El aire frío acariciaba su pelaje con la velocidad del viento, los arbustos desprovistos de cubierta le arrancaban mechones al paso.
Dolor, sintió dolor, con cada inhalación sus pulmones ardían marcando un dolor incesante. Olía a sangre, fresca, desde abajo, sus almohadillas se habían roto. Pánico en sus ojos, adrenalina en su corazón, se forzó a correr más, la sangre de sus patas sería un sendero para los que le seguían atrás. Pero no podía detenerse, no cuando ya tomó su decisión.
Afuera era libre, por fin, su alma y su felino clamaban alejarse del encierro, de liberarse aunque tuviera que morir en el intento. Tenía que seguir a pesar de que a cada paso estaba dejando pistas, debería haber sido más cuidadosa, pero tanto tiempo sin cambiar había hecho estragos en sus conocimientos del terreno peligroso para sus patas.
Siguió, atravesando el bosque oscuro a falta de luz, maldiciendo a las aves que anunciaban sus pasos.
—¡Emerald! ¡Para ahora mismo! —El gruñido de su padre hizo su corazón latir de miedo—. ¡Detente maldita gata!
Demonios, no, ella no iba a retroceder, quería alejarse de esas bestias que la trataban como escoria. Necesitaba encontrar un escondite y algo para camuflar su aroma, tal vez si encontraba un pozo, o grieta o una cueva, tal vez podría transformarse de vuelta, cubrir sus huellas y ocultarse.
Pero el terreno era irregular, salpicado de bosques, la tierra se mezclaba con la suavidad del musgo y la dureza de las piedras, el aire era fresco, pero no suficiente, al correr ella sentía que era muy escaso con cada respiración agitada.
Sus músculos ardieron, y la energía abandonó lentamente su cuerpo. Pensó que ese sería el final de su osada aventura, el pedacito de libertad había terminado, Dorian y Robin Wilkins llegarían para arrastrarla de nuevo a una vida de servidumbre. Pero ella ya tenía veinte años y quería ver el mundo, su deseo no les convenía a su padre y hermano, por eso ambos estaban sobre ella en cada momento del día.
Eso le hizo sufrir... Y la idea de volver a su jaula provocó en ella un triste alarido...
«Mamá, donde quiera que estés ¡Ayúdame! Ya no puedo»
Chocó contra algo blando, aterrada levantó la mirada del suelo, un desconocido estaba plantado frente a ella, alto, fuerte, de una aterradora mirada verde, retrocedió con miedo, un gemido de pánico y dolor se le escapó. Mierda, ahora sí estaba jodida, podía jurar que ese tipo bien podría ser uno de los amigos de su bastardo hermano.
—Tus almohadillas sangran —dijo, en su voz había una amabilidad que nadie nunca le demostró, ahora le hacía sentir indecisa, entre confiar y huir—. Y también tu pierna.
Apenas le dio el tiempo de atender el rasguño que atravesaba todo su flanco derecho, estuvo demasiado empeñada en hacer crecer la distancia, pero ahora que se detuvo, vio la sangre manchar su pelaje gris y tomó consciencia de la magnitud de su herida.
—¡Emerald! —Se oyó un grito, más cerca.
El instinto guió sus acciones, ella se escondió detrás del hombre, gimiendo con miedo.
—Aiden, Alexei — él llamó en un susurro—. Encontré a los intrusos.
—Genial. —De un lado apareció al trote otro desconocido de un color de cabello blanco ceniciento, avanzaba con aire de poder, pero en la claridad de sus ojos había calma.
—Ya era hora —dijo otro, caminando detrás de ella, haciéndole encogerse más, lo vio al pasar, tal vez era por su posición pero era alto, fuerte y con el peligro gritando en sus ojos de un azul intenso—. Apesta a miedo y sangre.
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Quiéreme [Serie Moon Fighters 2]
WerewolfLos lobos traicionan... Cada Ice Dagger recuerda la herida marcada a fuego en el pasado, Emmy pretende mantenerse atenta, aunque un lobo seductor ande tras sus pasos. Los gatos engañan... Cada Moon Fighter protege su orgullo con recelo, Logan quie...