Capítulo I. El ataque.

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Intro.

  Estoy reencarnando una vez más entre las serpientes, alacranes, escorpiones, escarabajos, que me hacen ceder el veneno más fuerte de todos, tan letal como una tarántula y asesino como una cobra desértica. Mientras sentía mi cuerpo volver a la vida, podría observar una gran tempestad que tomaba camino por la aterradora oscuridad, esa donde estuve caminando solo todo este tiempo, sudando entre gota a gota de sangre que parecía no detenerse. Mientras caía de rodillas, pude ver como la maldición se apoderaba de mí ser, de mis emociones y mi cordura. Una sombra de color índigo se extendía por la tierra parda, ondulada y destruida, cada vez que se aproximaba a mi comenzaba a extraer mis buenas vibras e intenciones convirtiéndolas de una copa de vino, a un cáliz de sangre. Esa sangre del cual había salido de las grandes heridas que llevaba en mi espalda, destrozada por los gusanos que eran generados por la traición y la maldad siniestra que me llevo a ser torturado a latigazos sobre el pasto seco y frio nocturno, todos los verdugos de capucha negra escondían uñas largas, que ocultaban sus rostros tan pálidos como la nieve, sus ojos eran tan rojos como el fuego, y tenían ojeras tan oscuras como la noche, esas que eran tan marcadas como las raíces de un roble.

Mi pueblo, mi comunidad, sufría tanto por las intervenciones del imperio maligno y de la forma de asechar el enemigo. Aterrorizados del apocalipsis, eran asesinados por jinetes de armadura oscura mientras sus chozas eran quemadas, sus familias eran acorraladas y amenazadas gritando PIEDAD, ante el catastrófico atentado siniestro. Ya todo lo que era mi pueblo estaba hundiéndose al inframundo, sus corazones estaban en llamas, su piel se quemaba como el hidrógeno, sus espíritus estaban en la máxima oscuridad.

Tras las batallas apocalípticas presentes, que me hacían sentir una gran ansiedad que me estrangulaban de la impotencia en salvar mis discípulos, veía como mis enemigos se llenaban de riquezas en mi reino, en el gran Olimpo. Toda mi gran familia ya era parte de la esclavitud, así que mis grandes bienaventuranzas habían sido incineradas. Yo, encerrado en la torre más alta, vigilado por las bestias, pude sentir el asqueroso olor del azufre que se acercaba a mi estadía, era el mismísimo demonio que corría a buscarme; cada vez que se acercaba a la habitación donde estaba encadenado, escuchaba su grandes garras afilarse en el suelo, la temperatura descendía al máximo y mi piel se congelaba al cero absoluto, pero ya cuando había llegado sigilosamente, la temperatura empezó aumentar, mi piel se quemaba, sentí miedo, sentí que perdía mi valentía y mi gran astucia. La torre se estaba derrumbando, estaba cayendo y todo parecía ser una especie de pesadilla esa donde estas cayendo y no puedes despertar; al caer sobre el suelo, todo se torno de oscuro, fue como visitar el infierno estaba en las tinieblas, y la niebla bloqueaba mi entorno, mi respiración se volvía más lenta cada vez que miraba fijamente al lugar de donde escuchaba sus patas de cabra, veía sus cuernos, tan filosos y sombríos, ya sentía su potestad hacia a mí al sentir el imparable murmullo.

Mientras me levantaba a correr atemorizado con las manos encadenadas, fui a esconderme entre las ruinas la torre destruida. Éste ya me había encontrado en la oscuridad pues sabia donde me ocultaba, ya no podía hacer nada no tenía algún lugar donde huir, mi último pensamiento como plan seria enfrentarlo aunque me costase la vida. Ya cuando finalmente se acercaba, observaba su silueta acercarse que hasta en un suspiro, ya sus frías manos estaban sobre mi cuello, así que comenzó apretarlas en mi garganta; no tuve fuerzas para gritar, ni siquiera para respirar.

Pero cada vez era más y mas fuerte, me estaba asfixiando en medio de la oscuridad, solo miraba sus ojos rojos y sentía como lamia mi cara con su lengua de dragón, mientras agonizaba rasgaba mi cuerpo con sus garras; estuve hipnotizado por el dolor y con su mirada despiadada. Comencé a vomitar sangre de un color vino tinto y coagulada, pero cuando intentaba toser sentía como mis pulmones se desgarraban me retenían la mínima respiración; no quería morir, sabía que todavía tenía esperanzas para luchar en esos últimos segundos después que toda mi vida pasaba como reflejos en mi mente, el tiempo corría más lento, perdía la cordura al fijarme en que había dejado morir todo de mi. 


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One Last Breath (Un último respiro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora