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Ayer, desde el barco, vimos movimientos en el mar que no parecían ser olas como las demás.
Lo sabíamos porque ya habían pasado 8 semanas desde que dejamos el puerto de Sevilla, gracias a la bondad de los Reyes Católicos de España. El camino para la India era muy largo y teníamos que estar preparados para esta aventura.
Pero esta vez, navegando por una nueva ruta. Dirigir esta navegación para mí, Cristóbal Colón, representó un gran desafío. Sabía que no iban a faltar los obstáculos: las noches oscuras, las tempestades, las tormentas...y las criaturas marinas determinadas a perjudicarnos.

En el recorrido, de tanto observar, mi equipaje y yo conocimos gran variedad de paisajes y cantidad de animales curiosos. Me atraía cada árbol en cada isla, cada pez que saltaba de adentro del mar y cada ave que nos dominaba desde el cielo mientras nosotros dominábamos las aguas.
Esta noche, no sabíamos qué era lo que nos esperaba y lo que vimos superó todas nuestras expectativas.

Cuando el viento empujó las nubes que ocultaban la luna llena, notamos que esa sombra que se movía en el agua se estaba acercando más y más al barco, como si la fuésemos atrayendo. Se escuchaba una voz aguda, angelical, cantando, más y más alto, hasta que nuestros oídos no percibían nada más, absolutamente nada más que ese canto divino.

Progresivamente, empezamos todos a sentirnos desorientados, embrujados, desconectados del mundo real, como si esta voz nos estuviese hipnotizando.
Mis ganas de descubrir qué era lo que despertaba todas estas nuevas sensaciones dentro de mí aumentaban al pasar de los segundos. Mis compañeros, por el miedo, no quisieron avanzar pero yo no pude resistir la tentación. Me atreví a mirar.

Avancé hacia el borde.
Mis ojos jamás habían visto un espectáculo tan fantástico. La sombra no era ni de un tiburón ni de una serpiente.

Era una hermosa sirena.  Con un sensual pecho y un delicado rostro de mujer, y una gran cola de pez.  Tenía un hermoso pelo negro y largo, labios provocativos y ojos amarillos en tamaño de almendra que la luz de las estrellas hacían lucir aún más.

Cuando su mirada se cruzó con la mía, sabía que ella me estaba llamando.
Cuanto más se acercaba, más divina aún me parecía. Entonces, sin desviar mi mirada de su cuerpo, dejé que sus brazos me llevaran dentro del océano y que mi espíritu se dejara enamorar de su mítica belleza.

Debajo del agua, descubrí un mundo que jamás pensé que existiera.
Vivían criaturas marinas de todos los colores y de todas las formas, en medio de corales, anémonas y conchas con perlas de nácar blanco. 

La sirena nadaba con una delicadeza y una fineza que me maravillaban, cuidando cada movimiento, cada batida de brazos era majestuoso.

Y fue ahí, en las profundidades del océano, abrazados en la arena, que hicimos el amor.

Era tan perfecto que no parecía ser real. Su místico canto resonaba como un eco en mi mente mientras su cola rozándome me rodeaba a cada instante con más fuerza.

Me estaba perdiendo en el destello de sus ojos, y mis labios muriéndose por besar los suyos.
Cuando ella los acercó y abrió la boca, pensé que me iba a besar. Pero estaba ilusionado.

En vez de besarme con ternura, ella pegó su boca a la mía, con fuerza metió su lengua y empezó a sacar de mí poco a poco cada ánimo de vida. Pero en ese momento todavía no me había dado cuenta: la bella sirena había violado mi alma.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba acostado en una playa desierta, donde no habían ni árboles ni aves, sólo arena.
Fue mirando hacia el horizonte que me acordé de la letra del canto de la sirena.

"Maldito sea quien se atreve a querer robar lo que me pertenece; infinitas son la grandeza y las riquezas de los mares; el que sucumbe a mi encanto estará arrepentido; y pagará como castigo el precio de su alma".

La Sirena y el MarineroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora