El frío comenzaba a hacerse latente en el ambiente. No era el cálido tiempo al que estaban acostumbrados en Desembarco del Rey, y Rhaenys casi podía escuchar las quejas de la reina Cercei desde el caballo que montaba. La mujer del rey iba resguardada en su lujoso carruaje, y pese a no sentir el frío en su piel como la mujer de cabellera plateada, no paraba de gritar y quejarse por lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Hacía días que habían oficiado el funeral de John Arryn, la difunta mano del rey. Había muerto sin explicación alguna, una fiebre se había llevado, o había dicho el maestre de la Fortaleza Roja.
La de ojos violetas no las tenía todas consigo de que hubiera sido así, al contrario, tenía sus sospechas de lo que realmente estaba ocurriendo y porque el consejero del rey, aquel que se encargada de mantener Poniente en paz mientras Robert comía, follaba y se emborracha, había muerto de repente.
Rhaenys Targaryen apretó las riendas de su montura y aceleró el paso hasta que dejó de escuchar el murmullo de la estridente voz de la reina. Si por ella fuera le habría cortado la lengua, sacado los ojos y colgado su cabeza en una pica hacía muchos años, al igual que al rey Robert Baratheon.
Era un lujo que no podía permitirse. Su vida y la de sus hijos dependían de ello. Era la única manera de mantener a su familia a salvo. Y aunque sabía que su esposo haría cualquier cosa por ella, no iba a exponerlo más de lo que ya lo había hecho en los últimos año al casarse con él.
El recuerdo de la conversación que escuchó entre Jamie y Cercei Lannister le asaltó mientras llegaba a la altura de su hijo.
La reina quería que su hermano fuera la nueva mano del rey, pero él lo había rechazado. Ella no se rindió incluso que usó la táctica de que así restauraría su honor por estar casado con el enemigo.
Rhaenys había abandonado la capilla en aquel momento, malhumorada una vez más como cada vez que la hermana de su marido decidía poner en duda su lealtad.
Y días después, habían partido a Invernalia.
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La comitiva ya estaba cerca del fuerte de los Stark, llegando a las puertas. Los estandartes del Leon dorado de los Lannister y el venado coronado de los Baratheon, anunciaban su llegada. Los lobos huargo del blasón del norte daban la bienvenida a los forasteros de las heladas tierras.
Tras los estandartes y los guardias, el primero en cruzar el umbral del Guardián del Norte, era aquel al que apodaban "El Matarreyes", enfundado en una armadura blanca muy similar a la que portaban los guardias del rey, pero con una capa roja como la sangre, el color de la Casa Lannister. Junto a él iba un muchacho con una armadura negra como el mismísimo carbón con un león dorado sobre el pecho. Los ojos del animal eran dos rubís relucientes. Su yelmo estaba coronado por unas alas de dragón idénticas a las que en los antiguos grabados de Antigua se representaba a Daemon Targaryen, el Principe Canalla.
Pese a que el Rey había "sugerido" que Rhaenys entrase en la carroza junto a su esposa, porque no estaba bien visto que una mujer montase tan libremente a caballo, ella había hecho caso omiso y había entrado al patio montando su corcel negro como la misma noche. Llevaba un vestido del mismo color que el pelaje del animal, adaptado para poder cabalgar y también mantener el calor en aquellas frías tierras. Su melena casi blanca estaba semirecogida en un moño lleno de trenzas.
Junto al joven Lannister se encontraba el príncipe heredero, Joffrey Baratheon, seguido de su guarda personal, "El Perro".
Si uno se fijaba bien, podía ver las miradas que Sansa Stark y el príncipe se dedicaban el uno al otro. Él con arrogancia y ella con amor y devoción. Rhaenys negó de manera casi imperceptible la cabeza al notar aquello. La pelirroja debería quitarse aquellas ideas de niña enamorada de un ideal de la cabeza, por su propio bien.
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El Espíritu del Dragón
FanficEl joven, conoce la historia de su familia mejor que nadie, su madre le relataba las hazañas de su tío, como había luchado por su amor, como todo se había visto truncado por aquel a quién debía de llamar de llamar Rey. Ella, vivió la muerte de su fa...