Un demaciano preferiría morir antes que pedirle ayuda a un enemigo —contestó el guerrero mientras intentaba ponerse de pie. La fachada estoica del hombre se estaba derrumbando frente a las burlas de Jax y, cuando volvió a la carga, su ataque estaba cargado con una ferocidad que la disciplina y la habilidad no podían apaciguar. Jax se agachó para esquivar un golpe que le habría arrancado la cabeza y pasó a sujetar el farol con una mano. Metió su arma bajo la espada del rival y giró la muñeca. Este movimiento arrancó la espada de la mano del guerrero demaciano y la lanzó por los aires. Jax la atrapó hábilmente con la mano que tenía libre.

—Una espadita decente... —comentó mientras giraba la espada describiendo una serie de movimientos impresionantes dignos de un maestro espadachín—. Es más ligera de lo que parece.

El demaciano desenvainó su daga y se lanzó hacia él. Jax sacudió la cabeza ante su insensatez. Lanzó la espada por el puente y esquivó varias estocadas veloces y despiadadas.

Volvió a esquivar un barrido de la daga y atrapó un fuerte derechazo con la palma de la mano. Inclinó la cabeza hacia el río.

—Espero que sepas nadar —dijo. Giró la muñeca y levantó al guerrero del suelo y lo lanzó por el parapeto del puente. El hombre cayó al río y Jax clavó el farol entre los adoquines.

—¿Quién es el siguiente? —preguntó.

—Creo que me toca a mí —respondió una mujer, que se estaba apeando de un caballo gris al final del puente. Los flancos del caballo estaban cubiertos de sudor y su capa, llena de polvo debido al arduo viaje. Llevaba una coraza de acero plata y una espada larga colgada en la cadera.

Dejó atrás a los hombres que estaban al final del puente y avanzó hacia él. Sus movimientos eran gráciles y estilosos, y derrochaban confianza en su destreza. Sus rasgos eran angulosos y refinados, y su pelo negro tenía mechas de color carmesí. Sus ojos eran fríos y despiadados. Lo único que prometían era la muerte.

—¿Quién eres? —preguntó Jax, intrigado.

—Soy Fiora, de la Casa Laurent —respondió mientras desenvainaba su arma, un sable resplandeciente con un filo perfecto—. Y este es mi puente.

Jax esbozó una sonrisa bajo la máscara.

¡Por fin un oponente al que merecía la pena enfrentarse!

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