—Lo mejor es que sigamos por entre esas dos montañas. Se abre mucho a la izquierda, pero el estereomapa dice que luego de esa quebrada hay un valle que será fácil de transitar.
—Jefe, me parece que la quebrada es muy angosta, hay que dimensionar en el mismo lugar si ofrece las facilidades para que pasen las tropas.
—Sí, tienes razón. Además, me parece que no habrá necesidad de transitar por otro camino. Hay que avisar a los demás que se alisten, seguiremos esa ruta al amanecer.
—Jefe, mira el mapa, no nos falta mucho para terminar.
—Espero que nuestra ruta sea la mejor. Que "los rojos" nos la compren.
—¿Se imagina Jefe? Seríamos ricos —se recostó en la arena, mirando las estrellas de la noche—. Aunque Ciudad Capital va a desaparecer.
—No va a desaparecer. Por último, lo que le pase no nos interesa. Con tal que nos paguen... Aprende a no meterte en los problemas de otros, resuelve los tuyos. Los demás que vean sus problemas y contra quién los enfrentan.
—Hay unas chicas bien lindas en esa ciudad, al menos me gustaría salvar a una o dos.
—Vuelves a decir eso y te mato.
—...
—Nadie puede saber de nuestro cliente ni de la guerra. Tú no vas a salvar a nadie. Le avisas a una sola persona lo que va a pasar y Ciudad Capital pasa a modo defensa y será impenetrable... Ahí si los rojos nos van a perseguir toda la vida hasta matarnos. No vas a poder esconderte en ningún lugar del planeta, ni de los rojos, ni de mí.
—Tranquilo jefe... No dije nada.
—Estás advertido. Deja de pensar en esas tonterías. Déjalos a los demás con sus problemas. Nosotros cumplimos nuestro trabajo, cobramos y nos largamos.
—Eh, jefe, ahí viene "el chato".
Llegó corriendo del campamento que estaba a cien metros.
—¡Jefe, jefe!
—Habla chato, ¿qué pasa?
—¡Jefe, el tipo que nos pegó en el restaurante, allá está!
—No te creo, ¿dónde?
—¡Allá jefe, mire con sus binoculares... justo donde empiezan esas piedras grandes, a la derecha de esos árboles!
Miraron los tres. Allá a la distancia, como a unos dos kilómetros se veía una persona arrodillada frente a una fogata, parecía que calentaba agua o sopa, su moto espectro estaba estacionada a unos metros de él.
—¿Estás seguro? ¿Ese es el que les pegó a los tres?
—Jefe, yo estaba distraído, me pegó por la espalda. Sino sobrado yo lo remataba a puñetes.
—Jefe, a mí me dijeron que a los tres les dio de puñetazos. Al chato lo rellenó primero.
—¡Cállate, sonso! Tú no sabes, no estabas ahí... además ese tipo pega fuerte, a mí me pegó sorpresivamente. Jefe, ¿le caemos?
—¿Quieres que vayamos todos? Para ver si ahora si le puedes pegar de frente.
El chato no supo responder. Estaba claro que a solas él solo no podría conectarle un solo golpe. Quería que vayan todos con él y rodearlo, pero no para pegarle, sino para meterle un tiro, quería venganza.
—Jefe, no es que me haya pegado a mí o a los otros. Hay que dejar claro que con nosotros no se mete nadie.
El jefe miró hacia el puntito que en la oscuridad era la fogata del desconocido. Ya tenían varios días en el desierto. Cobrar venganza con ese pobre tipo tal vez sería un pretexto para que su gente se alegre, un tema de conversación y un motivo para que trabajen y dejen de quejarse. Después de todo no era mala idea.