Capítulo único

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Le daba asco ver su rostro reflejado en aquel vaso de alcohol. Podía notar las arrugas que rodeaban su ojo derecho, el único que conservaba después de tantas peleas. Quién diría que no pasaba de los treinta años... Hasta en su cabello verde comenzaban a aparecer algunas canas. Aquella relación lo había consumido por dentro.

—Más sake, camarero. Este vaso ya no tiene nada —Al principio este se negó a ello. Ya llevaba dos botellas; ni siquiera entendía cómo seguía en pie. Pero ante la peligrosa mirada de su cliente, accedió a regañadientes. De todas formas, era él quien se beneficiaba de aquello.

Cuando recogió su alcohol, los músculos de su brazo se tensaron automáticamente. Suspiró ante aquella reacción y tomó su siguiente trago. Por ese día ya no debía entrenar más, por mucho que su cuerpo quisiese levantar un par de pesas con desesperación. Se centró en la música que salía de la radio del televisor, para abstraerse de aquel deseo tan peligroso. Ya se había lesionado una vez por sobreesfuerzo, y el pasarse otros dos meses quieto y con la cabeza gritándole todos sus errores, pues no lo convencía.

—¿Me puede dar una copa de esa botella, por favor? —Escuchó que decían a su derecha. Quiso ignorarlo, pero una mano se posó en su hombro, poniéndose a la defensiva y girándose hacia él. Cuando reconoció aquella cara, su ceño fruncido se disipó con su respiración—. Cuánto tiempo, Roronoa Zoro —Y aquella sonrisa gentil volvió a hacer acto de presencia. Como si los años no hubiesen pasado.

—Tú... —Contempló perplejo aquellos ojos azules, aquel pelo rubio ligeramente ondulado, aquel porte elegante en sus hombres... y aquella quemadura en su ojo izquierdo—. ¿Desde cuándo estás de vuelta, Sabo?

—Un mes, quizá dos —Se encogió de hombros. El camarero le trajo un vaso de sake y le dio las gracias con una gran sonrisa. Seguía siendo un perfecto caballero—. En algún momento debía volver a mi vida diaria, ¿no? Nami no podría aguantar toda su vida cuidando de nuestro mejor amigo sin ayuda.

—La bruja siempre tuvo mucha resistencia —replicó Zoro, siendo él quien se encogió de hombros en aquella situación, mirando el fondo de su vaso. No podía seguir bebiendo y que el amigo de Luffy le contase el estado tan lamentable en el que había quedado. Otra vez.

Y el aire se hizo pesado, mientras cada uno pensaba en sus propias cosas. Realmente no sabían qué decirse. Habían coincidido muchas veces, pero nunca se dio una conversación amena, siendo como era Zoro tan reservado.

—¿Sabes algo de Sanji? —El propio alcohol lo seguía traicionando, aunque se dijese que controlaba, y aquello que temía preguntar se volatilizó en un suspiro que no pudo contener.

—Claro; siempre que salgo a cenar con Luffy acabamos en su restaurante. Está bastante ocupado últimamente y a duras penas nos lo hemos podido cruzar sin un mostrador en medio. Siento mucho no saber más, Zoro.

—Ya veo; no te preocupes. Era de esperar del cocinero pervertido —Enfatizó el mote tanto como pudo, queriendo disimular el haberlo llamado por su nombre en un acto de debilidad.

—¿Y tú cómo llevas la ruptura, si no te importa que pregunte? Tus amigos casi no saben de ti desde aquella ocasión. Me lo han comentado preocupados. Robin te llamó varias veces pero no respondías... —Tenía las manos entrecruzadas encima de la barra y jugueteaba con sus pulgares. Al final el propio Sabo se ponía más nervioso sacando aquel tema que él.

—Intento mantener la cabeza ocupada, así que estoy bien.

Notó la mirada preocupada de Sabo sobre aquel vaso de sake que agitaba en un tic nervioso, disimulando de paso sus temblores.

—¿Y tú qué? Lo de Ace fue un golpe muy duro para Luffy y para ti.

Celebrando su brusquedad, visualizó la mano de Sabo yendo hacia sus quemaduras solo con nombrar el simple recuerdo. Intentaba mantener su sonrisa calmada, pero esta languideció en cuanto su brazo tapó parte de su rostro—. Sí, bueno... Ace era como un hermano para Luffy. Y el mejor hombre que pudieses encontrar sobre la faz de la tierra. Ojalá pudiese besarlo de nuevo... —Confesó con un ligero sonrojo en sus mejillas—. Pero ya he tenido tiempo para afrontarlo. Sabíamos desde un principio a lo que nos enfrentábamos metiéndonos en aquella manifestación minera. Quizá todavía me dé pánico el agua hirviendo, pero no hará que desista a la hora de mejorar el mundo y que nadie vuelva a pasar por eso. Incluso ahora, noto que Ace me da fuerzas para seguir adelante.

Impacientes; ZoSabDonde viven las historias. Descúbrelo ahora