Capítulo 5º

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           Misa ya llevaba unos días por allí. De momento no se había atrevido a alejarse mucho de la cabaña, pero poco a poco fue explorando los alrededores. Al principio, tan solo jugaba con Diana y rebuscaba el montón de objetos, además de mirar el diario y tratar de averiguar cómo funcionaba la brújula. Pero luego comenzó a interesarse por la estantería que estaba en una esquina del cuarto. Había muchísimos libros en ella; la mayoría de ellos en una lengua muy rara que no conseguía descifrar. Por suerte para ella, encontró algunos legibles. De los que podía leer vio uno que le llamó la atención más que el resto. Era un libro de leyendas. "Leyendas Mágicas" , se leía en la portada. Lo hojeó por lo alto, y le pareció una buena lectura, bastante apropiada para sus circunstancias. Paró en la primera portada de una historia. Era un dibujo de un hada de tamaño humano montada sobre un unicornio, a la salida de un bosque, a medianoche. De fondo, un castillo se veía antes de una hilera de montañas que decoraba el fondo. Por toda la image se veían brillos debido a una especie de purpurina dorada. En el cielo, junto a la luna, se veía el título en dorado: "Paseo a Medianoche". Solo estaba ella en casa y, como Diana dormía, salió afuera. Era de noche, y sus extravagantes compañeros de casa no tardarían en volver. Se encaramó a una de las gruesas ramas cercanas a la cabaña, algo más arriba tal vez, y se acomodó en un hueco que dejaban libres las hojas. El paisaje era único: la luz azulada de la noche se colaba entre las hojas, cogiendo un toque verdoso. La luz blanca de la luna se dejaba ver por entre los resquicios libres, e iluminaban la portada del libro. Misa, como otras veces, se sentía observada, pero ya sabía que no eran ni Kreiss ni Aile, sino las diminutas criaturas que se camuflaban entre la floresta. Algunos tenían la cabeza redonda; otros, en forma de llamita; otros, de cebolla...pero todos ellos tenían rasgos humanoides. Algunos ostentaban alas de mariposa, de libélula o includo unas que a la chica le parecían diminutas alas de murciélago. Vestían con hojas, cortezas, ramitas o, simplemente, iban tal y como habían venido al mundo. Misa ya no se preocupaba. Estaba ya acostumbrada a notar tironcitos en el pelo, a sentir como si una fresca brisa le acariciase la nuca, o a notar las gotas de rocío que le deslizaban en los oscuros cabellos. 

            A la tenue luz de la luna, Misa abrió el libro por la imagen de "Paseo a Medianoche". Contempló el dibujo, más bello y hechizante bajo el encanto nocturno, y comenzó a leer.

             "Desde tiempos inmemoriables, la noche da cobijo a todo tipo de criaturas fascinantes: hadas, trasgos, enanos, silfos, elfos...todos ellos seres fantásticos y mágicos.

            >>Esta historia tiene lugar en Londres, en tiempos que ni yo, ni nadie, puede recordar. La joven Melissa Stevens intentaba dormir, bien sujeto Johnny, su osito de peluche. Miraba por la ventana, abierta para que el calor no la molestase. El cuarto de la niña daba a un prado, propiedad de su padre, que allá a lo lejos daba a un bosquecillo de abedules. Ella siempre había querido ir más allá de la tercera fila, pero su madre temía que se perdiese. Melissa contemplaba los abedules, que parecían bailar suavemente al son de la brisa. La hojas brillaban al resplandor de la luna llena, adquiriendo así un color plateado. La niña oía el viento silbar, cada vez más adormecida, cuando oyó otro sonido. Era el relinchar de un caballo, solo que más melodioso, más...¿musical, tal vez? Melissalo atribuyó al cansancio, a ese sueño que, cada vez, la sumía más en el mundo de los delirios y la fantasía. Momentos más tarde, volvió a oír al caballo, acompañado por un canto adulante, fantástico, que actuaba en ella como sedante. Estuvo así, mirando al vacío en dirección al bosque, hechizada por aquel mágico cantar, durante más de cinco minutos. De pronto, la voz paró de cantar. Melissa despertó del hechizo de sopetón, casi como si le hubiesen pegado un susto, y miró al bosque, apenada por que aquella voz tan bonita parase de cantar. Se tumbó en la cama y se arrebujó en las sábanas, dispuesta a dormirse de una vez por todas. Cerró los ojos, y se acomodó en la almohada. Justo cuando su cabeza la rozaba, volvió a oír el maravilloso cántico, mucho más cerca. Miró otra vez por la ventana, temiendo que la canción se terminase. Pero lo que vio la dejó sin palabras: una hermosísima hada montaba a horcajadas un unicornio, a la vez que seguía cantando. La feérica era algo más baja que su madre, y llevaba un vestido hecho de luz de luna, cuyo borde se disolvía en el aire en polvo dorado. Su cabello, del color de las avellanas en otoño, daía como una cascada sobre su espalda. Ostentaba, en su melena castaña, una corona de flores adornada con el mismo polvo dorado del vestido, y sus alas cristalinas , finas como la seda, simulaban cuatro trozos de hielo pulido con forma de ala de libélula. Su rostro era joven y hermoso, y seguía entonando aquella cándida melodía. El animal, tranquilo, pacía en el predo del padre de Melissa. Sus blancas crines semejaban la blancura de la luna, y sus ojos negros cual azabache parecían no tener fondo, como un pozo infinito, llenos de sabiduría y honradez. Su cuerno parecía ser de una mezla perfecta entre marfil, diamante, plata y cuarzo, y mientras su jinete le acariciaba la cabeza el misterioso polvo dorado se extendía por su fuente de poder. las delicadas pero musculosas patas terminaban en cascos hendidos , y la cola flotaba al viento como un fino polvo plateado. Una corona de flores, distinta a la del hada, también reposaba en su cabeza, embelleciéndola aún más. Melissa no podía de mirar aquel mágico conjunto. Embelesada, no se percató del sueño que la invadía y, cuando se dio cuenta, estaba cerrando los ojos, dejándose llevar por la melodía. Apenas en el último instante de consciencia, le pareció ver cómo el hada cogía una de las flores de su corona y la lanzaba al aire, hacia su dirección...y, cuando rozó su mejilla, traída por el viento, cayó pesadamente sobre la almohada. 

