Capítulo 8. Amor

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Después de un agradable café y una plática en la cama Nicolás abandonó el lugar, tenía que ir a casa a darse un baño y a despreocupar a su madre pues apenas si se aparecía por su casa.

—Volveré en una hora para ayudarte a llevar tus cosas a la casa de tu mamá— Dijo Nicolás dulcemente antes de salir de aquel lugar dejando a Edgar solo.

El castaño miraba el techo con preocupación, se sentía culpable por muchas cosas, comenzó a pensar en todas las cosas “románticas” que había compartido con Nicolás. Recordó la primera vez que sintió algo por su amigo: fue hace más de dos años, en los primeros meses de universidad, cuando Edgar se encontraba acostado a un lado de Nicolás en el cuarto de su amigo. Le acariciaba la mano sin darse cuenta de que lo estaba haciendo y se arrepintió tanto de haber hecho ese contacto, pues a partir de ahí las cosas jamás volvieron a ser las mismas, después de aquella caricia Nicolás se le acercó para acariciarle el cabello y mirarlo.

Aquella mirada fue la causante de que Edgar sintiera algo por él. El castaño nunca va a olvidar aquella mirada que lo empezó todo, se le revuelve el estomago cada vez que la recuerda, y cada vez que Nicolás lo mira de tal forma hace que se vuelva loco. Con esa mirada se dio cuenta que el amor no es lo que él solía pensar. El amor es como aquellas grandes heridas o golpes que no te duelen porque sabes que estás viviendo y la adrenalina te ciega del dolor, no comprendes lo grave que fue hasta el día siguiente. Así se siente el amor y así lo hacía sentir aquella mirada.

Nadie nunca lo ha mirado de tal forma, ni siquiera Daniela. Amaba aquella mirada porque sabía que era amor, amor verdadero. Y a la vez, odiaba esa maldita mirada porque sabía que nada bueno saldría de aquel amor.

Cansado de discutir consigo mismo salió de la cama, ya tenía casi todo empacado, listo para subir las cosas al carro y partir para nunca regresar a aquel departamento que le recordaba tanto a Evan. Todavía no superaba la pérdida de su amigo, el dolor era inmenso, ni siquiera se lo podía creer, pero cuando Nicolás estaba a su lado se olvidaba de aquel dolor, se olvidaba de todo a decir verdad.

Suspiró agotado, sus pensamientos lo estaban matando, Nicolás esto, Nicolás lo otro… Le aterraba tanto la idea de sentir amor por un hombre, le daban ganas de sacarse ese pensamiento a golpes. Se metió bajo el agua de la regadera intentando aclarar sus pensamientos, desenredando las ideas de su mente, ordenando sus sentimientos y mejorando su salud mental. Se vistió, se lavó los dientes y comenzó a empacar lo poco que le faltaba.

Una hora y varios minutos después Nicolás volvió a entrar al departamento, Edgar ya había terminado de empacar, estaban todas las cosas en la sala y el castaño se encontraba en su habitación fumando un cigarrillo recargado en la ventana que estaba abierta, sumergido en sus pensamientos. Ni siquiera escuchó a su amigo llegar y Nicolás se aprovecho de esto para ir hacia él y abrazarle por detrás, sorprendiéndolo. En cuanto Edgar sintió esto  volteó a verlo.

—Por un momento creí que eras Evan… — Dijo Edgar bajando la mirada, sus sentimientos hacia Nicolás eran bastante confusos por lo que pasó anoche y esta mañana.
— ¿En verdad? ¿Hubieras preferido que fuera él? — preguntó en un tono molesto. Los celos se hicieron presentes nuevamente.
—Sí… bueno no… sabes que no es por eso…
— Te va costar superarlo eh…
— Ayer me di cuenta que desapareció y hoy me voy de aquí. Yo no esperaba todo esto. Es obvio que me va a costar superarlo. — Edgar parecía estar pensando en voz alta.
—Bueno… pero… ¿esperabas lo de anoche? — preguntó Nicolás con una sonrisa coqueta.
— ¿Qué? ¡No! Te agradecería que no tocaras el tema… — Un color rojo se pintaba en las mejillas de Edgar. Nicolás se rió.
—Como quieras A-MI-GO, ¿listo para irte? — El énfasis que había hecho en la palabra “amigo” era totalmente exagerado. Edgar lo miró molesto.
—Cállate y ayúdame a subir las cosas al carro — dijo mientras salía de la habitación. Nicolás lo siguió con una sonrisa triunfante.

Empezaron a subir y a ordenar las cosas dentro del carro casi en absoluto silencio. Nicolás lo miraba en veces de una manera ridículamente seductora que provocaba que Edgar soltara algunas risitas.

Vaso rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora