Jayce parte 6

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Llamó a Viktor, flaqueando cuando el ejército de robots se puso en actitud de firmes. Jayce le pidió que mirase a su alrededor para que reparase en lo que estaba haciendo. Fuera lo que fuera, esa Evolución no era el progreso por el que habían luchado en su juventud. Incluso, para sorpresa de Viktor, se disculpó por haberse comportado como un cretino.

Viktor suspiró. Respondió con una sola palabra: "Matadlo".

Los autómatas se abalanzaron sobre Jayce, liberándose de los cables que los conectaban al cristal y familiarizándolo con otra nueva emoción: el pánico. Sujetó con firmeza el martillo, percatándose de que, en realidad, nunca lo había usado. Cuando el primer gólem estuvo a su alcance, lo golpeó tan fuerte como pudo, sintiendo la energía de la esquirla fluir a través de sus músculos, acelerando el movimiento del martillo hasta el punto de que Jayce temió que se le fuese a escapar volando de las manos.

Se incrustó en el autómata, que prácticamente explotó en una lluvia de metal. A pesar de la destrucción de su camarada, las demás máquinas no vacilaron en lanzarse hacia Jayce, tratando de dejarlo inconsciente a mamporros.

Jayce analizó la formación del torrente mecánico que venía hacia él y trató de calcular rápidamente cómo eliminar al mayor número posible de robots con el menor número de golpes. Pero era inútil: se le echaron encima antes de poder asestar un solo martillazo. Al caer al suelo bajo un aluvión de golpes, Jayce vio a Viktor contemplar la escena no con orgullo, sino con tristeza. Había superado en astucia a Jayce y había garantizado el futuro de la humanidad, pero sabía que ese futuro tenía un precio: no podía dejar a su viejo amigo con vida. Jayce desapareció en un océano convulso de extremidades metálicas.

Fue entonces cuando Jayce, por primera vez en toda su vida, decidió dejar de pensar y empezar a romper cosas.

Despreocupándose de su propia seguridad, Jayce empleó hasta el último soplo de fuerza para zafarse de los autómatas de Viktor. Corrió hacia el brillante cristal y lo golpeó con toda la potencia aumentada que podía aportar su martillo hextech, haciendo añicos el objeto místico.

Viktor gritó, horrorizado, cuando el cristal reventó en mil pedazos y la onda expansiva los lanzó hacia atrás, mientras el ejército de autómatas se desplomaba inerte sobre el suelo. Los mismísimos cimientos del almacén temblaron, y Jayce apenas se las apañó para escapar antes de que el edificio se derrumbase.

Nunca se encontró el cuerpo de Viktor.

A su regreso a Piltover, Jayce informó a los patriarcas de su clan de los pérfidos planes de su antiguo colega. Pronto, Jayce se convirtió en la comidilla de todo Zaun y Piltover. Encomiado por sus reflejos en un momento de crisis, Jayce se tornó en objeto de adoración (al menos, entre aquellos que no lo conocían), granjeándose un apodo: el Defensor del Mañana.

A Jayce le importaba muy poco la devoción de sus conciudadanos, pero se tomó muy en serio su sobrenombre. Sabía que Viktor seguía ahí fuera, conspirando para vengarse. Un día —pronto, tal vez —, una terrible pesadilla llegaría a Piltover.

Y Jayce estaría esperándola.

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