            >>Al día siguiente, al despertar, la pequeña Melissa recordó lo sucedido anoche, y le pareció tan fantástico que creyó que fue todo un sueño. Hasta que vio la flor sobre la almohada, al lado de su cabeza. Aún conservaba el polvo dorado. Melissa la cogió con sumo cuidado, y miró afuera, al lugar donde había tenido lugar aquel mágico acontecimiento.

         >>Desde aquella noche, la niña siempre escuchó, estuviera donde estuviese, el relincho del unicornio, y la canción de la jinete la dormía, como una nana...desde entonces, se dice que un unicornio y el hada más bella habitan en Inglaterra, velando por los sueños de todos aquellos que no pueden dormir."

         Misa cerró el libro, suspirando. Era una bonita leyenda, muy apropiada para aquél momento. Recostó la cabeza contra la rama, y cerró los ojos. Sólo pretendía descansar un poco los ojos, pero...

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          Al día siguiente, al despertarse, se estiró y sé llevó el mayor susto de su vida. Aún adormilada, se estiró, y oyó cómo el libro caía. Pensando que aquello era su cama(más dura de lo normal, era muy raro), se dio la vuelta para cogerlo, y cayó de la rama. Abrió los ojos, sintiendo vértigo, y se vio cayendo y dándose golpes contra el tronco. Por pura casualidad, una rama gruesa se le cruzó justo por debajo, y la frenó. Sí, el dolor era tan terrible que creyó haberse quedado sin estómago, pero al menos se había salvado. <<Seguro que ahora pareceré una mora, de los golpes>>, se dijo. Con cuidado, se encaramó a la rama salvadora, y se sentó despacio, para no hacerse daño en las heridas.

          -Ahora tendré que bajar a por el libro-pensó en voz alta-. Espero que no se haya roto...

          A la altura de las raíces se encontraba éste. No había sufrido muchos daños, a excepción de un par de arañazos y manchas de polvo en la cubierta. Misa sacudió un poco el libro, para quitarle el polvo, y subió de nuevo. 

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   Con el paso de los días, Misa aprendió a convivir con el bosque, a sobrevivir en él y demás. Ni se dio cuenta de que había pasado casi un mes allí, cuando ya llevaba tiempo estudiando y aprendiendo un poco acerca de la mágica sociedad de sus dos amigos. Ya no dudaba de ellos, ni era tan impertinente. Digamos que la vida allí le había suavizado. Tampoco notó sus cambios físicos. Sus ojos, azules, habían cobrado un tono verdoso, hasta tener un verde puro, tan inusual en los humanos. Sus orejas tenían el mismo tamaño, solo que habían cobrado una curiosa forma de ala de mariposa. Y su pelo, negro y sedoso, era ahora de un azul medianoche, adornado por las distintas hojas y flores que habían quedado prendidas en su paso por el bosque. Diana seguía junto a ella, y disfrutaba como nunca a su aire en aquel lugar tan extenso y tan bonito...tan natural. Pero, uno de esos maravillosos días, tuvo que presentarse ante el resto de habitantes de Athia...y conoció su verdadero origen.

Los Misterios de AileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora