Escrita por Asagi Yami
Ilustrada por Sleepless Soul
El sol se dejaba ver entre las espesas nubes. Había dejado de llover y los pequeños charcos de agua cristalina aún brillaban por doquier. El pavimento de la carretera se mostraba húmedo. Quizás esa era la razón por la que los habitantes del pueblo más cercano se negaban a transitar por esos lugares después de cada tormenta, ya fuera densa o ligera.
Lila iba pensativa, manteniendo la mirada en el camino, mientras conducía aquella bella camioneta blanca que su hermano comprara tiempo atrás. Como mujer capaz y pensativa, no comprendía aquellas patrañas que los hombres y las mujeres lanzaban cada que llegaba la época de lluvia. Solían decir que "extraños sucesos la acompañan", muchos inexplicables. Aunque según los habitantes del pueblo, todo estaba relacionado con los fantasmas. Suspiró, siempre era eso y aquello.
Pero los fantasmas no existían, eso era más que obvio. Ella solía escuchar los mismos cuentos de alguien que transitaba la carretera después de que la lluvia dejaba de caer… alguien solitario o 'algo' que conseguía dibujarles muecas de terror en la cara. Volvió a suspirar; la noche casi caía y lo único peligroso en la carretera era el suelo mojado y la inminente oscuridad que lo cubriría todo si no se apresuraba a llegar a casa.
Justo en esos momentos, un poco alejado de la carretera, fue que lo encontró.
Los ojos castaños de la muchacha se entornaron al ver aquella delgada silueta transitar a paso lento por la orilla de la carretera. Un escalofrío la sacudió al recordar todas las historias que se escuchaban en el pueblo. Agitó la cabeza y miró con más atención aquel cuerpo en movimiento. Sonrió apenada de sí misma por pensar que si los fantasmas fueran como ese chico, entonces deberían ser en verdad muy bellos. El chico levemente empapado tenía cabello rubio oscuro con unas pocas hebras en color rojo, cortesía del sol que desaparecía. Y a menos que los fantasmas se llenaran de lodo los zapatos, como el joven los tenía, ella creería esas historias. Rio para sus adentros al detenerse al lado del muchacho que de inmediato giró a mirarle.
—¡Hola! —saludó ella con una sonrisa, tras bajar el cristal de la ventanilla—. ¿Necesitas que te lleve?
El joven parpadeó ante el ofrecimiento. Era curioso; todos en el pueblo le habrían regalado un inminente y rotundo "NO" cuando él les había pedido transportación para llegar a la hacienda de su madre.
—Disculpe, pero no quiero causarle ninguna molestia —agradeció el muchacho con una sonrisa sincera.
La muchacha notó aquella mirada y sonrió cerrando los ojos, sintiendo la fresca brisa que se colaba al interior del vehiculo por la ventanilla abierta. En su opinión, el muchacho no aparentaba tener diecinueve años. Este cargaba una pequeña maleta de equipaje al hombro, y tenía la ropa húmeda, igual que los lacios y hermosos cabellos.
—Es peligroso andar por aquí cuando termina de llover —declaró ella al mirar que la tarde se esfumaba—. ¿No te lo dijeron en el pueblo? ¿A dónde es que te diriges?
Ella vio que el muchacho asentía sujetando con más fuerza su pequeño y escaso equipaje, mientras el viento casi helado y con fragancia húmeda se estrellaba contra él.