Iniciaba un nuevo día, aún con cansancio estiré mi mano y palpando a mi derecha busqué mi celular para ver la hora. Fue un agudo dolor en mi costado derecho el que me hizo despertar completamente.
Sea cual sea el lugar donde desperté, dos cosas eran seguras. Primero: no es mi habitación o ningún sitio que conozca. Segundo: no tenía recuerdos de cómo llegué ahí.
El lugar en que me hallaba acostado no era una cama, era una superficie de piedra. El lugar estaba a oscuras, a excepción de un pequeño haz de luz que se colaba por un agujero en el techo. Yo traía puesto un pantalón de mezclilla con algunos agujeros y en mi torso no tenía más que una venda cubriéndome el lugar del dolor.
Arrastrándome por la habitación, descubrí que era una cueva, o al menos eso parecía, pues el piso y las paredes eran también de piedra. Lo extraño era que parecía estar habitada. Con la poca luz que entraba conseguí ver unos dibujos en una pared. También encontré una especie de tazones, uno de los cuales contenía agua, y una cesta de mimbre que parecía tejida a mano.
Fuese lo que fuese ese lugar, sabía que no me dejarían mucho tiempo a solas, así que comencé a buscar una salida desesperadamente. Di la vuelta a todo el lugar tocando las paredes: nada... aún nada... todavía nada... hasta que por fin, encontré un sitio en la pared que parecía estar suelto, como si hubieran puesto una gran piedra a modo de puerta. La moví un poco y algunos rayos de luz más entraron por unas rendijas, pero justo cuando iba a salir, unas voces que venían de afuera me detuvieron:
- Dígame, ¿cómo se encuentra? - preguntó una voz que parecía de un hombre ya mayor, como de unos cuarenta años.
- Aún está algo delicado, el golpe sin duda fue fuerte - respondió una voz femenina.
- ¿Cree que se recupere?
- No puedo asegurárselo, necesitaríamos más tiempo.
- ¿Y la dosis tranquilizante?
- Las hierbas tienen un efecto duradero, pero eran las últimas y son difíciles de hallar en esta época.
- "¿Tranquilizantes?" - pensé - "¡estas personas me drogaron!".
- ¿Cuánto tiempo cree que puedan mantenerlo dormido?
- No más de una hora señor - ambos quedaron en silencio, los dos sonaban desesperados - si el muchacho despierta, no nos quedará de otra, no podemos dejar que se entere, pero necesitamos su autorización.
- Sé que es mi responsabilidad, pero es difícil, Marco es uno de nuestros mejores guerreros.
- "¿Cómo sabe mi nombre? ¿Qué quiere decir con 'uno de sus mejores guerreros'?" - tenía mil preguntas en mi cabeza.
Estaba dispuesto a seguir escuchando, pero tuve que correr de vuelta al sitio en que desperté al oír sus pasos venir hacia acá. Escuché cómo movieron la piedra y cómo se acercaron hasta mí, no pude verlos, estaba fingiendo estar dormido.
- ¿Algún avance? - preguntó el hombre con un tono decaído en su voz.
Sentí una mano sobre el lugar de mi dolor. Tuve que contenerme mucho para no quejarme o retorcerme, pero lo logré, o eso creo.
- No señor, sigue igual - de nuevo ambos guardaron silencio - el efecto acabará pronto, le sugiero que se prepare para dar la orden.
- Debe haber algo que podamos hacer.
- No nos podemos arriesgar, si despierta, deberemos sacrificarlo.
Al decir eso un escalofrío me recorrió el cuerpo, si se dan cuenta que he despertado, me asesinarán, debía salir de ahí sin que lo notaran.
- Entiendo, ¿podría estar un momento a solas?
- Por supuesto.
Escuché unos pasos y cómo la roca se movía, el hombre que estaba junto a mí estaba respirando algo fuerte, pero sin decir nada. Luego de unos minutos comenzó a sollozar, pero lo que ocurrió después, todavía me pregunto si fue real o un extraño efecto secundario de la droga que me dieron. El hombre puso su mano sobre mi piel, pero me di cuenta que no era una mano, era una pata, o eso creo al menos. Sentía el pelo y algo que supongo, eran garras.
Pasó un buen rato, no sabría decir cuánto con exactitud, solo quería que el hombre, no, el animal que estaba ahí, se fuera; pero seguía escuchando su respiración tan profunda. Poco a poco la desesperación me consumía. Me planteé el salir corriendo de ahí o hacerme el muerto hasta que decidieran deshacerse de mí. Por suerte, antes de hacer alguna locura, la mujer volvió a la puerta.
- Señor, ¿aún no ha despertado?
- No, pero seguro no tardará en hacerlo.
- Bien, tiene un asunto pendiente, lo llaman. Le cambiaré sus vendajes al muchacho.
- Está bien, si despierta házmelo saber.
- Sí, señor.
La mujer me cambió los vendajes, ella también tenía patas. La verdad no me explico cómo consiguió cambiar mis vendas con tanta facilidad. Cuando terminó su trabajo, salió de la cueva y me quedé solo. Esperé un par de minutos para estar seguro que no iba a volver y me levanté para salir. Sinceramente no tenía idea de qué haría al salir, cualquiera podía verme, pero no tenía elección. Me armé de valor y quité la roca de la salida.
Afuera todo estaba cubierto con nieve, lo cual no era impresionante ya que era invierno, por lo demás, no veía más que árboles. El lugar estaba desolado y hacía demasiado frío. No sabía a donde debía ir para regresar a la civilización. Miré al rededor y para mi sorpresa, había una columna de humo que se veía a lo lejos en dirección opuesta a la entrada de la cueva. Obviamente no tenía muchas ganas de poner mis pies desnudos sobre la nieve, pero reuní fuerzas y lo hice. Cada paso era insoportable, me quemaba la planta del pie horriblemente.
Para mi sorpresa no pasó mucho hasta que llegué a mi urbanización, solo deseaba llegar a mi casa. Sin embargo, aunque sabía que a partir de ese momento nunca volvería a acercarme al bosque, un impulso me hizo voltear; ahí, en medio de los arbustos, vi un lobo de ojos amarillentos mirándome.
- Cambio al ocaso y olvido al alba - dijo con un tono serio - así es como debe ser para aquellos como tú. No digas nada de lo que viste y no vuelvas jamás al bosque. Hasta nunca Marco.
Volví a mi casa, tomé un largo baño caliente y me vestí, tuve un resfriado, pero no duró mucho. Todo lo que sucedió fue tan irreal, que aún me preguntaría si lo que viví no fue más que un sueño, de no ser por el aullido que desde entonces escucho todos los días al momento del anochecer, recordándome así que ellos me oyen y me vigilan, recordándome aquella advertencia que me dieron ese helado día, recordándome aquellos ojos color ámbar que me perseguirán el resto de mis días.
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Cambio al ocaso, olvido al alba
Short StoryRegreso con este pequeño cuento: ¿Alguna vez te preguntaste si tal vez hay algo sobre ti que ni siquiera tú sabes? A Marco le sucede algo similar. Cambio al ocaso, olvido al amanecer. Despertar en la mañana sin saber que la noche anterior no estaba...