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Cuando era joven y nazi, como a las cuatro o cinco años, pensaba que Bücho – candidato a presidente y amante del Yogur – era una hermosura, que la rubiedad era una virtud moral, que las familias de cinco hijos eran la perfección y que yo, pelo claro, ojos azules, era la belleza de este mundo. En tres palabras: era muy feliz. En nueve (ai tuve que contarlas con los dedos): lo único que existía en el universo era yo. Cumplo seis años y las cosas cambian. Una noche, un comercial de Talliana, Carozzi, o Luchetti en la tele. Yo miro. Aparece una niña de trencitas y ojos verdes diciendo no sé que chucha en italiano. Entiendo dos cosas: esa pendeja es y será más linda que yo/si existe una pendeja más linda que yo puede que existan MIL más. Para protegerme de la durezadelavida, relativizo mis valores: si no puedo ser la más linda, la belleza ya no es lo más importante. Si hay otra más rubia, la rubiedad tiene que importar un pico. Si todo eso cambia, debo alejarme de lo otro: no más ideal familiar de cinco hijos, no más amor a Büchi.
Apenas me acostumbro a mi nueva vida cuando, domingo diez y media de la mañana, Padre maneja demasiado rápido y dobla a la derecha en vez de a la izquierda.
– ¿No vamos a la feria? – pregunta Hermana.
Padre mueve la cabeza negativo y yo me pongo contenta: me gustaba la feria cuando comprábamos lechuga para mi ex conejo blanco pero mi conejo blanco ya está muerto.
Creo que Hermana refunfuña. Sobre todo cuando llegamos a una casa que no es una casa, donde dicen la palabra aleluya, la palabra amén, la palabra Señor, la palabra enemigo y la gente canta canciones califas que no son para un polola/o sino que para Jesú, y que no se llaman canciones, sino que alabanzas.
Vuelvo a ser feliz. Si tengo que matar el amor a los valores de la rubiedad en mi corazón, es bueno remplazarlo con el amor al Señor. Es bueno ser evangélica. Es bueno, en realidad, ser no católica.
Si no soy lo suficientemente hermosa como para poder sentirme distinta al resto, puedo ser suficientemente evangelion.
Pensaba escribir que a los seis años no tenía sabiduría y que si alguien – el señor Yisú, el espíritu santo, cualquiera – me hubiera dicho que iba a tener que ir a la iglesia domingo tras domingo tras domingo tras domingo, hasta los 21, le habría pedido a Padre que porfavorcito fuéramos a la feria.
Pero, en realidad, hubiera dejado todo igual. Shia.
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Los evangélicos llegan al Señor de dos formas:
1. Yo estaba en las drogas en el alcohol en ma cárcel yo había tocado fondo nadie daba un peso por mí pero el Señor bla bla bla.
2. Yo lo tenía todo: una vida perfecta perro auto casa plata mina rica pero sentía un vacío acá, en el corazón; un vacío que solo lo puede llenar Jesucristo.Padres llegan de una forma tercera. Tienen casa, tienen un Fiat, tienen a Hermana, me tienen a mí, no tienen perro, no tienen todo y se llevan más o menos mal.
Tío Pastor los invita a un encuentro matrimonial. Es una cosa rara, rara como el Eje, en la que los papás-mamás se escriben cartas, uno les escribe cartas, un monitor les hace cariño en la cabeza para tocarles el corazón y entonces lloran, y se llevan bien, y hay que esperarlos en la casa con globos para que sean felices cuando vuelvan.