37.

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Fernando sonrió cuando los vio aparecer. Las cámaras y los focos estaban preparados, sólo faltaban ellos para que todo empezara.

—Venga chicos, que entramos en directo en nada —los apresuró Fernando colocándolos uno a cada lado suyo y cogiendo con fuerza su micrófono.

—Conectamos en tres, dos, uno... —informó el cámara sin dar un respiro a los recién incorporados en escena.

—¡Buenas tardes compañeros! —saludó Fernando con alegría—. ¡Claro que si compañeros! ¡Aquí manda el directo! Me he venido hasta el plató, he dejado allí a Ricky en el backstage para que esté con los candidatos y... ¡Yo me vengo con los nuestros! ¡Con Amaia, con Alfred! Buenas tardes chicos, sé que os lo hemos preguntado miles de veces pero, ya queda muy poquito, menos de una hora, para que empiece la gran final. ¿Cómo os sentís? ¿Hay nervios?

No habían parado en todo el día. Literal. Desde que los primeros rayos del sol se asomaron por la estrecha brecha de la ventana, desde que sus pies empezaron una danza torpe eterna bajo las sábanas y desde que el despertador resonó por toda la estancia, no se sorprendieron nada en encontrarse en los brazos del otro, sintiendo su calor y sobretodo, sintiéndose protegidos.

La cama olía a ellos, a noche, a sudor, a caricias, a sexo. Aún resonaban entre esas cuatro paredes el recuerdo de las respiraciones agitadas, de los suspiros y de los gemidos en el oído. Habían visto su deseo en la mirada, habían suplicado más, y se habían agarrado con fuerza hasta ser uno en el cuerpo de dos. Prometieron no prometer, sino cumplir y hacer. Eran ella y él y el mundo, les sobraba.

Nunca más volverían a olvidar la sensación temblorosa que tenían al verse, el motivo porque sus ojos siempre les habían paralizado o el cosquilleo cuando oían sus risas. Volverían a hacer la guerra, de eso estaba claro, pero harían la guerra a su manera.

Era su momento, el momento de cometer errores de nuevo, de equivocarse, pero sin olvidar de donde venían y sin olvidar su magia, su esencia. Se habían echado de menos. No lo podían haber gritando ni más fuerte ni más claro. Se sentían que sin el otro, no podían vivir y sus corazones latían con fuerza anhelando que se quedaran ahí, encerrados, para siempre.

Pero no puedo ser así. El día había llegado y el 12 de Mayo se presentaba de todo, menos tranquilo. Salir de la cama se convirtió en un deporte de alto riesgo. No querían abandonar las sabanas que los habían rodeado durante tantas horas pero al final, ni los arrumacos ni los mimos, sirvieron de nada y tras una ducha rápida, empezaron su día.

—La verdad es que más tranquilos que siempre —respondió Alfred volviendo a la realidad y dedicándole una sonrisa cómplice a Amaia—. Y... Y... Pues con ganas de entrar a cantar ya.

—Me gusta veros así eh... —confesó Fernando con un suspiro.

El tiempo había volado. Hacía apenas cuatro días habían ganado la gala de Eurovisión y ahora se encontraban a punto de actuar. Incluso tenían que hacer mucha menoría para acordarse de que estaban hacía un año atrás. El tiempo había pasado y la vida, con ellos. Porqué la vida no es nada más que eso que pasa mientras tenían la cabeza en la luna.

Maquillaje y vestuario a primera hora seguidos de un ensayo general que los dejó sin habla. Su voz sonaba distinta, no a peor o a mejor, sino distinta. Parecía que toda la oscuridad que habían retenido, se habían liberado. Ya no cantaban de lo que había sido sino de lo que podía ser. O eso pensaban ellos. No habían tenido mucho tiempo para hablar sobre lo que había pasado entre ellos pero se negaban a volverse a perder.

—Sí, yo estoy aquí, es qué... A ver, que yo no voy a salir a cantar así —respondió Amaia mientras se señalaba todos los pequeños pliegues que llevaba en el pelo—. O sea, que no voy a salir a cantar así, es que me los tenían que quitar pero como no ha dado tiempo...

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